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Matthew McCormack, profesor de historia británico, paseaba en bici como todos los domingos en Lings Wood, un bosque próximo a su casa. Todo acontecía trivial y rutinario, salvo que en aquella ocasión entorpeció peligrosamente su paso un robot de reparto que deambulaba en medio de la senda. ¿Un robot? ¿En el bosque? Esto sucedía hace unas semanas en Northampton y la BBC asegura que es normal ver este tipo de robots repartiendo verduras a domicilio en la ciudad. Lo que no parece probable, es que uno de estos robots fuera a entregar un pedido en medio de un bosque, aun asumiendo que Caperucita y su abuela, más concretamente, existen.
Otro caso similar se producía en un hotel de Cambridge este mismo año. En esta ocasión se trataba de un robot aspirador que, por circunstancias aun por resolver, no retrocedió en la salida del hotel y siguió su camino, quizá para tomarse un día de descanso. El personal del hotel no notó su ausencia hasta un rato después y lo buscó sin fortuna. Para alivio del director, el jardinero lo encontró bajo un seto cercano el día siguiente.
Estos ingenuos robots están gobernados por agentes basados en Inteligencia Artificial (IA). Cada uno hace su función: unos siguen un derrotero para encontrar un destinatario, como el robot de Matthew, o limpian y barren una superficie de forma efectiva y eficaz como el robot del hotel. Aprenden de datos espaciales y se adaptan, además, a cambios imprevistos en sus rutas, lo cual no deja de ser un asunto baladí.
Sin embargo, a veces, un objeto insignificante, algo que no haya formado parte de sus datos de entrenamiento, puede echar al traste todo el aprendizaje realizado. Porque la precisión de un sistema inteligente se basa en el mayor y más variado conjunto de datos de los que puede aprender, siendo sumamente difícil condensar en estos todos los escenarios que pueden darse en un mundo real. Es una de las razones por las que, por ejemplo, la incorporación en la vida cotidiana de los vehículos autónomos, planificada para inicios de esta década, ha devenido en fiasco.
Estas peripecias robóticas abundan en la afirmación de que estamos lejos de haber desarrollado la Inteligencia Artificial General (AGI, en inglés), aunque los ingenieros de Google en publicaciones recientes opinen lo contrario. La AGI es el nuevo paso evolutivo de la Inteligencia Artificial que ahora disfrutamos. Sería el equivalente a tener un robot que no solo trajera la compra del súper, sino que limpiara la casa, cuidara del bebé, corrigiera las tareas del hijo y se dejara ganar al ajedrez al final de día al vernos cansados, entre otras habilidades.
Por el momento, hemos sido capaces de construir agentes o robots que realizan determinadas actividades de forma efectiva. Tanto e incluso más que un ser humano. No en vano, en los tres primeros meses de 2022 los pedidos de robots en USA se han incrementado en un 40%. Su trabajo lo hacen muy bien y, además, suplen una carencia de fuerza de trabajo importante que parece ser un factor común en la mayoría de los países industrializados. Estos trabajos repetitivos están sufriendo la huida de los trabajadores humanos hacia mejores oportunidades, impulsados por la popularidad del teletrabajo, el incremento del coste de la vida y una indeseada congelación salarial. En otros casos, atraídos por la opción de dejar de trabajar y sobrevivir a base de subsidios. La gran dimisión. En cualquier caso, todos estos puestos de trabajo poco atractivos no pueden ser sustituidos en su totalidad por robots.
En Andalucía no estamos en ese punto (aún). Pero estamos viendo cortar las barbas de nuestro vecino y no estaría de más realizar una reflexión al respecto. Hace 4 años, la OCDE afirmaba que en nuestra tierra se podrían perder muchos puestos de trabajo por la IA. Hoy es posible pensar que la robotización permitiría asumir trabajos o tareas de bajo valor añadido que los trabajadores ya no están dispuestos a realizar y, de hecho, en ciertas áreas la oferta de trabajo es superior a la demanda, a pesar de las cifras de paro.
Aún no advertimos en nuestras calles robots entregando pedidos a domicilio. Pero llegarán. Incluso nos toparemos con alguno despistado entre los pinos. Mientras tanto, fomentar el uso de robots en nuestra industria y servicios parece una pauta inteligente. La colaboración hombre-máquina es inevitable y mientras antes nos familiaricemos con ella, será mejor para nuestra economía y bienestar.
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