Editorial
Rey, hombre de Estado y sentido común
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El medio millón de andaluces que emplearon dos horas de la calurosa noche del lunes en ver el último debate entre candidatos antes de las elecciones del próximo domingo seguro que no salieron con muchas ideas nuevas sobre lo que hay que hacer para encauzar los principales problemas que lastran el desarrollo de esta tierra, pero por lo menos vieron cómo una campaña de encefalograma plano y aburrida como pocas se sacudía la modorra. A la falta de interés de la campaña ha contribuido la propia personalidad de los candidatos y la unanimidad de los pronósticos: la única duda que persiste es la dimensión del triunfo del PP y si éste será suficiente para que gobierne en solitario o tendrá que echarse en brazos de Vox. Esta circunstancia, junto con los intentos del candidato socialista, Juan Espadas, por conjurar el fantasma de un resultado de catástrofe, animaron un debate que resultó mucho más movido que en la edición de la semana anterior y que dio lugar a rifirrafes y a cruces de alusiones personales que los moderadores de Canal Sur hicieron muy bien en dejar fluir. Moreno volvió a demostrar que esta campaña se le está haciendo larga y que su principal riesgo está en que un exceso de optimismo de sus partidarios le juegue una mala pasada en un domingo en el que las playas y las sombras van a ejercer un enorme atractivo. El actual presidente ganó el segundo debate, como ganó el primero, porque tuvo la habilidad de no perderlo, aunque esta vez tuvo que estar más activo repeliendo ataques que le llegaban por la izquierda y por la derecha, y eludiendo las exigencias directas de Macarena Olona de estar en el próximo Gobierno. Una vez superado el trámite de la comparecencia televisiva y con todas las cartas puestas encima de la mesa, es de esperar que la recta final de la campaña sirva para que los andaluces acudan el domingo a las urnas sabiendo quién es cada quién y para qué pide el voto, algo que hasta ahora ofrece demasiadas dudas.
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