Quizás
Mikel Lejarza
Toulouse
Málaga/El característico mosaico en tonos tierra de la iglesia de San Juan rompió su simetría por las cientos de cabezas del tumulto de gente que se aglomeraba ante el gran pórtico. A pocos metros, por el lateral, un goteo incesante en tonos verdes y crema con fajines de esparto y cruces blancas pasaban al interior. Eran poco más de las tres de la tarde y destino lo había escrito en forma de itinerario cofrade: sale María Santísima de Lágrimas y Favores.
El interior de la iglesia rebosaba de hermanos, devotos y cámaras. Los ojos de los presentes bajaban directamente del rostro de la Virgen a la campana, y de la campana a él: martillo en mano y ceñido en una túnica estaba Antonio Banderas, que como cada año hizo las labores de capataz durante todo el recorrido.
Un inquieto movimiento de la banda reunió a todos los hombres de trono y nazarenos en un abrazo con movimiento marinero al ritmo de Lágrimas de San Juan, que rasgó desde los corazones hasta las gargantas de quienes entonaban el himno. Con la letra y las emociones a flor de piel, las puertas se abrían dejando entrar la luz de un Domingo de Ramos que se vivía bajo el espejo azul del cielo.
Los primeros toques de campana, dados por el pregonero de esta Semana Santa, Francisco Jiménez Valverde, recorrieron de punta a punta la parroquia. Nacieron así las primeras lágrimas y la petición de los primeros favores a la titular mariana, que comenzaba a balancearse con elegancia para salir del templo.
El chirriar de los zapatos negros de los hombres de trono fueron el compás de la estrecha salida, que medida al milímetro, continuaba por calle Calderón de la Barca. Pocos metros después, aún con el incienso tapando gran parte de su rostro, un sonido seco paraba la procesión en calle Especerías: la corona de la Virgen se rompió. Con el aliento contenido y los nervios vibrando bajo su manto, uno de los hermanos de la cofradía subía a mirar cara a cara a la Virgen y ponerle la corona de capilla. La reina volvía a estar coronada.
Con paso ligero, comenzaron en recorrido oficial hasta llegar a la Catedral. En el interior de la manquita, silencio y devoción, que estalló en el Patio de los Naranjos. El olor a azahar del que Lágrimas y Favores se impregnó en el instante posterior a su salida bajo los naranjos se convirtió en el perfume que la acompañó el resto del recorrido mezclado con los pétalos que le llovían del cielo hasta la llegada a su templo, donde vuelve a ser reina la niña de San Juan.
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