Manuel Bustos Rodríguez

Los partidos y sus reglas

La tribuna

Los partidos y sus reglas
Los partidos y sus reglas / Rosell

26 de abril 2023 - 01:32

En la mayoría de los casos, el desencanto de los ciudadanos con respecto al sistema de partidos deriva del desconocimiento que tienen de las reglas que lo rigen. Sus valoraciones se forman a partir de la llamada moral natural o de la común en la colectividad de la que forman parte; es decir, de la ética cristiana más o menos secularizada. A partir de ellas miran lo que acontece ante sus ojos y emiten sus juicios. Insertos en esta misma circunstancia, así suele suceder también entre los miembros de los partidos. Los propios votantes les juzgan, aunque no sin equívoco, en referencia a esas mismas leyes morales. Nada más utópico.

Una vez ingresados en los partidos, los militantes han de integrarse tarde o temprano, bien es verdad que no en el mismo grado, en unas reglas de juego que les exigirán actitudes, valoraciones de los actos y decisiones, que funcionan de manera diferente a como podría invitarles a hacer su fuero interno o su conciencia. Por ello, deberán iniciar un proceso de reinvención, reseteo o conversión a las normas del sistema al que se incorporan, apagando hasta donde les sea posible las molestas voces internas. Por supuesto, pueden quedarse al margen, pero entonces poco cabrá esperar de cara a su futuro dentro la institución a la que sirven, aunque, para su vida privada, puedan reservar, si es que no han quedado anuladas del todo, otras pautas de comportamiento moral más acordes con la norma que creyeron auténtica. Evidentemente, no es en todos los casos igual: hay quienes se hallan más arraigados en los principios que otros.

La voz que mejor resume el funcionamiento del sistema de partidos es la de "estrategia". Porque de ella y no de otra cosa dependen sus movimientos y acciones. Y así, categorías como verdad o mentira, referentes ambos de las valoraciones que realizan habitualmente los individuos a la hora de la toma de decisiones, no suelen ser válidas entre los miembros de las formaciones políticas, como reflejan habitualmente los discursos de los líderes políticos y de quienes pertenecen a la dirección de los partidos.

El bien y el mal, lo bueno y lo malo no se corresponden en política con absolutos puros. Si se entendiera al contrario, seguramente, a corto o medio plazo, quienes así lo hicieran habrían de abandonar la formación, a no ser que considerasen su permanencia en ella como apoyo necesario a un mal menor o terminaran por intercambiar en la conciencia personal dichas categorías, hasta el punto de confundir la verdad con el error.

De ahí la sensación que nos produce, a quienes no participamos de esta premisa, el seguimiento de los discursos y comparecencias de los políticos fuera y dentro del parlamento. La última moción de censura fue sin duda una magnífica atalaya para verificar lo que digo. Y es que, al hemiciclo, según disponen las reglas específicas no escritas del sistema, no se va, ni se fue tampoco en esa ocasión, a escuchar las razones del contrario, a hacer autocrítica y ver si se está equivocado, a discernir junto a los demás y, en definitiva, a buscar el bien común entre todos, sino a defender a capa y espada lo que proclama y defiende el partido, el interés del mismo.

En definitiva, se acude a aplicar la estrategia que convenga en cada caso para ganar las próximas elecciones, siguiendo la iniciativa propia o, en la mayoría de los casos, la de los asesores. Allí se va fundamentalmente a segar la hierba que crece a los pies del adversario y dejarlo mal parado. Utilizando para ello todas las armas al alcance de la mano: persuasión por supuesto, pero también la mentira, la acusación errónea, la maledicencia, el engaño, aunque no siempre cuelen. Rara vez se irá a elogiar o asumir lo que el adversario proponga, salvo que convenga a la propia suma de votos.

En resumen, se trata de todo un abanico de perversidades colectivas, socialmente aceptadas, que a duras penas se compadecen con el sentido ético preservado todavía en la conciencia de muchos individuos. Tampoco se interviene habitualmente desde la razón y el sentido común, a los cuales se suele herir con facilidad, incluso con descortesía. Pero no olvidemos, como al principio dije, que el sistema de partidos tiene sus propias reglas de juego que no son las que rigen una conciencia exigente. De ahí los errores y equívocos que supone confundir los planos, algo demasiado frecuente, a veces por una mirada demasiado benévola sobre la realidad.

Fácil resulta de comprender en esta tesitura que se produzca esa separación que algunos detectan entre la ciudadanía y sus representantes, entre el parlamento y la vida. O que algo nos chirríe y entristezca de vez en cuando al oír a nuestros representantes contender entre ellos, faltos de humildad, buscando siempre echar balones fuera. Y eso aun reconociendo como hacemos, que su reino no es de este mundo. O solo lo es en su vertiente meramente pragmática y de poder.

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