Editorial
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Pedro Sánchez no ha podido ser más explícito: la desconfianza entre el presidente del Gobierno y el líder de Unidas Podemos, Pablo Iglesias, es "recíproca". El recelo mutuo aleja la posibilidad de un acuerdo de investidura para el mes de septiembre, pero incluso, en el caso de que se produjese, el nuevo Gobierno nacería débil y con una perspectiva vital demasiado corta. Los dirigentes de Unidas Podemos han tenido la oportunidad de entrar en el Gobierno de la nación con cuotas de poder muy altas -una Vicepresidencia y tres ministerios- y con la seguridad de que sus opiniones también condicionarían la marcha general del Ejecutivo, pero la desmedida ambición de los izquierdistas se reveló como codicia de poder y, lo que es peor, incapacidad para entender el funcionamiento de la cosa pública. Esto no es algo que se arregle en varias semanas; de hecho, cabe pensar que mientras Unidas Podemos siga liderada por Iglesias, este partido será un socio poco fiable para cualquier formación porque es incapaz de asumir el coste de la responsabilidad.
Tras su audiencia con el Rey, el presidente del Gobierno en funciones ha dejado claro que ya no es posible una coalición con Unidas Podemos y lo que busca ahora es otra fórmula de colaboración parlamentaria, un pacto de investidura o un acuerdo de legislatura. Pero, incluso, esto último no asegura un mínimo de estabilidad para comenzar a gobernar. No hay Presupuestos -aún se trabaja con la prórroga de las últimas cuentas de Mariano Rajoy- y Unidas Podemos no garantiza una respuesta adecuada desde el Estado a las consecuencias de la próxima sentencia sobre el procés. En estas condiciones, Sánchez está obligado a intentar el desbloqueo político, pero esa responsabilidad también incumbe a Ciudadanos y al PP, aunque sea en un grado menor. El acuerdo entre PSOE y Ciudadanos es tan posible como el de los primeros con Unidas Podemos, y es una fórmula que debe explorarse. El líder de los naranjas, Albert Rivera, volverá a ser citado por Sánchez, al igual que Iglesias y Pablo Casado, para abordar los posibles pactos; cuanto menos, debería ir a Moncloa a escuchar. Si se repiten las elecciones generales en el mes de noviembre, habrá distintos grados de culpabilidad, pero habrá que subrayar con líneas gruesas el sentido de la existencia de unos nuevos partidos que nacieron para cambiar unas dinámicas partidistas de las que se han hecho los más leales seguidores. Si la aritmética parlamentaria lo permite, y lo hace, nadie podrá defenderse del pecado de anteponer el interés partidista al general.
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