Tribuna Económica
Carmen Pérez
Un bitcoin institucionalizado
Nada más enfilar la carretera que da acceso a Cártama el paisaje se transforma. No por el cielo que, aunque encapotado, casi amenazante, tan solo deja caer algunas gotas, sino por lo que hay en tierra firme. A ambos lados de la vía los daños de las fuertes lluvias que azotaron al Valle del Guadalhorce este martes, llegando a desbordar el río del mismo nombre a su paso por el término municipal, son más que patentes en las zonas cultivadas, con hectáreas de cítricos anegadas, en las que el agua estancada supera el metro de altura a simple vista en algunos casos, cuando no tiene el fruto tirado directamente en aquellas fincas en las que sí se ve el suelo.
La imagen se repite en la barriada de Doña Ana, situada al margen del cauce, donde los vecinos, muchos de los cuales poseen explotaciones de este tipo, han perdido buena parte de sus posesiones en menos de un día. A la llegada del despliegue completo de Policía Local, Bomberos, Infoca, Protección Civil y Servicios Operativos, a eso de las 11:30, los residentes de este núcleo llevan puestos en pie horas con escobas y mangueras para el baldeo en ristre, dispuestos a recobrar la normalidad cuanto antes.
Los que han podido permanecer allí, porque otros tantos fueron desalojados ante la inminente situación de peligro. Muchos comparan lo sucedido con las inundaciones de 1989, que afectaron de forma racheada a la población durante un mes, en el que el río se desbordó "unas nueve o diez veces", pero no por ello de forma menos virulenta hasta invadir las calles, según cuentan los más veteranos del lugar. Aunque la última vez que vivieron algo así fue en 2016. También reconocen con pesar que, si no se toman medidas para contener al río, no será la última. Lo que más lamentan, en conjunto, es que la administración no tome cartas en el asunto para realizar un dique de contención o cualquier otra medida que frene la fuerza del agua, así como que realice limpiezas periódicas en el cauce, que se atora más pronto que tarde cuando llueve torrencialmente.
"La primera que recuerdo fue en el 67", precisa Rafael Rebollo que precisamente por su dilatada experiencia en catástrofes de este tipo realizó una obra en su casa para elevar la entrada; de forma que el agua no pudiese acceder al interior. Su garaje, a pie de calle, no ha corrido la misma suerte, pero los daños a no ser por su inventiva podrían ser mucho mayores. No es el único de la calle que tiene su vivienda así.
Sea como sea, los efectos de esta DANA no han sido menos devastadores. También porque la previsión que barajaban no era tan extrema hasta que los hechos hicieron por precipitarse a partir de las 16:30. A partir de entonces todo fue "barro y caos". No pocos residentes, comentan, lo han "perdido todo". Lo sabe de buena tinta Pepi Luque, que se encuentra sacando enseres de la casa de sus padres. "Ya hemos vivido otras riadas así y lo quitamos todo de forma preventiva, pero no pensábamos que esto llegaría a tanto", explica. A pesar de que cubrieron la puerta de entrada a su vivienda con unos rasillones fijados con mezcla "se ha inundado todo". "El agua salía por el saneamiento con tanta potencia que las bombonas de butano han llegado al baño y, la nevera, tirada en el salón", detalla esta vecina mientras saca varias sillas de mimbre cubiertas de lodo al exterior.
Es, como se puede imaginar, la tarea más repetida del día. Sobre la acera, María Tamara Pérez saca todo el material dañado al exterior. "Tenemos todo anegado: todo para tirarlo", se lamenta. Ha tratado de contactar con su compañía de seguros, pero le aseguran "que el asunto se le escapa de las manos". Su esperanza es que el Consorcio de Seguros pueda cubrir algunos de los daños que la fuerte tromba de agua les ha provocado. Ello dependerá de que el municipio sea declarado por el Gobierno central como Zona Catastrófica.
La noche, rememora, la ha pasado "más tranquila" porque si bien el agua subió de pronto también cejó en su acción destructiva a las pocas horas. "Nosotros tenemos el dormitorio en el piso de arriba, entonces hemos podido pasar la noche aquí, maldurmiendo, salvo los niños, que pudimos acoplarlos en otra casa. Y esta mañana nos toca ponernos de nuevo manos a la obra", comenta apenas unos segundos antes de responder afirmativamente a la petición de una vecina, que le pide a gritos desde la distancia un utensilio para sacar barro de su vivienda.
