Málaga se reencuentra con sus devociones en la calle: Derroche de fe al alba
Las 13 sagradas imágenes participantes en la veneración ‘El verbo encarnado’ se trasladaron de madrugada desde sus sedes canónicas hasta la Catedral
Málaga/La peregrinación se elevó a su máxima expresión con la luna casi llena por testigo. Málaga marchó desde su periferia hasta un mismo punto. Qué paradoja, el Señor se asomó minutos antes de las 5:00 de la madrugada desde la parroquia de la Encarnación para caminar hasta la Catedral de la Encarnación. Con este dogma la ciudad comenzó y cerró una madrugada de ensueño y de devoción desbordada. Qué sentimiento tan ansiado.
La luz que desprendían las miradas de todos aquellos que no pueden evitar detenerse ante la puerta de la iglesia de la Aurora y la Divina Providencia en su día a día se fundió en un cálido encuentro con los que ansiaban ver a su Señor cruzar esa estrecha calle desde la capilla de San Francisco. Los sueños se cumplen, y las Penas quedaron aliviadas en esa plaza donde dos corporaciones se fundieron en una sola.
Él quiso que fuese así, y si el dulce Crucificado tenía que abandonar su santuario de la Victoria debía hacerlo acompañado siempre de su Dolorosa. Virgen coronada por su pueblo que irradió una luz blanca tan solo unos metros más atrás. En San Lázaro dormía la tímida sonrisa del barrio victoriano que esperaba su glorioso amanecer para bendecir de nuevo esta bendita tierra. Los cohetes anunciaron que Málaga volvió a pedirle matrimonio a esa Novia que pisó el romero que en esta caprichosa ciudad tiene el color de la Esperanza.
Apenas pasaban pocos minutos de las 6:15 de la madrugada. Pero la ciudad despertaba en sus barrios, con sus vecinos de siempre apostados en la parroquia de Nuestra Señora del Carmen esperando a su Chiquito, y en esas trinitarias calles por las que la fe brotó y se desparramó por cada esquina. Las puertas de una ermita de leyenda y de la iglesia de San Pablo se abrieron para dar paso a la gloria misma. Es ahí donde el Señor asume su máxima humanidad en Málaga y se convierte en auténtico Verbo Encarnado. Ecce Dominus, he aquí el Señor.
María, como Madre que es, siempre está, y en la madrugada de los sueños cofrades resplandeció desde la iglesia de San Julián, nos abrazó para curar las heridas en el Molinillo, imploró al cielo para hacer presentes a los que se fueron en Soledad, y lució las mejores galas que atesora en su rincón de la iglesia de San Felipe Neri. Era la madrugada de la fe, y María nos acogió bajo su manto.
Así comenzó lo que terminó confluyendo en un corazón en el que parecían brotar los naranjos. Las devociones de la ciudad, tus devociones, caminaron para adentrarse poco a poco en la Catedral y comenzar la preparación de la veneración ‘El verbo encarnado’ por el centenario de la Agrupación de Cofradías. Los cortejos fueron escuetos y sobrios, y los sagrados titulares se trasladaron en pequeñas andas, pero daba igual. Málaga es grande y se rindió ante el que carga con su cruz y con María Santísima.
Encierros en la Catedral
La Catedral mostró al pueblo sus naves interiores y Málaga entró a orar al templo en 13 pequeños tesoros que la ciudad guarda con cariño durante todo el año. Nuestro Padre Jesús de la Puente del Cedrón hizo que todos los presentes en la confluencia de las calles San Agustín, Císter y Santa María enmudecieran. El Señor, con esa túnica burdeos bordada, auténtica joya histórica de Nuestra Semana Santa, se presentó con la mirada baja, humilde y sereno. Él recordó que todo mal pasa volando a su paso.
No dio tiempo a suspirar y aflojar ese nudo en la garganta cuando poco a poco se acercaba María Santísima Reina de los Cielos. La Virgen, excelsa, lució un manto liso burdeos y una saya con atributos mercedarios. De nuevo, la historia y la devoción se enlazaron de forma mágica junto a la Santísima Virgen. Estaba a punto de amanecer, era domingo, y los malagueños sintieron su auténtica y particular resurrección.
Fue entonces cuando apareció el elemento clave. Fue la madrugada de las emociones y los sentimientos inexplicables, de sonrisas y gestos cómplices entre las personas que se saludaban por las calles de la ciudad, pero Jesús cargaba con la cruz. Esa cruz que Nuestro Padre Jesús Nazareno de Viñeros sabe llevar siempre con fuerza, porque entre sus manos se esconde siempre la llave de la salvación. Con Él también se caminó hacia la gloria con su túnica lisa, que lo mostró despojado de toda ostentación, y bajo las órdenes de los primeros toques de campana que retumban en la ciudad tras casi dos años.
El Santísimo Cristo de la Agonía poco necesitaba. Su desgarrador aliento embrujó a una ciudad que contemplaba su poderoso cuerpo clavado en la cruz. Pasaban los minutos y los instantes, pero su mirada se ancló en muchos corazones. El lento caminar del cortejo retrasó unos 15 minutos la entrada del resto de corporaciones a la Santa Iglesia Catedral. El alba llegaba, Nuestra Señora de la Piedad empujó a sus fieles cuando más la necesitaron. Ella siempre está, a todas horas. La brisa movió los pétalos morados del exorno floral que con exquisito gusto dispuso el equipo de albacería a sus pies. La Madre, que entró reinando en los cielos, quiso volver en su más absoluta sencillez, y lo simple alcanzó el culmen de la belleza.
