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Es sorprendente lo que en un mismo ambiente pueden sentir las distintas personas. En cualquier contexto cotidiano siempre existe esa persona que es capaz de caminar por el hielo en manga corta y, aquellos que una simple brizna de aire puede erizarles la piel. A priori uno podría pensar que, teniendo todos una temperatura corporal muy parecida, la sensación de frío a 8 grados o la de calor a 30 debería ser similar para todos, pero no es así. En el punto medio está la virtud, eso dicen. Pero digamos que el organismo y su regulación térmica tienen una relación algo más extremista.
Una de las respuestas a esta curiosidad está en el cerebro. Sí, de nuevo el poder de la mente. Y en este sentido, todas las personas percibimos diferente el frío porque tenemos diferentes respuestas cerebrales y, en consecuencia biológicas, ante la misma temperatura que estamos expuestos.
Llegados a este punto,cabe diferenciar el ''tener frío'' con ''sentir frío''. Lo primero está relacionado con una cuestión objetiva, con la temperatura a la que se encuentra nuestro cuerpo. La sensación de frío, sin embargo, es algo más compleja y atiende a varios factores. Comenzamos a percibir que nos sentimos fríos cuando los nervios de la propia piel envían señales al cerebro sobre la temperatura a la que se encuentra, pero no responden exactamente a lo baja que sea dicha temperatura. La sensación de frío más bien tiene que ver con la velocidad a la que dicha temperatura cambia.
Esto explica como nuestro cuerpo puede adaptarse a un cambio de temperatura brusca autoregulándose. Ello explica que síntamos un shock de primer impacto en contacto con algunas temperaturas a las que no estamos acostumbrados,como por ejemplo la del agua. Esa primera impresión es una señal de alarma que nuestro cuerpo genera para avisarnos de que el cambio de temperatura se ha producido y garantizar que no suframos una hipotermia.
Los impulsos nerviosos son enviados a los músculos para generar calor metabólico a través de los escalofríos, los vasos sanguíneos se contraen para evitar que se pierda calor por aquellas zonas que están más frías y concentrándolo en los órganos internos.
A medida que el tiempo va pasando, nuestro cuerpo va termoregulando la sensación hasta mitigarlo o, al menos, reducir su efecto. Pero como reaccionamos ante este impacto tiene más que ver con nuestra manera de percibirlo desde nuestras emociones. Puede suceder a la inversa, como por ejemplo en los pacientes con intoxicación alcohólica, que sienten que no tienen frío y pueden llegar a morir por congelamiento. Esto se debe a que la respuesta cerebral con la del sistema límbico, responsable de nuestras emociones, es una combinación que se solapa de manera simultánea.
Asimismo, el estrés continuo afecta negativamente a todo nuestro cerebro, afecta a genes que regulan el estado de ánimo siendo un factor que dificulta una correcta respuesta al frío. En cualquier caso, en la sociedad actual, con las calefacciones y los aires acondicionados, nos hemos acostumbrado a regular la temperatura ambiental de forma que esta sea la que se adapte a nuestro cuerpo y no nuestro cuerpo al entorno.
La miembro del Grupo de Trabajo de Dermatología de la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia (SEMG), la doctora Jenny Dávalos Marín destaca que, en la actualidad, se conoce que "la herencia tiene un papel fundamental en la regulación de estos mecanismos compensadores de la temperatura". Así, indica que una persona que tenga una mayor tendencia a la piel grasa tendrá más protección ante las temperaturas externas, así como una menor pérdida de calor interno, al ser ésta más gruesa.
"La cantidad de grasa corporal proporciona más protección contra el frío. Quienes son delgados, o tienen un bajo índice de grasa corporal, probablemente estarán menos protegidos frente a las bajas temperaturas. Sin embargo, esto no quiere decir que debamos engordar para dejar de ser frioleros, ya que esto trae consigo muchos más riesgos de salud", añade.
Entonces, ¿a partir de qué temperaturas hay que estar muy pendiente de nuestro cuerpo para que no sufra? La Doctora Dávalos explica que, tanto para frioleros como calurosos, "el confort térmico es aquel en el que no intervienen los mecanismos termorreguladores de nuestro cuerpo. El cuerpo humano se encuentra en este estado cuando las temperaturas oscilan entre los 21 y los 25 grados".
Los problemas llegan con las situaciones tanto de hipotermia como de hipertermia. "La hipotermia se produce cuando el cuerpo pierde más calor del que puede generar y la temperatura corporal baja de 35ºC, algo complicado de medir con los termómetros que tenemos en casa".
En el caso opuesto, la hipertermia, el calor produce riesgos al organismo cuando la temperatura corporal llega a unos límites inusualmente elevados, algo que nuestra experta establece a partir de los 37,5 o 38,3 ºC, como informan los Institutos Nacionales de la Salud (NIH) de Estados Unidos.
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