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Cada vez resulta más evidente que la mayoría de los grandes cambios -y son muchos- en casi todos los ámbitos, apuntan con mayor o menor intensidad hacia un reforzamiento de la globalización. A pesar de su variedad, siguen una dirección común, uniforme, que poco a poco se va imponiendo, a la visión del mundo y del ser humano que hemos conocido durante generaciones.
Se está procurando crear un nuevo escenario, generalizando entre el conjunto de los ciudadanos, a nivel mundial, otras ideas y criterios. También se trata, cómo no, de un mayor control de cada uno de ellos (el temido Gran Hermano de Orwell), así como de sus conciencias y movimientos. Hoy, con la tecnología disponible, se puede lograr, a diferencia de los grandes imperios del pasado, cuando los recursos tecnológicos disponibles eran aún precarios. El banco de prueba de la pandemia ha servido en buena medida para experimentarlo. Y no será la única vez. Eso sí, se lleva a cabo en nombre de un humanismo, singularidad de Occidente, que escindido de lo sobrenatural parece volverse contra el propio hombre.
Se trata de combinar, en nombre de este y de su bienestar, una fuerte libertad individual basada en la realización de los deseos personales (aunque cada vez más orientados) y la mayor libertad sexual. Al tiempo que se imponen unos criterios, bajo la consideración de ineludibles e indiscutibles, en nombre de ese mismo humanismo de tejas abajo que se dice preservar. Papel muy importante desempeña en su logro la llamada cultura de la cancelación, que reprime toda crítica al pensamiento dominante.
Es demostrable, detrás de este auténtico proyecto de ingeniería social, la existencia de grandes poderes empresariales (Appel, Amazon, Facebook, etc.), personales (Soros, Billy Gates, etc.), internacionales (Foro de Davos, el club Bilderberg, ONU, OMS, etc.), al igual que de numerosos países suscriptores de la Agenda 2030, que le dan cobertura y apoyo desde sus poderosos medios.
Los Estados, dependientes en gran parte de dichos poderes (necesitan su dinero; participan en empresas de los grupos, deben mostrarse favorables para gozar de una aceptación y apoyo internacional), tienen a gala colaborar en ese mismo propósito. ¿Qué es si no la referida Agenda? Una parte influyente de las iglesias cristianas se han uncido igualmente a esos propósitos globales y han desarrollado un camino de reforma, que, de confirmarse, supondrá para ellas una fuerte ruptura con el pasado. La idea de una Humanidad común, de fuerte raíces evangélicas, se ve ahora como una perspectiva posible, ciertamente secularizada.
Muchos son todavía los que no creen en este fenómeno y comunicarlo les parece exagerado, casi una paranoia, fruto del pesimismo. Sin duda, una larga tradición de bulos sobre conjuras generales ha desacreditado mucho la idea. Pero lo que antes impedía la precariedad de los medios, quedándose reducido al ámbito de las utopías, se ha convertido gracias a la globalización en algo más que una posibilidad. Bien es verdad que en su desarrollo unos jugarán un papel subsidiario, incluso de comparsa, alrededor de los más poderosos, que son quienes en verdad llevan la batuta.
Ello no asegura su logro. Resulta imposible predecir la Historia ni el futuro, aunque no sea este el primer intento. El proyecto uniformizador, a pesar de los empeños de tantos, podría estrellarse en cualquier momento por el enfrentamiento, también a nivel global, entre las grandes potencias (China-EEUU, Rusia-Unión Europea) y sus respectivos aliados, en medio de este nuevo reajuste estratégico mundial en marcha plagado de tensiones y de enfrentamientos. O por las emergencias nacionales, los enfrentamientos culturales o el desbarajuste climático.
De fracasar dicho proyecto, no obstante de estar ya avanzado y jugar las nuevas tecnologías y los grandes poderes a su favor, nos hallaríamos una vez más ante un fiasco de dimensiones colosales como lo es el proyecto en sí, bien porque se fuera de las manos (las fuerzas centrífugas, sean estas individuales, políticas o económicas, existen siempre) o bien por colapso del mismo. Las viejas utopías decimonónicas (socialismo, anarquismo, nazismo, fascismo, liberalismo) y su intención generalista ya lo experimentaron a lo largo de la pasada centuria.
Mientras tanto, estamos en lo que estamos. Son muchos quienes no han llegado todavía al convencimiento de su importancia. Algunos por una visión buenista de la realidad. La pugna por imponer unos intereses, una determinada ideología y por el control a nivel mundial (la forma de presentación actual de los nuevos imperios) es real. También lo es la posibilidad de su fracaso. Somos todavía bastantes, los que sin desdeñar la posibilidad de una Humanidad mejor, confiamos en que este proyecto y sus apoyos terminen desbarrando. Sería, a mi modesto entender, un bien para el conjunto de los seres humanos.
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