La tribuna
El poder de la cancelación
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MIRA ahí abajo; ¿sentirías compasión por uno de esos pun titos negros si dejara de moverse? Si te ofreciera veinte mil dólares por cada puntito que se parara, me dirías que me guardase mi dinero? ¿o empezarías a calcular los puntitos que serías capaz de parar? ¡Y libres de impuestos amigo!, libres de impuestos…hoy es la única manera de ganar dinero.
*De muy poco te servirá en la cárcel
(…)
-Nadie piensa en términos de seres humanos, los gobiernos no lo hacen, ¿por qué íbamos a hacerlo nosotros?
Este mítico diálogo corresponde a la película El tercer hombre (1949), concretamente a la brillante secuencia en la noria del parque Prater de Viena. Esos puntitos negros, eran personas que, vistas desde la altura adecuada, exhibían la insignificancia del ser humano, todo ello adornado con un diálogo brillante y desprovisto de moral. Sin embargo, esos infinitésimos estaban vivos, sentían, tenían familia y su pérdida de existencia tendría consecuencias y provocaría dolor.
Curiosamente, ahora, el puntito podría ser el Centro de Ciencia Principia, y Orson Welles y Joseph Cotten (los actores que encarnan a los personajes de la escena) algunas autoridades (o ex autoridades) que, desde la cabina de la noria podrían parar a los puntitos de allá abajo. Sin embargo, como las ingenuas personas que caminaban por el parque, Principia tampoco es un objeto sin dimensión, Principia vive y siente. Aunque en los últimos años casi lo han conseguido parar entre negligencias, ansias de mando, y una regulación difusa como marco detonador, la realidad es que Principia aún se mueve, agonizante. Ahora es muy sencillo que antiguos y ajenos aparezcan por el museo para interesarse por la situación (eso sí, rodeados de medios) de forma oportunista y estomagante pero, ¿ahora sí van a remangarse? Lo veremos.
Por este centro de ciencia han pasado generaciones de alumnos y profesores, han pasado (y aún pasan) centenares de miles de niños que pueden tocar la ciencia y se maravillan de sus milagros. Relámpagos que saltan, vasos que se mueven solos, tornados de fuego… pura poesía científica. ¿Cuántas vocaciones científicas habrá despertado Principia en estos veinte años? La cifra es incalculable.
"Nadie piensa en términos de seres humanos, los gobiernos no lo hacen ¿por qué íbamos a hacerlo nosotros?" Esperemos que Harry Lime (Orson Welles) no tuviera razón, y los trabajadores de este museo interactivo, así como los centros que están esperando, ilusionados, a su cita con las maravillas de la ciencia, no se enteren por la prensa de un desgraciado desenlace.
El Consorcio Principia es una mesa de cuatro patas, y si una de esas patas se rompe y no se sustituye, se puede caer lo que dicha mesa sostiene, que no son otra cosa que personas, familias, e ilusiones. En Asesinato en el Orient Express, la víctima (Ratchett) fue asesinada por todos los pasajeros del vagón, pero alguien le asestó la última, la duodécima puñalada.
"¡Oootraaa veezz!, ¡ootraaa veeezz!" Jalean los pequeños repetidamente en la emblemática Sala Faraday. ¿Alguien matará el aplauso y ovación diaria de los niños en el aula de experimentos?
"Parece magia… ¡Pero es ciencia!", se termina diciendo en alguno de los espectáculos científicos. Se puede bajar el telón sí, pero, ¿quién arrastrará ese estigma para el resto de su vida profesional? En definitiva…
¿Alguien asestará la última puñalada?
¿Alguien matará a Principia?
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