Entre arbotantes y tradición: así procesionó Dolores del Puente este Lunes Santo en Málaga
Durante el trayecto, la cofradía enfrentó un pequeño problema con los arbotantes, pero tras solventarlo con rapidez quitandolos, continuó su camino sin contratiempos, manteniendo la solemnidad
Las fotos de Dolores del Puente el Lunes Santo en Málaga

Puntual, como el propio amanecer, Dolores del Puente se asomó con delicadeza a las calles, abriendo de par en par las puertas de su templo, como quien desvela un secreto a la brisa. La tarde avanzaba con la misma cautela con la que una sombra se extiende sobre la tierra, y la cofradía, como todas las demás, guiada por la sabia recomendación de la Agrupación de Cofradías, decidió adelantar su salida, como quien intenta recuperar lo perdido en 2024, como quien camina en busca de un tiempo que se escapa de entre los dedos, cubiertos de guantes nazarenos. Ese año, la amenaza de lluvia era tenue, tan liviana que apenas se dejaba notar, como el aliento de una ilusión que no termina de tomar forma. La amenaza, tan diminuta como un murmullo en la brisa, no era comparable a la emoción contenida que se acumulaba en las puertas de Santo Domingo.
El Cristo del Perdón, que el año anterior no pudo pisar el suelo de su ciudad, observaba ahora desde su trono una estampa muy diferente, como si el tiempo, finalmente, le hubiera concedido un instante para mirar y ser mirado. Sus ojos se dirigieron al camino, que por fin se abría ante él, y por primera vez, después de tanto tiempo, su figura se posó sobre las calles, como un antiguo secreto que, finalmente, se deja escuchar: "Hoy, todo es diferente".
Mientras tanto, desde el interior de la Iglesia, la titular mariana se asomó al bullicio serena, como quien ya sabe que la espera ha llegado a su fin. Al ver la procesión comenzar, un leve estremecimiento recorrió su silueta, una vibración en el aire que parecía provenir de lo más profundo de la tierra. Dolores del Puente, allí, expectante, observó el lento despertar de la tarde. El tiempo, que se había suspendido por un momento, se reinició con la fuerza del cariño que se vive en un Lunes Santo. Las puertas de la Iglesia de Santo Domingo permanecieron abiertas, y un silencio reverente cubrió la plaza de Fray Alonso de Santo Tomás, hasta que la música resonó en cada esquina.
Ya en su paso por el centro, la hermandad retiró uno de los tres arbotantes que llevaba en el lado derecho de su titular, como quien aligera el peso de un alma demasiado cargada. Era necesario, el movimiento excesivo, por lo que los tres arbotantes quedaron en el lado derecho, mientras que dos se ubicaron en el izquierdo, generando lo que podría llamarse el "Efecto Huerto", un susurro del pasado que se colaba entre las rendijas del presente. Así, solemne como la noche misma, el Crucificado avanzó, acompañado por los dos crucificados del Monte Calvario, Dimas y Gestas, y su madre, que le lloró con el mismo llanto antiguo que se deja caer sobre las piedras de la ciudad, un llanto que no cesa, que se repite, que vive.
El paso por el centro era una danza de tradiciones, un mosaico de pasos que tejían, entre todos, el alma de un Lunes Santo único. En medio de esa sinfonía de cofradías, la hermandad de Dolores del Puente daba su toque solemne y arraigado, como una pincelada de oro en un cuadro de esperanzas. La ciudad, que se entregaba cada año a la devoción y el fervor, se veía unida, como si las generaciones pasadas, presentes y futuras se fundieran en un solo latido. En cada esquina, en cada paso, el peso de la tradición se hacía carne, se hacía vida, y el aire olía a algo eterno, a algo que no moría.
Nuestra Señora de los Dolores del Puente, con la misma serenidad que la luz de la tarde, comenzó su salida procesional. Su trono, sencillo pero lleno de una dignidad inexplicable, parecía elevarse solo con el peso de su presencia, que llenaba el espacio con una solemnidad que hacía callar el viento. El incienso, como una caricia invisible, perfumó el ambiente, mientras los nazarenos, con sus túnicas negras como la noche sin luna, acompañaban a la titular mariana en su caminar, siguiendo el mismo paso antiguo que lleva siglos recorriendo las calles. La música sacra, suave y envolvente, sumaba una nota de recogimiento, convirtiendo ese instante en una experiencia profundamente emotiva, como un suspiro que se queda flotando en el aire. La titular mariana, venerada desde hacía más de 250 años, continuaba siendo un símbolo de devoción, de belleza, de fuerza. Transformaba la plaza en un lugar donde lo divino y lo humano se encontraban, un lugar donde el alma se expandía, se encontraba, se elevaba como una oración que solo puede rezarse un Lunes Santo.
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