La frustración de los vecinos de Doña Ana, en Cártama, tras otra riada: "Sólo tengo ganas de tirar la casa abajo"
Es la segunda vez que el Guadalhorce se desborda inundando esta barriada en menos de cinco meses
Vecinos de Campanillas piden soluciones tras la riada: "Tenemos el miedo en el cuerpo cada vez que caen tres gotas"

Flashes de un trauma que se repite, una pesadilla recurrente que vuelve a aparecer. Cualquiera de las dos ideas vale. Ninguna, probablemente, describa con exactitud la procesión que llevan por dentro los vecinos de Doña Ana, en Cártama, que este martes tuvieron que vivir, de nuevo, cómo el Guadalhorce se desbordaba, anegando sus casas de barro. Muchísimo barro. Tanto o más que el que han estado casi cinco meses retirando: primero de forma física, a escobazos y paladas; luego de manera más sofisticada, sustituyendo electrodomésticos, con muebles nuevos, pintando las paredes. Eliminando, en definitiva, los rastros de la catástrofe. Toda una lista de tareas que tendrán que cumplimentar otra vez, punto por punto, siguiendo el mismo orden. Y, lo peor de todo, pudiera ser que con el mismo final si no se pone remedio.
"Esto es ir a morir por Dios y esperar a que venga la siguiente", relata Daniel Espinosa. "Ya teníamos todo limpio, las cosas compradas, la casa en perfecto estado". Sabían lo que se avecinaba y tomaron medidas de protección como sellar la puerta principal, sin embargo, no fue suficiente. "Empezamos a achicar agua como locos, por cada cinco cubos hacían falta veinte; después empezó a salir por la ducha y el fregadero y dijimos: mejor vamos a dejar de matarnos porque es para nada", cuenta Espinosa, que se emociona un poco entre frase y frase al contar lo sucedido.
Él y su familia fueron varias de las personas rescatadas por el GEAS (Grupo Especial de Actividades Subacuáticas) de la Guardia Civil. "A la casa no entró tanta agua como la última vez, pero temían que como el nivel no paraba de subir lo hiciera por las ventanas". Finalmente no ocurrió y, de hecho, pudieron abandonar la vivienda por una de ellas. Cinco personas en total: sus suegros, mujer e hija y él mismo; además del perro.
"En esta planta baja vive mi suegra; nosotros vivimos arriba, pero nos dijeron que si seguía aumentando el nivel esto se iba a convertir en una ratonera porque nuestras ventanas sí que tienen rejas, no como estas", explica este vecino de Doña Ana, que quiere mostrar su gratitud a los miembros del GEAS, quienes mientras estuvieron incomunicados les facilitaron una medicación que necesitaba su suegro, que está enfermo. "Nos la dejamos en el coche y ellos nos la trajeron. Estamos agradecidísimos por todo".
Este miércoles en la zona también se encontraban trabajando efectivos del Infoca, quienes ya habían dejado expeditas las calles más transitadas, restando aún otras tantas de esta pequeña barriada cartameña. Quedaba por despejar, entre otras, la que alberga la vivienda de Soraya García, que en el instante de la visita de este periódico era un ir y venir de mangueras, fregonas y manos que sacaban enseres cubiertos de lodo al exterior. La mayoría con billete de ida al cubo de la basura.
"Esto es amargante. No tengo ganas ni de arreglar la casa, sólo de tirarla abajo y ya", relata García, que reside en una de las viviendas más al norte de Doña Ana y, por tanto, más próximas al río junto a su marido y sus dos hijos, de dos y trece años. "El mayor me ha pedido que nos vayamos a vivir a otro sitio, pero como si fuera tan fácil estando cómo está la cosa; además, ¿quién va a comprar una casa aquí si ya hemos salido en todos sitios", lamenta García.
También en su caso acababan de arreglarlo todo con dinero de su bolsillo, puesto que aún no tienen noticias del Consorcio de Seguros, en el que tampoco depositan grandes esperanzas. "Sabiendo el peligro que corríamos no la habríamos comprado. Llevo cuatro años aquí y ya nos ha pasado esto dos veces. Lo que queremos es que nos den una solución: un muro, pues un muro; limpiar el cauce, pues limpiar el cauce; hacer obras en él, pues hacer obras en él".
A unos pasos de allí, como la mayoría de residentes, María Canto trabaja sin pausa echando lodo hacia afuera. "Estamos todavía más cansados y aburridos", asegura esta vecina, que ya ha atendido a varios medios de comunicación estos dos días, pero entiende la situación. "Lo vivimos con mucha impotencia. Algún remedio debe haber. Es muy triste", expresa antes de reconocer que se sienten "agotados".
"Estamos aquí limpiando, pero tenemos un trabajo, una vida, los niños lo pasan mal, los mayores sufren". Ella no vive aquí. Aunque sabe bien lo que dice. La casa es de su madre, de 85 años. "La llevamos a Málaga el día antes en previsión, porque aquí no la podíamos dejar. Imagínate. La vez anterior sí que estuvo y lo pasó fatal".
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