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La palabra respeto viene de respectus (mirar atrás, atención intensa, no perder de vista a uno tenerlo en especial consideración). Exactamente lo que no se está haciendo con la llamada “vieja guardia” del PSOE. En 1977 se celebraron las primeras elecciones democráticas después de la cruel dictadura franquista. El PSOE actual se presentó con sus siglas centenarias, pero le tuvo que añadir la letra r que iba entre paréntesis: PSOE (r) para diferenciarse del otro PSOE que también se presentó a las elecciones con la letra h entre paréntesis: PSOE (h). Uno, el renovado, liderado por Felipe González; otro, el histórico formado por los que decidieron ignorar el resultado del Congreso de Surenes y que fueron inscritos por el gobierno de Suárez en el registro de partidos políticos. Los renovados miramos hacia atrás y tratamos con enorme respeto a los compañeros de Llopis. Jamás se nos ocurrió calificarlos de fascistas o de que trataban de hacerle el juego a Suárez.
Como militante socialista, ganador con el PSOE de seis elecciones autonómicas consecutivas en Extremadura, me gustaría que a esa “vieja guardia” se la tratara con el respeto que se merecen tras los largos años de liderazgo de algunas de sus figuras más destacadas. Quienes discrepen de sus planteamientos tienen reconocido todo el derecho a hacerlo. Precisamente, ser progresista consiste, entre otras cosas, en defender la libertad de expresión. Lo que ya no parece progresismo es atacar con el insulto o con las suposiciones malévolas a los razonamientos de otros. El PSOE ha cambiado de opinión en algunas ocasiones siendo Felipe González Secretario General y presidente del Gobierno. El caso de la entrada de España en la OTAN fue el más llamativo. Cuando la dirección del partido y el Gobierno de España decidieron que había que hacer lo contrario de lo que se había prometido, sometieron ese cambio de criterio a la decisión de la opinión pública mediante la convocatoria de un referéndum nacional. En esa ocasión, los militantes socialistas nos volcamos en mítines y medios de comunicación para convencer a los ciudadanos de la bondad de la nueva propuesta. Mientras, los componentes de la llamada corriente de opinión, Izquierda Socialista, con nombres tan destacados como Bustelo, Gómez Llorente, Pablo Castellanos, etc. se opusieron públicamente a la propuesta socialista. Nos jugábamos la dimisión o no de Felipe González, pero nadie les insultó ni les expedientó. Tenían otra opinión y la defendieron libre y públicamente.
Esa misma actitud es la que reclamo para rebatir opiniones opuestas a la actual dirección socialista y al Gobierno presidido por Pedro Sánchez. ¿Qué me importa a mí si quienes se oponen a una amnistía a quienes declararon la independencia de Cataluña o realizaron un referéndum ilegal o a quienes rompen la Constitución proclamando la “nación catalana” dentro de “un espacio común compartido” (Illa dixit) tienen mucho o poco ego? ¿Qué me importa a mí si se resignan o no a tener o no protagonismo en la política nacional? ¿Qué me importa a mí si antes se hicieron cosas mejor o peor que lo que se quiere hacer ahora? Lo que me importa es si están a favor o en contra de sus argumentos. Y eso solo se expresa con otros argumentos y no con insultos o con calumnias o con difamaciones o con el “si te vi no me acuerdo”.
Es una difamación, además de una canallada, decir que la “vieja guardia” estaría beneficiando al PP, como se dijo desde algún medio de comunicación cercano al Gobierno que no parece respetar el contraste de sus fuentes. Mentía sabiendo que mentía.
La patria para un socialista es el instrumento de que se dispone para llevar adelante un proyecto de país en el que prime la libertad, la igualdad y la solidaridad. Y esa razón es la que nos lleva a defender la integridad de la herramienta que los separatistas quieren destrozar. La “vieja guardia” no quiere nada, no aspira a nada ni en el partido ni en el Gobierno. No es enemiga de nadie dentro del PSOE. Solo aspira a que el independentismo no consiga la extinción de España. Si eso ocurriera, ¿qué país se va a dejar a los jóvenes? Esa pregunta exige respuesta y no insultos o descalificaciones personales.
Lamento defraudar a los que ahora arremeten contra Felipe González o Alfonso Guerra o contra quienes defienden posiciones que antes defendíamos todos. El mérito existió cuando ambos tenían poder orgánico e institucional. Ahora no tiene ningún mérito, y menos aún si muchos de los que pretenden el ultraje se ponían de alfombra para que pisara la pareja.
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