Juan Ramón Medina Precioso

Cristianismo: un enfoque pragmático

La tribuna

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Cristianismo: un enfoque pragmático

13 de diciembre 2024 - 03:07

Aprincipios del siglo XX el estadounidense Charles S. Peirce propuso un novedoso método para elegir entre varias teorías alternativas: evaluar los conceptos en discusión atendiendo a sus posibles consecuencias prácticas. De hecho, sugirió identificar el significado de cada concepto con el conjunto de las consecuencias prácticas que pudiéramos atribuirle. Ahora bien, no tenían por qué ser estrictamente utilitarias. Una de las consecuencias prácticas de la teoría de la evolución biológica era explicar el origen de la diversidad de vivientes.

Ese criterio pragmático se adecuaba bastante bien al método científico naturalista, pero no había ningún motivo para que no valiese también para evaluar las creencias religiosas. En vez de preguntarnos, como era tradicional, por la verdad o falsedad de los dogmas, simplemente examinar sus consecuencias prácticas.

¿Podríamos aplicarlo al cristianismo? Leamos el Evangelio de Mateo: “Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los abrojos? Así, todo árbol bueno da frutos buenos, pero el árbol malo da frutos malos. Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo producirlos buenos. Todo árbol que no da buen fruto es cortado y arrojado al fuego. Así que por sus frutos los reconoceréis.”

Leamos ahora el Evangelio de Lucas: “Porque no hay árbol bueno que dé fruto malo; y, a la inversa, no hay árbol malo que dé fruto bueno. Cada árbol se conoce por su fruto. No se recogen higos de los espinos, ni de las zarzas se vendimian uvas.” Atribuidas en ambos casos a Cristo, estas palabras sustentan la posibilidad de aplicar un criterio práctico al cristianismo. Si nos las tomásemos en serio, podríamos evaluar esa religión más por sus frutos que por su teología.

Empecemos por el propio Cristo. No habría entonces que atender a lo que decía (al menos, no solo a lo que decía), sino principalmente a lo que hacía. Y básicamente hacía milagros. Pero no para lucirse, sino para ayudar a los demás. Si faltaba vino en una boda, convertía el agua en vino; si se le acercaban unos leprosos, los curaba de inmediato; si era un endemoniado, lo liberaba de su estado… Y así sucesivamente. En otras ocasiones, perdonaba. Recordemos que retó a que tirase la primera piedra el que estuviese libre de pecado. Y luego perdonó a la mujer sorprendida en adulterio.

Puede que usted, adscrito al racionalismo, considere que aquellos milagros solo eran unos relatos fantasiosos, que nunca ocurrieron realmente. La verdad es que yo también pensaría así si no hubiésemos tenido más noticias sobre los milagros que los narrados en los evangelios, unos libros con cerca de dos milenios de antigüedad y cuyas autorías son bastante inciertas. Pero, a menos que nos empeñemos en rechazar todo tipo de testimonios recientes, como médicos que atestiguan curaciones científicamente inexplicables o beneficiarios que aseguran haberlos recibido, en la actualidad siguen ocurriendo milagros. Aun así, usted podría preferir negarlos, pero más difícil tendría negar el mensaje simbólico de lo escrito en los evangelios. Aunque aquello no ocurriese, caben pocas dudas de que los evangelistas quisieron trasmitirnos un mensaje de esperanza y un ejemplo a seguir. Desde esa perspectiva, el cristianismo no nos invitaría a la sumisión, sino a la insumisión: en vez de desahuciar al enfermo, tratar de curarlo o, al menos, de consolarlo; en vez de compadecer al hambriento, darle comida o, mejor, un trabajo remunerado….

Está poniéndose de moda una forma moderna de estoicismo, que nos habla de resignarnos a lo que no podamos modificar. Pero, ¿cómo delimitar lo inexorable? ¿Son inevitables los bajos salarios? ¿Y las agresiones machistas? Frente a esos datos, me inclino por adoptar una actitud de insumisión altruista. Sin esforzarse por modificar las condiciones sociales en beneficio de todos, en especial de los más vulnerables, considero contraproducente predicar que nos adaptemos a las desgracias. En vez de renegar de los políticos y de los curas, mejor liderar ese tipo de conductas. Puede que no siempre podamos conseguir nuestros objetivos, pero siempre podemos intentarlo; aunque no siempre podamos comprender el origen de las calamidades, siempre podemos ayudar. Nuestro cura Javierre lo hacía.

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