La tribuna
Los muertos de diciembre
Las procesiones del Viernes Santo 2019 en Málaga
Málaga/Las jornadas de Semana Santa se escapan entre los dedos como el agua que se acoge por segundos en las palmas de las manos. Escondida entre los focos mediáticos de abonados, sillas, instituciones a la gresca, polémicas de corto recorrido y debates especializados, la conmemoración de la Pasión y Muerte de Cristo se dejó caer vestida de luto, acompañada de sones fúnebres y silencio. Por fin, aunque fuese poco, pero silencio. Se acabó el monumental ruido por un rato. Resultó que, detrás de las cofradías, había una historia escrita por un Mesías. Ese mismo que, cuatro meses antes, nacía en Belén. De pronto, sin quererlo, aparece el Viernes Santo a recordar lo efímero de este hecho que produce desvelos y genera tristezas. Jesucristo ha muerto. La Semana Santa eleva al cielo su penúltimo suspiro.
El barrio de la Victoria abría el nuevo Viernes Santo. La lluvia parecía olvidarse de Málaga. La Sagrada Mortaja salía a la Plazuela del Cristo del Amor. El público que allí se congregaba -más numeroso que de costumbre- admiraba la escena. Ocupaba el centro del trono el cuerpo inerte de Jesús sobre un catafalco. Completan el misterio la Virgen de Fe y Consuelo, los Santos Varones y las tres Marías: Salomé, Magdalena y de Cleofás. Las notas de su característica marcha propia, Benigne fac Domine, acompañaban el andar sobrio de los portadores.
La corporación nazarena al completo estrenaba nuevo hábito penitencial. Curro Claros ha sido el encargado de diseñar esta nueva vestimenta inspirada en la estética de la Orden de los Frailes Mínimos. Los nazarenos portaban túnica y antifaz negro y un escapulario con el emblema “Charitas”.
Este año la hermandad decidió bajar por la calle Victoria, en lugar de callejear por la Cruz Verde. Harían este itinerario por el barrio de regreso, ya entrada la noche. Quizás más acogedor este recorrido que el anterior. Pese a todo, es uno de los cortejos que, de vuelta a su barrio, invita al espectador a quedarse y acompañarlo.
La Virgen del Monte Calvario se encontraba así con los titulares de “El Rico” a la luz de la tarde. Unas nubes grises se perdían mientras tanto por los montes de Málaga. La Banda de la Paz interpretaba marchas como Quinta Angustia, Vigía de nuestra Fe o Saeta Cordobesa. Sorprende la facilidad con la que esta corporación musical maneja durante la Semana Santa repertorios de corte alegre y fúnebre sin apenas apreciar diferencia. Sobresaliente.
En el sobre techo del palio lucía por primera vez una pintura realizada sobre tela de damasco azul y el San Juan Evangelista que acompaña a la Virgen estrenaba un nuevo mantolín con bordados en oro del siglo XVIII de origen italiano. El conjunto de Santa María del Monte Calvario continúa incorporando piezas para alcanzar el remate deseado. ¿Será la próxima apuesta patrimonial el bordado del manto?
En su tortuoso discurrir hacia el centro histórico, repleto de largas avenidas, la hermandad del Descendimiento aprovecha cada instante para mantener su cortejo ordenado y bien compuesto. Saben que es imprescindible luchar contra el elemento psicológico, y por ello su tránsito cuenta con elementos distintos al resto. El primero de ellos llega con la simbólica venia que solicita ante el Ayuntamiento de Málaga la corporación. En la Casona del Parque se concentró público moderado para conocer este particular momento.
Sin embargo, los frondosos árboles de la Casita del Jardinero fueron, otro año más, un lastre para la corporación. El ejemplar es demasiado frondoso y los tronos cuentan ambos con suficiente altura para tener problemas. Quizás sea el momento para buscar solución pasando por otras calles una vez superado el Consistorio. Entre árboles y edificios singulares se pudo apreciar el acierto en revestir de luto a todo el grupo escultórico, con la Virgen del Santo Sudario ataviada de manera singular, cargando de dramatismo más aún la escena.
Cuando la Virgen de las Angustias apenas alcanzaba la Coracha, una saeta a micrófono distrajo la atención de uno de los estrenos de la corporación nazarena: el palio había sido transformado con ingenio y elementos de la hermandad, que recuperaba las placas de orfebrería del antiguo trono. La gloria del palio representaba a San Gabriel, la cercana parroquia, mientras Nuestro Padre Jesús sonaba en los instrumentos de la banda de Las Flores.
En su estación de penitencia en la Catedral, los hermanos de Descendimiento prolongaron la estancia con el rezo del vía crucis en el nuevo circuito rectilíneo del templo. Ya en este enclave se vio sufrir a unos portadores que aún debían retornar a la casa hermandad anexa a los terrenos del Hospital Noble.
