El gran error del nuevo recorrido oficial de la Semana Santa de Málaga
Tribuna de opinión
Málaga/Dejando a un lado aspectos religiosos, económicos, logísticos, etc.. de la Semana Santa, hay un error básico que explica el fuerte rechazo al nuevo itinerario oficial de gran parte de los malagueños, y me atrevo a afirmar que de la inmensa mayoría de los ignorados protagonistas de la celebración: nazarenos y portadores de tronos, principales sufridores del mismo.
Porque la Semana Santa, por encima de otras festividades sociales, es una llamada “a rebato” mediante la cual se produce la unión de los que están dispersos por la ciudad –y también fuera de ella- durante el resto del año. La Semana Santa como tiempo “sagrado” irrenunciable, incluso desprovisto de su carácter religioso, se manifiesta en un espacio central a respetar, transformado para esa ceremonia de su “sacralización” procesional. Un tiempo y un espacio donde anualmente se actualiza la reunión de una ciudadanía que vive desperdigada y alejada de sus raíces. Es la revitalización de los vínculos que la unen asistiendo y participando a la vez en una representación ancestral. Dicho de otra manera, en Semana Santa se renueva la identidad malagueña, fraguada en gran medida en torno a esta tradición, cargada de gran simbolismo, que se siente traicionada con el nuevo recorrido.
Pues desde la primordial perspectiva procesionista, la Alameda con su incomparable bóveda vegetal, sus cruces memorables, y el histórico carácter familiar de sus abonados por estar al principio del trayecto oficial -lo que permitía una rápida vuelta a casa con los niños-, ha perdido totalmente su inconfundible personalidad escenográfica. Cambiar media Alameda abarrotada por una plaza de la Marina a modo de circuito deportivo ha significado la desaparición del momento y lugar culminante del clamoroso encuentro entre el Crucificado de la Buena Muerte y la Virgen de la Esperanza, principales símbolos de nuestra idiosincrasia procesional, asimismo en lo que de síntesis religiosa implican dichas advocaciones. No puede quedar en un imborrable recuerdo.
El obligado reajuste de los abonos, tras cambiar el itinerario oficial atendiendo otros intereses más vinculados con el turismo que con los vecinos, ha destrozado el anual encuentro amistoso de familias, que se conocieron simplemente por la proximidad de sus sillas, perpetuado a través de generaciones. Se ha roto la fórmula de identificación colectiva mutua en los días y lugares esenciales para las cofradías, cuando “rebrota el sentimiento de pertenencia a tu ciudad, al barrio, a los amigos, a la familia, de recuerdo a tus antepasados...”. Porque la Semana Santa es quizá, más que nada, sentimiento y emoción. Olvidarlo trae como consecuencia que se empiece a mirar a la Agrupación como alguien que los desprecia, lo que es muy peligroso antecedente.
Gran parte de la oposición al nuevo recorrido, además del alargamiento por su irracional ida y vuelta, tiene que ver con las tribunas de la plaza de la Marina y Molina Lario que, lejos de mera adaptación, implican una gran transformación del paisaje urbano. Y esto empieza a ser visto subliminalmente como un trasunto de la creciente preocupación por el “morir de éxito” de una Málaga sometida a intereses foráneos. De ahí también el rechazo.
Además presenta otro simbolismo: la Nueva Semana Santa de la Nueva Málaga Turística, que parece olvidarse de sus orígenes cuando no se respeta la tradición ni la historia en que se sustenta, siendo precisamente el fundamento de la celebración y del éxito actual . Supeditar ambas a los intereses crematísticos de la Agrupación, movida por la alicorta obsesión actual de la inmediatez para la rápida consecución de objetivos “de esplendor cofrade”, acabará vaciando de sentido toda la solemnidad procesional convertida solamente en espectáculo. Pues lo que a bastantes cofradías les ha llevado décadas de trabajo alcanzar: una promoción cofrade que consiguió generar un patrimonio devocional y procesional importante, –gracias sobre todo al trabajo sacrificado y constante de personas concretas en el anonimato social de su dedicación desinteresada-, ahora se pretende alcanzar casi en una mayordomía de cuatro u ocho años gracias a un gran aumento de los ingresos por incremento de sillas.
Por otro lado, tengo la impresión de que se está generando un clima del aquí vale todo. Los ejemplos de la Agrupación, por un lado, ocupando todas las grandes vías del centro histórico; los bares y restaurantes hechos los amos de las calles abusando con sus terrazas, por otro; los botellones en cualquier bocacalle del centro de jóvenes con los bolsillos escurridos que ostentan su “derecho” a emborracharse donde les venga en gana; y el colofón de sillas de playa y sus inamovibles propietarios por calles señeras, son consecuencias entrelazadas de esta Semana Santa. Todo ello contribuye a un principio de deserción para asistir en directo a las procesiones de muchos malagueños, desalentados por crecientes dificultades de acceso y movilidad, que acabarán por quedarse en casa viéndolas cómodamente por televisión.
A ello seguirá la degradación esencial de la conmemoración. Tendremos un magnífico espectáculo para turistas y foráneos pero sin el “alma” que oriundos y cofrades imprimimos al gran teatro religioso que es la Semana Santa, siendo quienes más sentimos el destrozo de nuestra tradición, porque participamos en su forja.
Para evitarla tendrá que adoptarse la vuelta al recorrido tradicional sur-norte Alameda-Larios, con las ampliaciones que sean factibles, mejor temprano que tarde. Y si hay que reducir el número de abonos, adelante. Que se respete la antigüedad utilizando los archivos y se empiece por establecer un sistema transparente que permita eliminar la concentración de abonos en personas concretas por encima de un razonable número atendiendo a sus circunstancias familiares. Los medios informáticos, con la documentación que se tiene de DNI, domicilios y cuentas bancarias, permitirían un fácil expurgue del negocio cuya importancia se ignora pero, sin duda, existe.
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