Juan López Cohard

SUCEDIÓ EN MÁLAGA: Una denuncia por coacción

El 30 de septiembre de 1930, T. L. Oliver no tuvo servicio de correrías; ese día había huelga general y todos los efectivos de la Guardia Civil estaban movilizados para mantener el orden público

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Alegoría del trabajo de Benlliure.
Alegoría del trabajo de Benlliure. / M. H.

25 de febrero 2024 - 06:26

Málaga/La mañana del día 30 de septiembre de 1930, T. L. Oliver no tuvo servicio de correrías. Ese día se había decretado en Málaga una huelga general y todos los efectivos de la Guardia Civil estaban movilizados para mantener en lo posible el orden público.

El año 1930 fue un año convulso, un año bisagra en el que cayó la dictadura de Don Miguel Primo de Rivera, se puso en solfa la monarquía y se propició la entrada de la república. Si hacemos un repaso a lo que fue este año, reflejando los hechos políticos más destacados, hemos de recordar que ya en el mes de enero se produjo una crisis del Gobierno de Primo de Rivera causada por la dimisión del ministro de Hacienda, Don José Calvo Sotelo. No pasó una semana de este hecho, cuando el mismísimo dictador le presentó su dimisión al rey Alfonso XIII, terminando así una dictadura que comenzó en septiembre de 1923. El rey propició otro régimen dictatorial, al que se le llamó la “dictablanda”, al nombrar presidente del Consejo de Ministros al general Dámaso Berenguer, si bien con el encargo de propiciar el regreso de un régimen constitucional similar al que había antes del golpe de Primo de Rivera. Días después Don Miguel abandonó España.

La primera medida que tomó el general Berenguer al frente del nuevo Gobierno fue disolver la Asamblea Nacional que estableció su antecesor. Y así transcurre el año, mal que bien, hasta que en diciembre comenzaron a soplar vientos republicanos. “Vientos del pueblo me llevan, / vientos del pueblo me arrastran, / me esparcen el corazón / y me avientan la garganta. /…/ andaluces de relámpago / nacidos entre guitarras / y forjados en los yunques / torrenciales de las lágrimas”. Escribiría por entonces Miguel Hernández. Un poeta que después leería T. L. Oliver con emoción ya que le hacía saltar las lágrimas siempre que recitaba sus Nanas de la cebolla.

España comienza a tener convulsiones. La primera, el 12 de diciembre con la “sublevación de Jaca”, un pronunciamiento militar contra la Monarquía de Alfonso XIII. Tres días más tarde, el comandante Ramón Franco y el general Gonzalo Queipo de Llano, lideran una sublevación republicana que fracasó por falta de apoyos. Hubo quién llegó más lejos en sus ansias republicanas: En Huelva, en la Puebla de Guzmán (por entonces con menos de 2.000 habitantes) los vecinos proclaman por su cuenta ¡la Segunda República Española! Que se joda Puigdemont. Un pueblecito onubense ya hizo esa gilipollez antes que él. Y, puestas así las cosas, el general Berenguer decide anunciar elecciones municipales para el día de San José de 1931. Ahí comenzó la traca fallera que resonó en toda España con unos fuegos que no acabaron siendo precisamente fuegos artificiales.

Y llegó el año 1931. Un año que comenzó haciendo feliz a T. L. Oliver. Éste que era aficionado al futbol e hincha del Athletic de Bilbao, vio como el 8 de febrero el Athletic le endilgó al Barça la mayor goleada de la historia de la liga española: 12 a 1 (como España a Malta en diciembre del 1983). Este mismo día el presidente del Gobierno convocó elecciones para el día 12 de abril. Los primeros meses del año 31, cambiaron radicalmente el panorama político español. Dámaso Berenguer, seis días después de convocar las elecciones, dimitió. Después se celebraron las elecciones convocadas, elecciones que fueron municipales, algo que no debemos olvidar aunque su trascendencia superó al ámbito, ya que tuvo consecuencias nacionales. Resultó que, en 41 capitales de provincia, de las 50 que había, las candidaturas republicanas alcanzaron la mayoría.