Las carreteras que recorre el núcleo urbano, a la que en estos momentos no se ve el firme, solo una espesa capa de barro por la que ni siquiera circulan vehículos, se convierte en una suerte de muestrario de los horrores improvisado con objetos bien tornados en inservibles, bien que necesitarán de una buena dosis de limpieza para volver a serlo. Se apilan así cachivaches teñidos de marrón como bicicletas, sillones, tendederos, ventiladores, muñecas, un caballito balancín... Los grandes electrodomésticos no están aún a la intemperie aunque lo estarán en breve pues no se han salvado. "Casi todo irá a la basura", lamenta un vecino entrado en años.
Francisco Sánchez y Rafael García, vecinos de Doña Ana, pasean por la zona haciendo un recuento de daños visual antes de dedicarse a otras tareas. El portón de la propiedad de Sánchez, con un agujero realizado para desaguar, no deja de esparcir el líquido elemento al exterior; dentro, una multitud de objetos flotan a pesar de la vía de escape, como si se tratara de una piscina. La propiedad colinda con unos árboles frutales y éstos, con el río. La peña Flamenca Cipriano Pitana, a pocos metros de allí, también se intuye anegada por lo que se alcanza a ver a través de la puerta entreabierta; la Iglesia, situada al otro extremo, ha tenido el mismo destino, aunque sin que haya que lamentar daños en las tallas. Ninguno de los dos residentes sabría cuantificar los daños ocasionados en sus fincas de cítricos, cuyas superficies se cuentan por hectáreas, pero están seguros de que quedan jornadas de trabajo duro por delante. Antecedidas, eso sí, de una larga y tensa espera porque con el terreno en estas condiciones poco se puede hacer. Habrán de aguardar a que drene.
Por el momento, lo que toca es quitar todo el barro posible para restablecer el tráfico cuanto antes (la A-7057 tuvo que ser cortada a altura de Estación de Cártama) y ayudar a las familias a sacar el mobiliario afectado de sus casas. Varios agentes consultados por este periódico reconocen que, en Cártama, lo que más se lamentan "son las pérdidas materiales" y los animales. Pero, por fortuna, no ha habido víctimas.
Una veintena de efectivos del Plan Infoca colaboran en la zona. "Pasamos del fuego al agua en cuestión de una semana", precisa uno de ellos. Su labor se centra en limpiar a mano con palas los puntos más afectados para permitir la circulación de vehículos. Después, acceden los camiones para baldear. Un grupo de bomberos también presta ayuda a los dueños de vivienda para sacar sus enseres. Otros están repartidos por distintas zonas del término municipal, como Estación de Cártama, y también Álora.
Cártama vive el Día de la Marmota. Los daños, de nuevo, como en las últimas inundaciones, vuelven a ser "infinitos". Y muchos de los destrozos, en palabras del alcalde, Jorge Gallardo, se podían haber evitado. “Toda la zona de viviendas cercanas al río es barro. Hay que limpiar los ríos y los arroyos. Y no hacen caso; no se actúa”, afirma contundente. Porque, en su opinión, pese a que es “muchísima agua la que ha caído” en las últimas 48 horas, las secuelas no habrían sido tan graves de haberse procedido antes a la limpieza del Guadalhorce. “Se podía haber mitigado parte de lo sucedido, pero se nos olvidará. Dentro de un mes nadie se acordará del desastre”, ironiza el regidor cartameño, que asegura estar “harto de decirlo en cada foro”, en cada “oportunidad” que se le antoja. Y, así, se muestra convencido de que los dirigentes políticos que tienen la competencia “volverán a caer en el mismo error”, porque “nadie quiere actuar”.
Los técnicos continúan cuantificando y valorando los daños a través de un análisis que refleje “lo que ha ocurrido en el municipio”. Por el momento, “es muy complicado” dar cifras reales que den cuenta de la situación vivida. La inundación, que en esta ocasión ha obligado al rescate de vecinos por medios aéreos y acuáticos, ha sido, asevera Gallardo, “muy grave” y se da “cada 25 o 30 años”. “Nadie recordaba algo así”, advierte el alcalde. Aunque se les ofreció la posibilidad de alojarse en hoteles, la mayoría de los afectados optaron por pernoctar en casa de familiares o en otras viviendas alternativas.
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