San Juan se viste de luto por el Cristo la Redención y la Señora de los Dolores
San Juan abre sus puertas por última vez en la Semana Santa para rendir culto y guardar luto a sus titulares del Viernes Santo
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Dolores de San Juan en el Viernes Santo de Málaga, en fotos
Málaga/El luto más oscuro de la tarde lo vestía la iglesia de San Juan, que abría sus puertas para dar culto al Cristo Redentor y a la Virgen de los Dolores, que salían desde sus entrañas en el más ensordecedor de los silencios con las campanas de la iglesia replicando y anunciando que el Señor había fallecido y que su Madre moría de pena tras Él. De una garganta se arrancó una seguiriya cantada a un a una Virgen de vestiduras negras, que no se paró ante la voz de Rufino Rivas y siguió por calle San Juan a paso rápido tras un crucificado que pasaba sus últimos minutos clavado en madero.
Cargados con cruces a sus espaldas, algunos descalzos, otros con rosarios, iban algunos penitentes tras el Señor al que la devoción se le brindó en forma de oración interna. Algunas notas de las capillas musicales que acompañaron a ambos titulares por la calle marcaban los latidos de una procesión solemne, que caminaba pesadumbrosa por una Málaga nazarena en su último día de Pasión.
Con la sencillez característica y ceremoniosa que les caracteriza, el pequeño cortejo encaraba calle Larios y la Tribuna Oficial, en la que enmudecieron los presentes ante las imágenes que revivían una historia contada desde hace siglos y de la que ciudad era testigo un año más en su Viernes Santo. Con el corazón sobrecogido por la religiosidad y la sencillez de una estación de penitencia ceremoniosa, llegaban ambos titulares a la Catedral. La gran torre que desde las sobras de la noche se mantenía firme parecía llorar con cada campanada a la llegada de la cofradía.
El incienso volvía a mezclarse con el perfume a azahar que desprendían los alrededores de la Manquita al paso del Señor y la Virgen, que caminaban ante los ojos de una ciudad en la que hasta la luna se vestía de luto. Las aceras manchadas de cera hacían chirriar los zapatos de los penitentes azabache y de los hombres de trono, que emprendían el camino de vuelta a un interior de San Juan, donde la Virgen de Lágrimas y Favores y el crucificado de Vera+Cruz presenciaban la imagen inmutables.
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