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Parte de Andalucía -fundamentalmente, la que reside en los valles del Guadiana y del Guadalquivir- puede sufrir hasta el viernes una nueva ola de calor, con los termómetros por encima de los 42 grados. Técnicamente, es aplicable esa terminología si durante tres días seguidos se registran temperaturas máximas y mínimas por encima de los valores medios habituales en esas mismas jornadas. Los estudios científicos disponen de datos de los últimos 53 años. En este más de medio siglo, la comunidad andaluza ha registrado once olas de calor antes del verano. Estamos, por tanto, ante un fenómeno que no es excepcional en el tiempo. Pero la novedad que obliga a que salten las alarmas es que cinco de ellas se concentran en la última década. El problema no sólo se vive durante el día. El pasado verano, por ejemplo, provincias como Málaga padecieron más de dos meses de noches tropicales, con temperaturas nunca inferiores a 20 grados. Evidencias del paulatino cambio climático. Más allá de las medidas que se necesitan implementar en el mundo para frenar su avance, la pregunta es sencilla: ¿están preparadas las ciudades andaluzas para soportar los rigores de una nueva estación estival de cinco meses? La realidad se empeña en demostrar que no. El desarrollo urbanístico de las últimas décadas ha buscado concentrar cada vez más viviendas en el menor espacio. El cemento se ha impuesto a las zonas verdes. Las infraestructuras viarias se han multiplicado y con ellas se han conquistado suelos rústicos y aumentado las islas de calor que causa el asfalto. Hay claras diferencias de temperaturas entre barrios. Los colegios, en su mayoría, carecen de sistemas de climatización adecuados y el debate de si se pueden prolongar las clases más allá de mayo vuelve a la actualidad. Es necesario una mayor revegetación, incrementar los espacios de sombras y usar el sentido común en el diseño urbano. Nada que no se supiera en Andalucía desde la época árabe.
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