Valle en el Callejón del Gato

La tribuna

10238505 2024-12-31
Valle en el Callejón del Gato

31 de diciembre 2024 - 03:07

Valle publica Luces de Bohemia en junio de 1924, después de que hubiera aparecido, parcialmente y por entregas, en la revista España en 1920. El año anterior –1919–, Valle ha publicado en El Sol sus Divinas palabras; y en 1917 daría a conocer su libro acaso más ignorado y más determinante de su última etapa: La media noche. Visión estelar de un momento de guerra. Es a partir de su visita al frente francés durante la Gran Guerra cuando Valle ensaya la compresión espacio-temporal y la jibarización del hombre, convertido en afiche intrascendente, al modo en que lo indica el visionario y acerbo Max Estrella, unos minutos antes de morir de frío: “Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el Esperpento”.

¿Y en qué consiste dicha novedad? ¿Cuál es su función, su efecto, su naturaleza última? Probablemente, aquella misma que suscita la “caracterización de fantoche” del librero Zaratustra, al comienzo de la Escena segunda: promover “una aguda y dolorosa disonancia muy emotiva y muy moderna”.

El carácter pictórico de su imaginación y el extremo cuidado de su escritura han desplazado, por otra parte, a Valle hacia el lugar común del “estilista”. Lo cierto, sin embargo, es que Valle es, principalmente, un escritor cerebral que concibe sus obras mediante estructuras y conceptos de extraordinaria eficacia.

Se ha insistido, con razón, en el influjo del Aretino, de Casanova, de Rubén, de Barbey d’Aurevilly, de Sade, de Huysmanns, de D’Annunzio..., tanto en el Valle-Inclán malvado y erotizante de las Sonatas, como el mundo milagrero y abrupto, satánico y feudal, de las Comedias bárbaras y las Divinas palabras. También en la trilogía de La guerra carlista, de mayor ambición histórica. Si bien se ha señalado, repito, el peso de Las diabólicas de Barbey en el erotismo pecaminoso y decadente de las Sonatas; se ha preterido, no obstante, la decisiva contribución del Barbey de La hechizada y El caballero Destouches (también de Los chuanes de Balzac) a la imaginería de la guerra de partidas y a sus gerifaltes y caudillos de impronta demoníaca, como el cura Santa Cruz y Cara de Plata, o en otro sentido, el propio don Juan Manuel de Montenegro.

El abate De la Croix Saint Jugan, monárquico y maldito, se halla muy próximo, estética y conceptualmente, a los conspiradores legitimistas que lirifica Valle en sus dos series dedicadas a la Causa. En todos ellos, del cura trabucaire al segundón altivo, se da el convencimiento y la seguridad, siquiera para vulnerarlo, de lo sacro. Y en esa vulneración, la lujuria y la muerte serán sus vehículos de privilegio.

En Luces de bohemia, sin embargo, no existe ya el pecado. Y tampoco se espera la presencia de dioses o de héroes, envilecidos por la concavidad de los espejos. Cuando decimos que Valle-Inclán es un escritor pictórico no sólo nos referimos a la calidad plástica de su escritura, sino al hallazgo conceptual que ha extraído de El Greco y la “angostura del espacio” en que se adunan los personajes de El entierro del conde Orgaz.

Según aclara Valle a Cipriano Rivas Cherif en carta publicada en 1924: “Esa angostura del espacio es angostura del tiempo en las Comedias”. También Max Estrella, en el mencionado trance de muerte, aludirá a la naturaleza visual de su arte nuevo, no solo en lo que atañe a los espejos del callejón del Gato: “Los ultraístas son unos farsantes. El esperpentismo lo ha inventado Goya”.

De un modo u otro, pues, esta angostura del tiempo ideada por Valle es la que practica ya en Luces de Bohemia y la que perfeccionará, en retablo giróvago, populoso y urgente, a partir de Tirano Banderas, hasta su serie final de El ruedo ibérico.

Según recuerda oportunamente Darío Villanueva, esa forma experimental de Valle obra en consonancia con el resto de la literatura occidental, de Proust, a Joyce, Dos Passos, Romains, Gorki, Wolf, etc. Lo cual nos permite llevar la contraria al propio Valle/Max Extrella cuando afirma que “España es una deformación grotesca de la civilización europea”. La verdad, como resulta obvio, es que la civilización europea, con la momentánea excepción española, se había destruido pavorosamente en la Grand Guerre (Valle lo ha visto, con visión cenital y sobrehumana, en el frente de Verdún); y es de ahí de donde saldrá una suerte de literatura comprimida, sincrónica, a modo de gigantesca miniatura, donde el hombre ha adquirido ya la cualidad de masa. Esa masa ávida y aflictiva, con algo de grosera turba goyesca, es la que vivaquea, hasta la consunción, desde hace un siglo, por el “Madrid absurdo, brillante y hambriento” de Luces de Bohemia.

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