Alumbrado navideño
Pases de calle Larios

Corazón de templo

Miércoles santo

Salesianos, Fusionadas, Paloma, Sangre y Expiración completaron el tránsito de la Pasión con las calles llenas mientras Jesús El Rico procedió a la liberación del preso en una jornada repleta de contrastes e historias

La Virgen de la Paloma, a su salida en su casa hermandad, en la Plaza de San Francisco.
La Virgen de la Paloma, a su salida en su casa hermandad, en la Plaza de San Francisco.
Pablo Bujalance

05 de abril 2012 - 01:00

RESULTA sorprendente el modo en que la percepción de la Semana Santa, como fenómeno religioso, cultural y turístico, ha cambiado durante los últimos años. Pero, a la vez, el modo en que el mismo fenómeno se resiste a reducir su identidad frente a la cada vez más extendida tendencia a observar las procesiones en conexión es revelador. Ayer, en Carretería, mientras la Virgen de la Paloma surcaba las aceras atestadas en su hermosísima composición, con su aire castellano y antiguo, precedida por Nuestro Padre Jesús de la Puente del Cedrón y el inefable sayón Berruguita, no faltó la chiquillería empeñada en dar con Ana Botella en alguna parte en plan Dónde está Wally, ni los vecinos insobornables que asistían a la proyección del espectáculo sentados en sofás de sky frente a los locales de alimentación de adscripción asiática y los compro oro que animaban a los usuarios potenciales a aliviar un tanto los males de la crisis, ni los incondicionales en cuyas miradas de admiración se adivinaban décadas de contemplación dedicadas a aquella misma imagen, como un consuelo que cada año renueva su eficacia; pero, al mismo tiempo, parecía no haber curioso sin su iPhone dispuesto a no dejar de transmitir un sólo segundo de la procesión vía red social. Y no es una costumbre que ataña exclusivamente a los jóvenes, sino toda una manera de participar de forma activa en la Semana Santa a cargo de personas de todas las edades y condiciones: compartiéndola, narrándola, fotografiándola, sabiendo en cada minuto la posición exacta de los interlocutores y haciendo saber la propia. Desde universitarios con polo de Lacoste hasta madres abnegadas con el bolso lleno de sandwiches de mortadela para sus hijos, el espectro social que abarca la atención proverbial de Twitter en Semana Santa es ya muy amplio y nada anecdótico; por el contrario, la cuota de radioyentes con los auriculares en ristre es sensible y tristemente inferior en esta refriega, al menos a vista de pájaro. Olía ayer a Whatsapp (éste sí en manos de un público en su mayoría adolescente) en Capuchinos tras la salida de Salesianos, en la Plaza del Obispo mientras Jesús El Rico procedía a liberar al preso de turno (un mozo de almacén de 26 años que llevaba 18 meses en la cárcel por un delito de robo con violencia) , en Dos Aceras mientras la cruz guía de la Sangre conquistaba la calle y en la Plaza de Félix Sáenz mientras los Paracaidistas cantaban La muerte no es el final a mayor gloria del Cristo de Ánimas de Ciegos. Y por más que se quiera insinuar lo contrario, estos comportamientos sociales inciden de manera directa en la liturgia urbana que también es la Semana Santa. Donde antaño reinaba la mirada piadosa, favorecida por el lento compás del tiempo que sucede estos días, como si las marchas procesionales dictaran el transcurso de las horas con más decisión que las leyes astronómicas, hoy abunda más, y con mucho, la explotación digital de los sucesos, la notaría feroz de los dispositivos móviles, la valoración en foros públicos y privados al instante. Las tallas ya no son admiradas, son tuitteadas. La cuestión es: ¿Pierde con ello la Semana Santa parte de su significado religioso? Ayer, mientras El Rico salía de la calle Victoria, toda la muchachada que esperaba sentada en el bordillo captaba el momento íntegro en sus pantallas, y uno no podía evitar compararlos con los turistas que actúan de igual forma frente a los antiguos templos mediterráneos de Grecia y Roma, cuya espiritualidad resulta de lo extinto de su función. Cuando la Iglesia primitiva comenzó a representar en catacumbas y cuevas a sus referentes bíblicos, contrariamente a lo que ordenaba el Antiguo Testamento, el objetivo no era desde luego realizar imágenes fotogénicas e intercambiables. ¿Qué decir, entonces, de la bellísima talla del Santo Cristo de las Penas, que ayer propició la redención de la Tribuna de los Pobres con su álgido ye vocador silencio?

Quizá la clave de la disyuntiva se encuentre en la naturaleza profundamente escénica de la Semana Santa. Cada procesión es un acontecimiento teatral, y lo es en su calidad de irrepetible, de único, de efímero. Por más que en los trending topic de cada día se cuelen algunas procesiones malagueñas, el trono de la Virgen de la Paloma, que cabe en el estrecho margen de maniobra que le brinda el cruce entre la Plaza de San Francisco y Carretería, no puede ofrecerse nunca, sin embargo, a través de la redes sociales como se envía la receta de las cocochas de merluza a la vizcaína, ni descargarse como la última película de Santiago Segura. Si nunca existen dos funciones teatrales iguales, tampoco pueden darse dos procesiones idénticas; y en ambos casos hay que haber estado para verlo. Cualquier retransmisión pierde por completo su eficacia. En esencia, tampoco Dos Aceras es la misma calle cuando el Cristo de la Sangre asoma con su imponente figura, en una expresión absoluta de dolor y desamparo mientras las tinieblas comienzan a someter a la tarde y los sentidos se disparan. ¿Cómo demonios puede meterse en una grabación de vídeo o en un mensaje de 140 caracteres todo lo que acontece cuando el Cristo de la Exaltación sale de la iglesia de San Juan mecido por una nube de carne, sangre e incienso, en un festival de aromas y colores que sigue embriagando con el mismo poderío que hace cuatro siglos, mientras las lágrimas de mujeres enlutadas salen al paso y las promesas se resuelven en pies descalzos y gestos de una contrición irreductible? ¿Puede alguien tener realmente la ilusión de que vio ayer la solemne puesta de largo de la Expiración, con la madrugada ya cernida en un crujido de muerte, sin haber estado, sin haber registrado en el pecho el golpe sordo de los tambores, sin haber compartido el vértigo y el calambre en la espalda, sin haber ido más allá de la mera intuición que permite un comentario en Facebook o una crónica en una página web? La idea de que las tecnologías de la comunicación permiten a cualquiera estar en cualquier parte tienen su piedra de toque en la Semana Santa malagueña.

En consecuencia, la ciudad encarnó ayer su corazón como si se tratara de un templo. El monumental tránsito de Fusionadas levantó las pasiones más exaltadas entre nostálgicos de las brigadas con fusil al hombro y devotos de rosario gastado entre los dedos y padrenuestro susurrado al calor de una esquina. En el Muro de San Julián, mientras arrancaba la procesión de La Paloma, se citaba tanto el lumpen más marginado y con menos expectativas, desdentado y rojo de alcohol, como la Málaga más pujante y victoriosa, la que habla con impunidad de acciones en bolsa y previsiones (sí) de crecimiento. Una síntesis que sólo una Dolorosa ante su hijo cautivo puede convocar. En cuerpo y alma.

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