Juan Ramón Medina Precioso

La sobredeterminación de las elecciones

La tribuna

Uno de los motivos para apoyar el Estatuto de Andalucía fue no sentirnos más que nadie, pero tampoco menos que nadie (léase catalanes y vascos)

La sobredeterminación de las elecciones
La sobredeterminación de las elecciones / Rosell

09 de junio 2022 - 01:36

Se acuerdan ustedes de Paul M. Sweezy? Tras graduarse en Harvard, este neoyorquino, hijo de un alto directivo bancario, se especializó en la versión marxista de la economía. Algunos antifranquistas de los 60 tardamos demasiado tiempo en comprender que una de las ventajas de USA sobre la URSS era que los intelectuales americanos podían criticar abiertamente el peso creciente de los monopolios y del sector financiero en el capitalismo, como hizo Sweezy, mientras que los rusos se veían obligados a defender la economía planificada forzosamente. Alguien que había leído a Sweezy puso de moda entre nosotros la palabra "sobredeterminación". La aplicábamos cuando queríamos dar a entender que alguna causa externa estaba influyendo decisivamente sobre el conflicto a debate. Si algo estaba sobredeterminado, no había nada que hacer. En realidad, aquella noción había sido ideada por Freud para aludir a ciertos efectos provocados por varias causas suficientes distintas, cualquiera de las cuales habría bastada por sí sola. El día que la mataron Lupita estaba de suerte: de diez tiros que le dieron, no más tres eran de muerte. Así, el óbito de Lupita estaba, según Freud, sobredeterminado. Tengo para mí que las elecciones andaluzas están sobredeterminadas, a lo Sweezy, por las próximas elecciones nacionales, pues todo el mundo está pendiente de si el resultado ayudará a Sánchez, y sus aliados podemitas y separatistas, o a Feijóo, y sus posibles aliados de Cs y Vox. Solo a la luz de mi juvenil y confusa jerga de la sobredeterminación puedo entender el comportamiento de los candidatos en el debate televisado y las previsiones de las encuestas.

Si la combativa Olona, de Vox, pronunció más veces "España" que "Andalucía" es porque su partido tiene más interés en entrar en el Gobierno español que en el andaluz. Y no andan errados, porque buena parte de su programa, como el control de la inmigración o la homogeneización educativa, solo puede aplicarse desde el Gobierno nacional y, aun así, con reservas. Si la didáctica Nieto, de Por Andalucía, glosó los méritos del gobierno español en materia social es porque sabe que buena parte de lo que pase en las urnas andaluzas depende del contexto nacional. Y, si le cuesta entender por qué su coalición y el PSOE no van a barrer en Andalucía, puedo, modestamente, sugerirle una pista: muchos andaluces, incluso los que especulamos con un modelo federal por descentralización, lo hacemos desde la convicción de la igualdad de derechos y competencias de los ciudadanos de las diversas comunidades autónomas. Así, no vemos con simpatía, por decirlo suavemente, los pactos con los partidos separatistas, que se traducen en privilegios para sus huestes y refuerzan el supremacismo, cercano al racismo en algunos casos, de los dirigentes separatistas. Cuando la fogosa Teresa Rodríguez, de Adelante Andalucía, le recordaba a Olona que también nosotros, los andaluces, habíamos emigrado a Alemania para progresar laboral y económicamente, podría haber recurrido a un destino más cercano, como Cataluña, donde todo Pujol opinaba que el andaluz era un hombre a medio hacer, una especie de vago analfabeto incapaz de elevarse a las alturas culturales y espirituales de sus compatriotas, o a un País Vasco, donde todavía resonaban las palabras de un Arzalluz diciendo que prefería a los inmigrantes negros, si no sabían español, que a los castellanos, aunque fuesen blancos, un doble racismo en la misma frase. Y también son esos pactos, entre otras cosas, pesan sobre el candidato socialista Espadas. A pesar del prestigio que se granjeó como alcalde de Sevilla, y aun siendo tan moderado que estudió en los Salesianos (y logró que sus hijos lo repitiesen), no despega en las encuestas porque la sombra de la futura elección entre el tontopolllas de Feijóo y el espiado de Sánchez se cierne sobre Andalucía. Si antaño la presencia de González y Guerra ayudaba a los candidatos socialistas a ganar en esta tierra, hogaño la presencia de Sánchez posiblemente les perjudica, máxime si elige hablar de corrupción y de pactos políticos. Uno de los motivos para apoyar el Estatuto de Andalucía fue no sentirnos más que nadie, pero tampoco menos que nadie (léase catalanes y vascos), de modo que ver al presidente de España tonteando con Rufián y con Otegui no ayuda mucho a Espadas, por más talento que le eche. Después de todo, el gran error de UCD fue no comprender ese sentimiento. Y, en fin, si el convincente Marín, que defendió gallarda y documentadamente la gestión del Gobierno andaluz, quizás no recoja los votos que se merece será por el deterioro nacional de sus siglas. Esta dichosa sobredeterminación es la que permitió al ecuánime Bonilla pasar por el debate como el rayo de luz por el cristal, sin romperse ni mancharse y, todavía más importante, sin perder votos a pesar de sus silencios.

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