Miguel Villalba, uno de los últimos picapedreros en Málaga: "Trabajábamos de sol a sol para poder vivir"

Tiene 80 años y es el único que queda con vida en Moclinejo que realizaba esa profesión

Álvaro, un nuevo policía local de Torrox, pide matrimonio a su novia durante la toma de posesión: "Ella es mi vida"

Miguel Villalba con las herramientas que utilizaba
Miguel Villalba con las herramientas que utilizaba / Ignacio Martín

Moclinejo/Hace más de 60 años, un chico joven acudía a las canteras cercanas de Moclinejo, más concretamente de El Valdés, una pedanía a dos kilómetros del municipio. Llevaba el almuerzo a su padre, picapedrero, quien trabajaba en un día de verano a más de 30 grados sin poder tomarse un respiro. Ese niño era Miguel Villalba Roldán y después de ver una infinidad de días a sus familiares picar piedra acabó aprendiendo un oficio "de familia" y tradición en el pueblo. "No fui el mejor, ni el más rápido, pero sí fui uno de los que más pasión tuvo en el pueblo por ese oficio", se sincera el que es el último picapedrero de Moclinejo, con 80 años.

Un pequeño Villalba visitaba las canteras cercanas al río que fluía desde la Torre de Benagalbón. Veía a su padre y tío practicar el oficio. Con el tiempo, cuando se hizo más mayor, ya picaba piedra con ellos. "Lo curioso es que a casi nadie le apasionaba como tal. Era un trabajo muy duro, pero tenían que comer. Casi el 30% de El Valdés trabajaba en eso, había salario para todos. A mí me llenaba, me gustaba más que el campo y las horas en la cantera no se me hacían eternas como a otros", narra el protagonista.

La labor de la picapedrería "era muy simple". Consistía en extraer y tallar piedras para la creación de adoquines, esenciales para pavimentar las calles. Cada vez que tenían que abrir una piedra, debían empezar haciéndole una cala a mano con un martillo y cincel. "Esto se realizaba agachado, en ocasiones de rodillas o en cuclillas y con mucha paciencia. En invierno no afectaba mucho el frío, pero en verano las canteras eran un horno", expresa.

Cuado dominó el oficio, podía hacer un adoquín en apenas unos minutos. "Era lo normal, dependía de la persona y de la piedra, pero no se solía tardar más de 15 o 20 minutos", detalla. Esta tarea se hacía "día sí y día también, de sol a sol. Gracias a este trabajo podíamos vivir. Mi padre y mi tío alimentaron a toda una familia picando piedra". De los picapedreros, "muchos solo estuvieron un tiempo, o alternaban con otro trabajo, especialmente la agricultura. Yo estuve más de 30 años", cuenta Villalba, quien admite que era un oficio muy agotador, y que con el tiempo producía lesiones o "problemas en todo el cuerpo". Pero, a pesar de esto, él consiguió apreciar "lo bonito del trabajo, lo disfruté tanto que me llegó a gustar más que ir al campo. Normalmente, le das a elegir esto a una persona y no tiene dudas en su respuesta", valora Villalba.

"Apreciaba los simples detalles. Me emocionaba cuando quedaba un adoquín perfecto, como se partían las piedras, el proceso, como caía la tarde y se iba el sol. La única forma de ser picapedrero mucho tiempo, era disfrutando de los momentos de la profesión", admite el vecino de Moclinejo.

Del mural que realizó, Antonio Montañez, también de El Valdés, conocido como el Gaudí de la Axarquía, en homenaje a los picapedreros del municipio solo queda él con vida: Miguel Villalba Roldán.

Miguel Villalba en el mural de Antonio Montañez
Miguel Villalba en el mural de Antonio Montañez / Ignacio Martín
Homenaje picapedreros en El Valdés
Homenaje picapedreros en El Valdés / Ignacio Martín

Un oficio muy sacrificado y necesario

El oficio se inició en 1930 en Moclinejo. Se mantuvo algo más de 50 años. Con las herramientas actuales y tecnología ya no se realiza como tal. "Ahora una máquina hace nuestro trabajo. Solo se necesita un borde y hormigón", añade el protagonista.

Villalba explica que ganaban unos 50 céntimos por adoquín, "en aquella época era dinero, un jornal era de cinco duros o así", añade. También hacían bordillos, no siempre ganaban lo mismo. "En una jornada se podían hacer unos 100 por persona. Hay días que más, otros que menos y otros que llovía y no podías trabajar", precisa el vecino de El Valdés.

Era una profesión "muy necesaria, porque en aquella época había que construir carreteras, por ello, siempre se necesitaban adoquines", expresa Villalba Roldán.

Después de más de 30 años, Villalba se casó y pasó sus últimos años de trabajo antes de jubilarse en el campo. A día de hoy, se le siguen saltando lágrimas al recordar al pequeño Villalba. Aunque, su cuerpo acabó con secuelas por la dureza del trabajo.

Con dolor en las piernas, dificultad para andar, y en todo su cuerpo, Miguel disfruta de su vejez. Hace meses superó una enfermedad que le afectó al pulmón, y perdió a su mujer. Vive tranquilo en la pequeña pedanía de El Valdés, en donde están enterradas las canteras que trabajaban decenas de hombres hace más de 50 años.

stats