Opinión
Carlos Navarro Antolín
El Rey brilla al defender lo obvio
Nutrición y dietética
El desfasaje en los horarios del sueño puede alterar ritmos circadianos y perjudicar al organismo. Y somos muchos los que aprovechamos los fines de semana o períodos de vacaciones para cambiar nuestras rutinas y quedarnos ''un poquito más'' en la cama. En consecuencia, esto también afecta a nuestros horarios de comidas. La buena noticia es que no pasa nada si se hace en momentos puntuales, pero puede tornarse un problema si hacemos de esto un hábito. Y durante la cuarentena ha cobrado sentido el término 'jet-lag' alimentario.
Este término hace referencia precisamente a este desfase que se produce en los horarios y los hábitos entre festivos, etapas de vacaciones y períodos extendidos de aislamiento como ha sucedido durante la pandemia del coronavirus. ¿Cómo reacciona nuestro cuerpo ante estos cambios?, ¿pueda afectar a nuestra salud? La respuesta es sí.
Nuestro cuerpo se habitúa a esta rutina a tal punto que generalmente tenemos hambre a la misma hora, así como también empezamos a sentir sueño de igual manera a la misma hora todos los días. A tal punto nuestro reloj biológico se acostumbra que prepara a nuestro organismo para asimilar y metabolizar las calorías que se consume durante el día, mientras que por la noche prepara al cuerpo para el ayuno que se produce mientras se duerme.a a estas rutinas.
En los últimos años se ha demostrado que el cuerpo asimila de manera diferente las calorías en función de la hora del día, de modo que, por ejemplo, comer o cenar tarde se ha relacionado con un mayor riesgo de obesidad. Y este es el problema de reprogramar nuestro funcionamiento interno.
Básicamente, nuestro cuerpo se desorientará si modificamos y desfasamos todos los horarios de nuestras comidas. Si modificamos todas nuestras rutinas alimentarias, al cuerpo le costará más de lo habitual el digerir los alimentos, gestionar los nutrientes, dosificar la respuesta a la insulina y muchas otras consecuencias poco saludables.
Cuando la ingesta tiene lugar de una manera regular, el reloj circadiano asegura que en el organismo se pongan en marcha las vías metabólicas que ayudan a asimilar los nutrientes. No obstante, cuando se ingieren alimentos en una hora inusual, los nutrientes pueden actuar sobre la maquinaria molecular de los relojes periféricos (fuera del cerebro), alterando su horario y modificando las funciones metabólicas del organismo.
Y es interesante destacar que esto sucede aunque comamos lo mismo, porque es la irregularidad lo que nos hace engordar y no las calorías.
Según un artículo publicado en la revista Nutrients, las alteraciones de las comidas más de tres horas y media, a largo plazo, incluso de manera repetitiva durante todos los fines de semana, pueden suponer una subida de peso de hasta cuatro kilos con respecto a aquellos individuos que presentan un menor eating jet lag o, sencillamente, que no lo tienen.
Es decir, a raíz de este cambio radical en nuestra rutina, podemos llegar a desfasar completamente el horario de nuestras comidas y esto puede derivar en problemas relacionados con la obesidad. Pero el mayor impacto se produce cuando la diferencia, como ya hemos mencionado, es de 3,5 horas o más.
Para explicar la relación entre el 'eating jet lag' y la obesidad, los expertos señalan que cada fin de semana los individuos se someten a una ligera cronodisrupción, es decir, a la falta de sincronía entre el tiempo interno del organismo y el social. Esto produce la ruptura de la homeostásis energética, los mecanismos de autorregulación del propio organismo.
Es decir, la estabilidad en los horarios de las comidas así como en las calorías consumidas y en la duración del ayuno nocturno, resulta una intervención útil para proteger la salud y reducir factores de riesgo cardiometabólico como la obesidad abdominal, el mal control glucémico o la diabetes así como también, la hipertensión arterial.
De hecho, la importancia de la regularidad en los horarios de las comida, incluyendo fines de semana, para el control del peso, a juicio de los científicos, podría ser un elemento a tener en cuenta en las pautas nutricionales para prevenir la obesidad.
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