Editorial
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La campaña para las elecciones andaluzas de dentro de dos domingos transcurre en un tono anodino y plano, y el primer debate que celebraron el lunes en RTVE los candidatos de los seis partidos que han tenido representación parlamentaria en la anterior legislatura no ha contribuido a levantar esa imagen. Cada vez más los núcleos duros de los partidos conceden importancia a esas comparecencias televisadas y las preparan a conciencia, en la confianza de que es uno de los pocos elementos que pueden hacer cambiar el sentido del voto a los indecisos. Pero, a juzgar por lo visto en ese debate, el porcentaje de ciudadanos que aún ignoran en qué sentido votarán debe de continuar en el 30% que las encuestas fijan por ahora. Fue un debate ayuno de propuestas y en el que ninguno de los contendientes, con la excepción de una histriónica Macarena Olona, buscó la espectacularidad y el cuerpo a cuerpo. Todos fueron a segar la hierba debajo de los pies a Juanma Moreno y el presidente supo defenderse con ese tono tranquilo y mesurado del que ha hecho marca y sin caer en ninguna de las trampas que le pusieron. El debate demostró, por otro lado, los problemas que está teniendo Juan Espadas para articular un mensaje que anime a sus propias bases y presentó a un Juan Marín que supo aprovechar la oportunidad para reivindicar el paso de Ciudadanos, en horas algo más que bajas, por el Gobierno andaluz. Por lo demás, el debate dejó muy poca historia. Fue un debate gris como gris está siendo la campaña, colonizada por los intereses de los líderes nacionales, que se han tomado las elecciones andaluzas como unas primarias de las generales que cada vez aparecen más próximas en el horizonte. Todavía queda una semana y media de campaña en la que elevar el tono y presentar al electorado andaluz propuestas que interesen y que hablen de los problemas que tiene la región. Aunque ese giro, según lo visto hasta ahora, parece complicado.
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