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El dato adelantado del IPC del mes de febrero indica que la inflación no da tregua, y que lo que parecía una tendencia a la baja se ha roto desde que se acabó la bonificación de 20 céntimos de los precios de los combustibles. No es que ésta sea la causa de la persistencia, pero sí indica el momento en el que las medidas sobre las rebajas del IVA relevaron a la de los combustibles. El hecho significativo es que la inflación, situada en el 6,1%, es menor que la subyacente, que ha llegado al 7,7%, lo que indica que ya no son los precios de la energía los que están empeorando la inflación, sino un segundo ciclo que ha tomado su propia dinámica. Esto es lo realmente preocupante. Las visiones más optimistas sostienen que el IPC tenderá a estabilizarse porque esa dinámica cesará, una vez que el foco original, el de la energía, está controlado. De hecho, los precios energéticos son inferiores a los del inicio de la invasión rusa de Ucrania. Pero esto no parece un argumento suficiente para explicar lo que está sucediendo o, lo que es peor, lo que podría sobrevenir si el aumento de los precios se traslada a un alza generalizada de los salarios, lo que llevaría a una espiral inflacionista parecida a la de la década de los años setenta. La inflación subyacente, que mide el incremento de los precios sin contar los de las energías y los de los productos frescos por ser los más volátiles, es la mayor desde 1985; es decir, desde hace 45 años. Además del daño que la inflación provoca en las economías familiares, hay que prepararse para nuevas subidas de tipos, por cuanto los más severos del Banco Central Europeo (BCE) están viendo cómo la realidad viene a darles la razón. Fruto de subidas anteriores, es que el Euríbor a 12 meses, que suele ser el referente más habitual de las hipotecas, ha cerrado el mes de febrero al 3,5%. Si todo sigue así, parece que se sobrepasará el 4%, lo que implica subidas mensuales de las hipotecas medias de más de 300 euros.
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