Pero la Virgen tuvo un detalle con su ciudad y se engalanó con sus mejores bordados, que brillaron casi tanto como su corazón dorado traspasado por el puñal. María Santísima de los Dolores de Servitas no pudo apagar en esta ocasión la luz de la primera hora del día, pero Ella sabía que salía en este histórico 19 de septiembre para iluminar nuestro camino.
La Victoria llegó al centro y el cielo tímidamente fue cambiando sus tonalidades. El Santísimo Cristo del Amor y la Dolorosa se trasladaron en unas andas cedidas por la propia Agrupación de Cofradías y la archicofradía del Huerto. Sin potencias y sin corona de espinas, el crucificado lució esplendoroso en un trayecto en el que nunca caminó solo, al igual que el resto de devociones. La hora no pesó, y Málaga rezó como la Dolorosa, a los pies del madero.
De nuevo llegaron los contrastes. Ya se intuía el semblante de María Santísima del Rocío Coronada. El murmullo crecía. La Novia desfiló sobre unas andas exornadas con flores blancas y ataviada con una sencilla y larga mantilla. Ante los ojos de los presentes estaba la vida. La vida de los que la vieron vestida así, de blanco y sin más aditamentos. La vida de los que sentían ese mismo alba cada Miércoles Santo y ahora almuerzan apresurados para verla en sus primeros pasos en el martes más bonito del año. La vida de los que la coronaron por convicción y devoción. La vida de los que tras 834 días la vuelven a tener en la calle tras aquel Pentecostés. La vida de los malagueños. Porque Rocío es la vida, y Ella indicó los pasos a seguir en una nueva normalidad que ya ansía por verla bajo palio. “¡Viva la Virgen del Rocío!”, clamaban sin cesar desde el entorno de la Catedral. “¡Que viva la Madre de Dios!”.
Misericordia, Señor. El Perchel gritó a los cuatro vientos quién es ese Chiquito al que tantos le rezan y por el que tantos se aferran a las rejas de su capilla. El Gran Poder del Señor va mucho más allá de su fina corona de espinas dorada, su túnica morada bordada o su cruz de carey. La Misericordia recibió en la calle por vez primera a Manuela, no fue ni un Jueves Santo ni un Sábado de Pasión, pero Él decidió encontrarse con ella en el lugar y en el momento menos esperado. Y tú, al igual que Manuela, te redescubriste ante el Señor, sin música y sin potencias. Quiso tenerte muy cerca, aunque fuesen solamente unos segundos, porque el tiempo apremiaba, pero fue suficiente para contarle todo lo que superaste en esta pandemia. Aunque Él ya lo sabía.
Nuestro Padre Jesús Nazareno Redentor del Mundo dictó su sentencia. Un friso de flores rojas lo enmarcaron junto a dos simples velas. Su túnica morada se movía durante su tránsito por calle Ayala a las 5:15, mientras el Nazareno buscaba desatar esas manos cautivas para poder abrazar la cruz por la que fue Mediador de nuestra Salvación. Málaga encontró en Él la figura de un Dios vivo y apacible. Cuántas conversaciones escuchó el Redentor de camino al centro de la ciudad, cuántas plegarias anotó para cumplir durante su estancia en la Catedral, y cuánta gratitud atesoró en su jábega.
El broche de oro llegó de la mano de las corporaciones trinitarias. El Santísimo Cristo de los Milagros y Nuestra Señora de la Soledad ofrecieron ese regusto de lo añejo y de lo perpetuo. El titular cristífero caminó sobre los hombros de ocho portadores, y la Soledad se elevó sobre un magnífico monte de corcho salpicado con flores en tonalidades moradas y verdes. Casualidad o no, Málaga misma estuvo representada a sus plantas. La Virgen entró en la Catedral a las 8:20 y solamente quedó Él en la calle.
Era el Señor. El Cautivo de las eternas promesas. El Señor que se apropió de la luz del alba de su ciudad para proyectarla en su túnica blanca. El escapulario trinitario protegió ese corazón que late al ritmo de Málaga. La cadencia ya era más pausada, no tenía prisa, era su momento, el instante en el que el pueblo rezó, porque esos “¡Viva el Cautivo!” son las oraciones más lícitas y sentidas de un barrio. Dichoso de aquel o aquella que silencie esos vítores.
Los pétalos cayeron sobre su figura en una doble curva en la que clamaron las campanillas del Calvario. El escalofrío se sintió y la Catedral cerró sus puertas. Málaga despertó del sueño, y desde este mismo instante Cautivo, Rocío, el Nazareno de Viñeros, el Redentor del Mundo, Reina de los Cielos, Dolores, Soledad, Piedad, Agonía, Puente del Cedrón, Milagros, Misericordia y el Amor, junto a su Dolorosa, comparten estancia en la Catedral. Qué afortunados somos, la historia continúa con un inmejorable punto y seguido.
No hubo tronos, pero sí vallas en el entorno de la Catedral para garantizar la seguridad. El incienso no prendió en la calle, pero las flores desplegaron sus intensos aromas que traspasaron las mascarillas. No hubo temor, ni se sintió miedo. Los cofrades escribieron otro precioso capítulo de su larga historia. Se derrochó fe, y mucha, al alba. Hemos vuelto a las calles.
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