Igual que una tormenta que se lleva todo por delante dejando únicamente el silencio, la cabeza de procesión de los Dolores de San Juan se adentró en calle Nueva arrastrando cualquier sonido que pudiera quedar de días anteriores. La cuestión del público y su convivencia con el respeto -a veces, más que inexistente- parece tener diferentes parámetros. Así, queda demostrado que no es un problema de ciudad como ente asalvajado, sino que varía en función de la hermandad que los acoja. De esta forma, el público que va a ver los Dolores de San Juan sabe que los nazarenos parten en tramos perfectamente delimitados, con los cirios (rojo sacramento) al cuadril y marcando los tempos de avance. En los pies descalzos de un numeroso grupo de hermanos se atisba la mayoría de edad de un cortejo que sobresale por su madurez y su saber estar. Pese a esto, se echa en falta un mayor número de componentes que permita llevar a los penitentes más reunidos. Aún así, es mejor poco y bien que mucho y mal. Faltaría el Señor, iluminado por la cera natural de cuatro hachones, se postró imponente sobre el trono de Prini sobre un monte de lirios. Avanzó lento y cadencioso a lo largo de toda la calle, imponiendo el silencio más si cabe- a lo ancho de calle Nueva. Supo de esta forma salir del retraso provocado por la entrada de Descendimiento en el recorrido oficial.
Como se comentaba, el público mostró su compostura cuando la voz de una saeta se rompió para dejar paso a la nada. La gratitud del cantaor. El acierto del respetable. Entre tanto, el cortejo de la Virgen evidenció una mayor cantidad de nazarenos y algo más pegados. Una pena que esta delicia visual se viera deslucida por el paso a lo largo de una pareja de la policía local que desechó la opción de pasar por un lateral. La Virgen lució un atavío cruzado en sedas, perfectamente armonizada es un conjunto en el que el clasicismo es un valor añadido, marcado por los característicos claveles blancos dispuestos en tiralíneas. Con esa escenografía, marcadamente cercana en disposición de oración, se marchó el trono de la Virgen, dejando a lo lejos el terciopelo azul pavo de su manto de estrellas.
La inestabilidad del tiempo desapareció conforme avanzaba la tarde y el Amor se echó a la calle. Como hicieran horas antes con el Monte Calvario, las hermandades del barrio arropaban con sus guiones la salida. El cortejo se formaba a los pies de la Patrona mientras en la casa hermandad de calle Fernando El Católico terminaban de ajustarse los últimos detalles. Incomprensible la multitud de nazarenos descapirotados que se agolpaban en la plaza del Santuario a las puertas de la sacristía. El espacio de la iglesia es lo suficientemente amplio como para que los integrantes del cortejo puedan llevar en una bolsa su hábito y vestirse al completo en la intimidad que otorga el interior de un templo.
La Alcazaba sería el nuevo escenario por el que la cofradía transitara antes de llegar al centro histórico. Aunque se echa de menos los acordes de una banda de música tras el crucificado, la Banda de la Esperanza es la excusa perfecta para mantener las cornetas y tambores tras los pasos del Señor. Las marchas Agonía y Esperanzas servían para que el Cristo del Amor entrara en c/Cister.
Un importante parón esperaba a la hermandad en las inmediaciones de la Plaza de la Constitución. La jornada se retrasaba. Descendimiento llegaba fuera de tiempo a la tribuna oficial. Los árboles del Parque volvieron a interponerse en el camino de la cofradía de la Malagueta. Los ajustadísimos horarios del Viernes Santo tardaron poco en verse alterados. En Duque de la Victoria se detuvo la Virgen de la Caridad. Aprovechó el momento la Unión Musical Eloy García para interpretar Amarguras. La centenaria marcha de Font de Anta se escuchaba mientras la noche se adueñaba de la ciudad.
Una hermandad tiene tantas formas de procesionar como zonas por las que pasa. Pero a su vez, cada variación aumenta exponencialmente a medida que avanzan los años. Así, si el 2018 fue un largo enunciados de debes para el Santo Traslado, este 2019 ha sido el año en el que ha comenzado a salir a la calle con sus deberes hechos. Esto no quiere decir que sea perfecta, simplemente que ha mostrado una verdadera evolución desde la extraordinaria del pasado octubre. A todo esto hay que sumar el atavío del grupo escultórico, siguiendo el "estilo de los Austrias".
Los cortejos en su conjunto presentaron una mejoría numérica apreciable, especialmente bien formado el de la Virgen a su paso por tribuna oficial. La hermandad optó por una cruceta más clásica para el Señor en este punto, ofrecida por la banda de Cornetas y Tambores del Cautivo. Aún así, sigue pidiendo el grupo escultórico una banda de música que acompañe a la escena. Esta año con elementos pasionistas tan enriquecedores como la pureza bordada para el Cristo y los ya clásicos pebeteros que emanan incienso y envuelven a la talla en una mística neblina.
