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Es cierto que gracias a las vacunas se han conseguido enormes avances en la prevención de diversas enfermedades infecciosas, haciendo incluso que alguna se haya erradicado y otras sean casi inexistentes. La aportación de las vacunas a la salud de la población ha sido y es, sin duda, espectacular y beneficiosa.
Otra cosa es que la decisión de incorporar una determina vacuna a la estrategia de vacunación general en la población potencialmente beneficiaria, requiere análisis que superan la simple aproximación a los resultados de un ensayo clínico y es por eso que dicha decisión debe ser basada en criterios científicos propios de la salud pública y, siempre, bajo la responsabilidad de las autoridades sanitarias. Pero esto, puede requerir otra tribuna más específica.
En esta ocasión, quiero focalizar la reflexión en torno al bajo nivel de cobertura vacunal en el colectivo de profesionales sanitarios, tanto en lo que se refiere a la vacuna antigripal como a lo relacionado con la vacuna para el Covid-19.
Los datos de esta última campaña 2023-2024 muestran una cobertura baja entre profesionales sanitarios y expresan un problema tanto en lo que se refiere a la protección de este colectivo, como a la de los pacientes a los que atienden (sobre todo, los más vulnerables). Tampoco es un buen ejemplo para animar a la población diana a que acceda a la vacunación.
El tema es complejo y requiere un análisis específico y seguramente una estrategia formativa e informativa que debe implicar no sólo a los propios profesionales sino también contar con la participación de sus organizaciones científicas y colegios profesionales. La responsabilidad para con la ciudadanía y los pacientes es, de por sí, un imperativo ético que puede y debe ser tenido en cuenta.
Por supuesto que la idea de hacer obligatoria esa vacunación seguramente no sería la solución; salvo situaciones tremendamente excepcionales, me considero muy partidario de las estrategias educativas y de acciones de pedagogía que permitan que cada profesional y cada ciudadano o ciudadana pueda tomar sus propias decisiones. En el caso de los profesionales sanitarios, es también necesario apelar a la ética y a la responsabilidad para proteger a sus pacientes.
En esta ocasión creo que estamos aún a tiempo de mejorar los objetivos para la próxima campaña. Quedan unos meses y cabe el análisis y la articulación de una respuesta específica. Algo que además debiera de hacerse de manera continua campaña tras campaña.
Por tanto, el trabajo de las autoridades sanitarias y de todas las personas responsables de las organizaciones científicas y colegios profesionales debe orientarse hacia el análisis de las razones que condicionan el comportamiento de no vacunación entre los profesionales sanitarios para así poder desarrollar formación, información y pedagogía orientadas a enfrentar esas razones.
Se avanzará así en el objetivo de incrementar esta cobertura y contribuir a una mejor prevención. Aunque solo sea un milímetro en cada intento, ya será importante. Un milímetro más es mucho, aunque aspiremos a mucho más.
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