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De aquel Brighton remoto, el de los últimos 80 y primeros 90, recuerdo sus playas de chinarros, su mar del color del acero, el icónico muelle del Brighton Pier y el otro esqueleto marítimo del vetusto West Pier. Recuerdo la visita de rigor al Royal Pavillium (con su aire a palacete de marajá de Kapurthala), la pringue de los Fish & Ships de los sábados y, claro que sí, aquel pub tan inglés con bebedores de piedra, donde tenía que certificar mi mayoría de edad antes de que me sirvieran una pinta. También recuerdo los partidos de segunda división del Brighton & Hove Albion (el club es ahora un gallito en la Premier) y, en fin, aún evoco mis torpes escarceos con una nipona más occidentalizada que del manga, estudiante de inglés también, en lo que fue una noche en la oscura playa y con un ventarrón del demonio.
Sigo. En 1984 el IRA intentó asesinar en el Grand Hotel de Brighton a Margaret Thatcher aprovechando una cita de tories (murieron cinco personas, pero la premier salió ilesa). No supe o no quise saber sobre ello hasta un tiempo después, igual que sí supe –y es a lo que voy por fin– que desde hacía años Nick Cave había elegido Brighton como lugar de residencia familiar tras recalar por los abismos. En 1984, el año del atentado, Nick Cave y The Bad Seeds, la banda de las broncas, sacaron su primer disco, From Here To Eternity. De todo ello hace ahora cuarenta años. El tiempo todo lo tiñe, lo que incluye el tinte negro negrísimo que hoy oscurece la cabellera del gran músico australiano del seis doble más uno (67 palos).
Sé que resulto petulante al haberme citado yo mismo en el tiempo por delante de la glosa obligada a Nick Cave. Dícese del clooner de la luz y la sombra, el yonki con fondo religioso, entre la vertical divina y la horizontal donde la calavera en tierra de azufre. Fue aquí en Inglaterra, en un acantilado de Brighton (visité ese lugar en excursiones hoy casi olvidadas), donde murió su hijo Arthur en 2015. Había caído al vacío tras consumir LSD. Era uno de los dos hijos gemelos que tuvo con Susie Bick, su segunda esposa.
La muerte más dolorosa volverá a acechar al Cave padre y al Cave creativo, justo cuando musicalmente el artista, cual deudo, seguía atravesando pasajes por entre la negrura del hijo muerto (de ahí el extraño Skeleton Tree, el evocador Ghosteen y, por camino aparte, Carnage, concebido con el gran Warren Ellis durante la pandemia). En 2022 murió también Jehtro, su hijo mayor (padecía esquizofrenia y raptos agresivos).
Su reciente Wild God, lanzado el pasado agosto, cierra un recorrido propio con los ya citados Skeleton Tree y Ghosteen. Si de Ghosteen dijo su autor que sentía que lo habitaba el espíritu de Arthur, ahora, con el prodigioso Wild Gold, el músico ofrece su obra como un cálido y alegre abrazo. El duelo ha acabado. Los coros góspel, con instrumental exuberancia, señalan el camino al Dios de la Biblia, el Hacedor de lo cierto y lo incierto y que, como él mismo ha dicho, nos hace ateos ante los creyentes y creyentes ante los ateos. Cave vuelve a la cepa del cristianismo, a la religión, no a la vaga espiritualidad, que a su juicio es el vacío abstracto que lleva a la pantomima del ser y de ahí a la autoayuda. Se confiesa conservador, lo que ha provocado elogios entre los militantes de la diestra, prueba fehaciente de que no han entendido nada. Su conservadurismo es más temperamental y viajado que político. Y el otro dios salvaje aún lo habita en momentos de trance.
La comitiva Nick Cave y The Bad Seeds llegó a España hace unos días y continúa en noviembre su gira por Europa (en el WiZink Center de Madrid asistí a su conmovedor concierto por ética y por estética). Si lo zombi alumbró Skeleton Tree (rescato su preciosa I Need You), si la pena más lírica abrigó las letras de Ghosteen, ahora en Wild God, sin olvido de lo plástico y lo tortuoso, su música parece deslizarse más que nunca hacia el panteísmo y el fulgor interior de la mística (Long Dark Night roza la Noche oscura del alma de San Juan de la Cruz). Sonaron en Madrid el pronto turbio de antaño y el salmo góspel de Wild God(Conversion, Frogs, Joy, O Wow O Wow, Cinnamon Horses). Thomas Wydler había vuelto a la batería y Colin Greenwood (Radiohead), sustituto del enfermo Martyn Casey, manejaba el bajo.
A modo personal, volver a Brighton con Nick Cave es, en efecto, un regreso más allá del regreso. Allí murió su hijo Arthur. Pero dijimos que el duelo acabó. En Madrid nos recorrió un escalofrío, pero el de los vivos. Supimos por el deudo de vuelta que somos maravillosos, como repitió una y otra vez.
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