Editorial
Rey, hombre de Estado y sentido común
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El tablero político internacional intercambia piezas a un ritmo tan vertiginoso que impide un análisis sosegado de los nuevos escenarios. La invasión de Ucrania y la crisis energética que se ha derivado han provocado movimientos impensables en algunas potencias. En el caso de España a esa situación se añaden las urgencias por el inesperado giro en la política exterior de Pedro Sánchez. El pacto con Marruecos en el que se respalda su tesis sobre la antigua colonia del Sahara ha tensionado las relaciones con Argelia, del que se importa el 30% del gas que consume el país. Italia se ha apresurado a mover ficha mientras Alemania hacía lo propio con Catar, ante su enorme dependencia de los combustibles rusos. En este juego de intereses hay que interpretar la visita del emir del pequeño país del Golfo Pérsico, con menos de tres millones de habitantes, pero capaz de producir 100 millones de toneladas de gas licuado. Un despliegue diplomático infrecuente. Y con implicación directa de la Corona. El Rey se reunió hasta en cuatro ocasiones en un día con Tamin ben Hamad al Thani y el dirigente árabe recibió las más altas condecoraciones del Estado y la llave de oro del Ayuntamiento de Madrid. Una alianza "estratégica" para el Gobierno, correspondida con 4.720 millones de euros del fondo soberano catarí. Pero como en toda negociación, falta por saber la letra pequeña. Hace años que el emirato teje sus influencias en el mundo. Ahí figuran sus desembolsos en el deporte y la organización de eventos internacionales, como el próximo Mundial de Fútbol, con invitación expresa a los Reyes. En política, la memoria es corta y el pragmatismo se impone. En 2017, Estados Unidos acusaba a Catar de financiar a grupos terroristas. El pacto español, con la mente en los fondos Next Generation y las energías renovables, representa una oportunidad para atraer inversiones para Andalucía. Pero hay que exigir cautela con las operaciones de Míster Marshall sin conocer sus contrapartidas.
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