La sobriedad que transmite por sí sola la imagen de la Soledad quedó de manifiesto cuando su mera presencia provocó el recogimiento de los asistentes. Sonó su marcha homónima. Su marcha. Y además lució la ráfaga de Naranjo que estrenó en su extraordinaria. Conforme enfilaba Larios, la Trinidad Sinfónica interpretó Pasa la Soledad, marchándose en la distancia.
La Hermandad de la Piedad presenta uno de los mejores ejemplos de lo heterogénea que puede ser la Semana Santa. En la larga procesión se concentran tantos elementos como estilos discurren en Málaga. De esta forma, sorprende -y no siempre positivamente- el conglomerado que en ocasiones se produce. Esa cruz guía con tambores roncos debería ser patrimonio per sé, y más cuando va seguida de una sección con bastones emulando las túnicas antiguas de raso blanco y capirote negro. Un buen detalle para mantener viva la historia de la hermandad también en la calle. Sin embargo, este emblema de lo que es una cabeza de procesión, choca con el extenso protocolo que aglutina delante del trono. Una necesidad a la que la institución ha de intentar buscar otro lugar en el cortejo. Al igual que la cruceta musical, en ocasiones disonante con el estilo. ¿Y qué estilo ha de ser? Simple y sencillo: el que marca ella. La Piedad de Palma Burgo transciende cualquier debate posible de gustos. En los pliegues tallados de la túnica y en la sandalia levantada del pie de la Virgen reside más fe de un barrio que en cientos de elementos que funcionan únicamente con envoltorio de lo realmente importante. Sobre un monte de lirios morados, la efigie presidió un recorrido en el que en el barrio funciona como eje de todo. Siempre el barrio.
Un viento frío atravesó calle Alcazabilla tras el caminar de la cofradía del Amor. Cada Viernes Santo se transforma una vía acostumbrada al turismo, la música callejera y los espectáculos varios que la jalonan. Al abrirse las puertas de la casa hermandad del Sepulcro, la simple presencia del catafalco impone al respetable, que acierta creando silencio incluso cuando, desde el suelo, es incapaz de ver más allá de la punta de los dedos de la imagen.
La marcha fúnebre de Chopin, al ritmo cadencioso de la Banda Municipal, se hace necesaria a la luz del atardecer. Sepulcro no necesita otra carta de presentación. Su cortejo enlutado mantuvo la firmeza hasta los últimos compases, con los nazarenos manteniendo la compostura. Sí que se hace más que necesaria la reflexión en torno a los ciriales, que en una línea no aportan nada, pues desdibujan el sentido de su uso. Incluso sin la figura del pertiguero, que puede ser prescindible atendiendo a motivos históricos, restan calidad a un conjunto que rezuma historia y arte.
La Virgen de la Soledad, por su parte, comienza a salvar con alta nota su conjunto procesional: con un palio de factura reciente y un trono restaurado, las cartelas aportaron una calidad de la que adolecían las piezas anteriores. El siguiente paso, en consonancia a conservar su patrimonio histórico, podría ser la ejecución de un nuevo manto de procesión. Con los sones de la banda de música de la Esperanza avanzó el trono por el entorno de Cárcer y Casapalma, redescubierto para la cofradía oficial de Málaga que incluyó en su protocolo a las instituciones públicas, la Diócesis y la Agrupación de Cofradías.
En su retorno hacia la casa hermandad, la corporación de Santa Ana del Císter no quiso perder la oportunidad de realizar la doble curva del hospital Gálvez, punto de encuentro habitual de cofrades y ciudadanos que buscan, como penúltimo suspiro, este enclave guarecido bajo la torre catedralicia.
A las 21:00 ya había sillas plegables colocadas en los aledaños de la iglesia de San Felipe Neri. Siempre ha rodeado a esta Virgen un público diferente. Alternativo. Curioso. Aporta a la Semana Santa una estampa de lo más particular. Las luces de las calles se apagan. Un tambor ronco suena en la distancia mientras se escuchan los rezos de la Orden Tercera de Siervos María. Solo se distinguen con nitidez las luces de las velas encendidas.
En la confluencia de calle Dos Aceras con Álamos y Carretería se formaba un bulla asfixiante. Las aceras repletas de gente hasta bien entrado en el oscuro y acogedor entorno de Pozos Dulces. Muchos agentes de la policía nacional controlaban la situación. Sobre un trono de reducidas dimensiones aparecía la imagen de María. Dos angelitos escoltaban a la Virgen que lloraba la muerte de su hijo. El Viernes Santo se había consumado.
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