Vera+Cruz, el luto hecho madero del que es testigo la Catedral
Vera+Cruz ha procesionado por las calles de Málaga pudiendo realizar parte de su estación de penitencia en la Catedral, a la que no entraba desde 2014
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Málaga/Lúgubre y sereno, desde una parroquia de San Juan oscura, que poco tenía que ver con el interior de la misma que se vivió el Domingo de Ramos, salía Vera+Cruz a las siete de la tarde. Bajo un cielo quemado moría Jesús en un madero alto, que se erigió en calle Calderón de la Barca y se mantuvo firme en la misma durante un cuarto de hora. Las túnicas negras con la cruz de San Juan como emblema característico, conformaba la firma que verificaba que la imagen pertenece a las Reales Cofradías Fusionadas, siendo este crucificado la última de las tallas de esta cofradía en procesionar por Málaga.
La bandera de España que forma parte de la plaza de la Constitución ya hondeaba a media asta cuando sus pies comenzaron a pisar calle Larios. La balconada roja parecía arrodillarse ante un Cristo que, yaciente, encaraba el Recorrido Oficial bajo la atenta mirada de la Torre Sur que se colaba entre los huecos de los edificios y a la que ansiaban llegar para poder realizar parte de su estación de penitencia en su interior: un sueño que llevaba sin realizarse desde 2014 y que este año por fin pudieron cumplir. Como testigo, el patio de los Naranjos, que desprendía su característico olor a azahar con una intensidad especial, como si se tratase de un perfume para el difunto.
Campanada tras campanada, los pasos se hacían más largos y la historia que los hombres de trono cargaban sobre sus cansados hombros comenzaba a hacerse realidad con la llegada de la madrugada. El pequeño cortejo de nazarenos, de tan solo sesenta personas, iluminaba con sus velas el camino de vuelta a San Juan, mientras en algunos puntos podía escucharse a lo lejos las voces de la Legión, que parecían dedicarle a la Sagrada Vera+Cruz algunas estrofas del "Novio de la Muerte" al son de las cornetas y tambores.
La brisa de la primavera anunciaba lo que quedaba por pasar, colándose entre el crucificado y el pequeño palio negro que le acompañaba justo detrás. Con la luna reluciendo sobre su cabeza, como si fuese un halo, el madero recorría calle San Juan para llegar a su templo, donde con las luces apagadas, en el más absoluto de los silencios y bajo la tenue luz de algunas velas, las oraciones se sucedían entre murmullos, creando así una de las escenas más sobrecogedoras e íntimas del Jueves Santo malagueño.
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