Este resultado dio pie a la proclamación de la Segunda República Española, que sería instaurada tras la deposición del rey Alfonso XIII por las Cortes Generales. Esto sucedió el día 14 de abril, el mismo día en el que los granadinos celebran la fundación del Granada Club de Futbol. Sin embargo, los malagueños solo podemos recordar que ese día un grupo de anarquistas exaltados derribaron la estatua del Marqués de Larios y la arrojaron al agua en el puerto. El marqués fue sustituido por el bello y fornido trabajador, también de bronce, que estaba en la base de la peana del conjunto escultórico realizado por Mariano Benlliure. Escultura titulada “Alegoría del trabajo”. Como siempre ocurre en la vida, la estatua del prócer fue posteriormente restituida y la “Alegoría del trabajo” la podemos contemplar en la actualidad donde estaba originalmente. La verdad es que el marqués no era un dechado de virtudes como para ser querido por los colonos y obreros pero, al fin y al cabo, dejó en Málaga una huella indeleble. Ya lo dijo un ilustre visitante de cuyo nombre no me acuerdo: “En Málaga, todo es Larios”. Bueno, volviendo al repaso histórico, el caso es que el rey Alfonso XIII abandonó España, con el pañuelo diciendo adiós, a bordo del crucero “Príncipe Alfonso”, mientras veía como se alejaba de su vista el puerto y el teatro romano de Cartagena.

En el mes de septiembre de ese año de 1930, T. L. Oliver redacta el siguiente atestado: “T. L. Oliver, guardia de 2ª de la Comandancia de Málaga, de la 5ª Compañía perteneciente al puesto de Poniente, por el presente atestado hace constar: Que prestando el servicio propio del Instituto con motivo de la Huelga General en esta capital, sin que se sepa el origen de la misma, ha sido invitado violentamente el personal de Fábricas y Talleres a dejar el trabajo y en ocasión de ello, acompañado del guardia de su clase, José Pardo Becerro, de la misma Comandancia y destacamento, hoy día 30 de septiembre del año 1930 y como a las 8 horas de la mañana y frente a la puerta de Talleres de Ferro-carriles Andaluces, un sujeto se dirigió hacia otro que venía a entrar a los referidos talleres, llamándole con graves insultos y al mismo tiempo levantaba un bastón para darle un bastonazo, incorporándose en este momento el que narra y el compañero de pareja, evitando se ejecutara la agresión, en su virtud le condujeron a la Casa de Socorro de la Explanada de la Estación a instruir las presentes diligencias. Preguntado el operario de taller, dijo llamarse José Gutiérrez Díaz, de cuarenta años de edad, de oficio cerrajero, de estado casado, natural de Málaga y domiciliado en calle del Carmen nº 10, que a él le hace falta su jornal y como él entiende que en dicho movimiento no debe tomar parte, se dirigió a su trabajo y ya a la entrada le salió al encuentro otro sujeto, al parecer huelguista, y le llamó canalla, cabrón, y con un bastón le amenazó, no ejecutándolo por la pronta intervención de la pareja de la Guardia Civil, y que no tiene más que decir. Interrogado el agresor de coacción al otro operario, dijo llamarse Manuel García Pérez, de treinta años de edad, de oficio jornalero, de estado casado, natural y vecino de Málaga, Callejones nº 3, que él es huelguista y entiende que todos los trabajadores deben secundar el paro de huelga general que el Comité de Málaga ha declarado y que, como enemigo que consideraba al llamado José Gutiérrez Díaz, que no conoce, le insultó y a no ser detenido por la Guardia Civil le habría también dado algunos palos. Se le hizo presente que guardaba detención como autor de delito de coacción para ser puesto a disposición del Señor Juez de Instrucción del distrito de Santo Domingo donde corresponde el sitio en el que ocurrió la coacción, a los efectos que en justicia procedan e invitados a firmar sus manifestaciones, después de leído el texto literal de las mismas en unión de la pareja que las instruye en la Casa de Socorro de la Explanada de la Estación el día anteriormente señalado”.

Es importante observar que T. L. Oliver comienza escribiendo: “prestando el servicio propio del Instituto con motivo de la Huelga General” y aclara “sin que se sepa el origen de la misma”. Con ello quiere decir que la huelga no había sido autorizada previamente por la autoridad competente, lo que constituía una alteración del orden público y, por tanto, es la Benemérita la encargada de restablecer el orden conculcado. La pareja de la Guardia Civil se limitaba a cumplir las órdenes recibidas y actuar según el Reglamento y la Cartilla. Eso hizo T. L. Oliver, con toda honestidad, durante toda su vida.

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