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Una semana después de la tormenta en Málaga: "Agradecemos estar vivos y poder contarlo"

Los vecinos de Álora continúan las tareas de descombro en sus casas para tratar de recuperar la normalidad lo antes posible, aunque reconocen que les llevará meses

Álora se recupera de las inundaciones por la DANA, en imágenes

Una semana después de la tormenta. / JAVIER ALBIÑANA

Se cumple una semana desde que la DANA descargó alrededor de 200 litros de agua en apenas unas horas en la provincia de Málaga. Los vecinos de Álora -uno de los municipios más afectados- continúan achicando agua y retirando fango. La labor de bomberos, la ayuda de voluntarios y sus propias manos trabajan a destajo para recuperar la normalidad lo antes posibles, aunque “mínimo cuatro meses no nos los quita nadie”, lamentan los habitantes de las zonas más castigadas por el temporal en el municipio, las más próximas a los cauces del río. 

El cielo no esconde nubes negras y el sol sofoca casi como un día de verano. No hay duda de que, tras el temporal, llega la calma. Aunque no para todos. Los vehículos arrumbados entre los limoneros derribados, los escombros amontonados en las puertas de las fincas y los hoyos que dejan las pisadas en el fango del camino evidencian lo “mucho que queda por hacer”. Los damnificados no quieren aún pensar en los daños materiales; tampoco cuánto tardarán en volver a vivir en sus casas. De momento, agradecen “estar vivos y poder contarlo”.

Un coche que se llevó la riada. / JAVIER ALBIÑANA

Hace 15 años que David Romero, natural de Pizarra, compró una finca de 12.000 metros en la zona aloreña conocida como La Isla. En 2012, ya sufrió los efectos de una tormenta que anegó su hogar. El pasado martes, tras una noche diluviando, cuenta a este periódico que salió a observar el Guadalhorce. Aún no se había desbordado, pero ya estaba crecido. Él salió primero en un coche. Su mujer y sus hijos lo harían detrás. Pero, ella “se entretuvo un poco y, cuando quiso hacerlo, ya no podía. Los juguetes de los niños ya estaban flotando”. 

Patricia, que así se llama la mujer, subió a la segunda planta a los pequeños, de nueve y cuatro años. Pintaron y jugaron. “Mantuvo la calma en todo momento. Fue una valiente”, reconoce orgulloso su marido. También alertó a los servicios de emergencia. Efectivos de la Guardia Civil acudieron en su búsqueda y los evacuaron en helicóptero. El mayor, dice su padre, “empezó a llorar cuando lo trajimos ayer para que viera cómo estaba esto”. El pequeño, “llegó vacilando al colegio porque se había subido en un colorero (así se refiere al helicóptero)”.

Limpiando una de las casas afectadas en Álora. / JAVIER ALBIÑANA

Acompañado por sus empleados, Romero trabaja a destajo para poder pasar las Navidades en su casa, aún anegada la entrada y el bajo. Cargan camiones con enseres ya inservibles para llevarlos al punto limpio; otros, los apartan con la esperanza de poder darle uso de nuevo una vez limpios. Miguel Martín, nada más conocer que la familia de su amigo estaba en peligro, se desplazó desde Pizarra a Álora. Sus manos no se han ausentado desde entonces. Como tampoco lo han hecho las de la familia de Isabel Montiel. 

Se encontraba con su marido cuando “el agua empezó a inundar todo en cuestión de segundos”. Apenas les dio tiempo a resguardar a sus animales y subirse al tejado. Las pérdidas materiales superan, según sus cálculos, los 60.000 euros, pues entre ellas se encuentran dos coches que se llevó la riada. Si bien, manifiesta que “lo material se arregla o se sustituye. En cambio, una vida humana nunca se puede recuperar”, reconociendo en este punto la magnitud de la desgracia de Valencia (que acumula ya más de 200 muertes). A pesar de su situación particular, cuenta que la empresa de transportes que regenta ha enviado un camión con enseres de primera necesidad directo a los pueblos valencianos asolados.

La familia de Isabel en la vivienda damnificada. / JAVIER ALBIÑANA

Lo que más lamentan los damnificados de Álora, en conjunto, es que las administraciones no tomen cartas en el asunto para realizar “una caja grande al río” o un “dique de contención” que frene la fuerza del agua. Pero, sobre todo, exigen limpiezas periódicas en el cauce, que se atora con cañas más pronto que tarde cuando llueve torrencialmente. 

Al otro lado del pueblo, junto al cauce, al menos una decena de viviendas levantadas en la zona de Los Aneales también quedaron anegadas el pasado martes. Hasta tres familias fueron sorprendidas por las inundaciones cuando intentaban huir. Todas ellas se cobijaron en casa de Jesús. Siete niños en la planta de arriba, nueve adultos abajo -aguantando la puerta- y cinco perros. Todos fueron rescatados por el Instituto Armado.

Una semana después, Jesús continúa reconstruyendo su hogar, el que le salvó la vida a sus vecinos. Hace sol y, mientras quita fango, sube el volumen de la música. Recordar la mañana de aquel martes le afecta. Por ahora, prefiere seguir escuchando el flamenco de Lole y Manuel.

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