La Trinidad, a los pies del Cautivo en su traslado, con o sin paraguas

Las imágenes recorren su barrio entre claveles y lágrimas, desafiando la lluvia en un traslado rápido y sin visita al Hospital Civil

La misa del alba y el traslado del Cautivo en Málaga, en directo

Traslado de El Cautivo en Málaga / Carlos Guerrero

Málaga/Dicen que, si llueve en la Misa del Alba, es el cielo quien se conmueve; pero sin lluvia, es un barrio y una ciudad entera la que se estremeció a los pies del Cautivo y la Trinidad.

Sábado 12 de abril. Sábado de Pasión. Faltaban pocos minutos para las 7:00. La barriada de la Trinidad se agitaba con nerviosismo, con claveles en una mano, el paraguas en la otra y la mirada fija en el cielo. La cúpula de nubes que se dibujaba sobre San Pablo y descargaba sobre la parroquia estaba cargada de interrogantes, que habían ido cayendo en forma de lloviznas durante toda la madrugada y habían dejado las aceras repletas de charcos.

¿Llovería más? ¿Saldrían el Cautivo y la Virgen de la Trinidad? ¿Visitarían a los enfermos en el Hospital Civil? ¿Cómo se llevaría a cabo el Traslado? ¿Qué marcaría la mañana: una lluvia de claveles rojos o de agua y lágrimas? Uno de los hombres de trono que llegaba a San Pablo no fue capaz de contener una frase llena de resignación: “la mañana parece que va a ser corta”. Las preguntas se transformaban en murmullos en la plaza frente al templo, con ambas imágenes ya entronizadas dentro de la Iglesia, dejándose ver tras el dintel arqueado de la parroquia en el que hoy se encontraba el altar, contemplando cómo, un año más, la devoción se teñía de tonos blancos y cardenales ante cientos de fieles.

Los pensamientos, bulliciosos en el corazón pero callados en los labios por temor a que pronunciar la palabra lluvia siguiera siendo una certeza durante las próximas horas, se disiparon ante los cánticos religiosos que sonaban a través de los altavoces con tanta fuerza que conseguía incluso bajar la intensidad de la lluvia. Desde las entrañas de San Pablo rugían unos toques de campana que arrancaban aplausos y cerraban paraguas. La solemnidad con la que el obispo, Jesús Catalá, proclamaba: “El Señor esté con vosotros” marcaba las 7:04, y la Misa del Alba daba comienzo, puntual, tan precisa como la propia borrasca, que parecía haber esperado el momento exacto para que todos los cofrades elevaran sus oraciones, rogando por no revivir la escena del año pasado durante la Semana Santa.

Junto al obispo, concelebraban la eucaristía Don José Manuel Llamas, director espiritual y párroco de San Pablo, así como otros sacerdotes de la diócesis de Málaga. La imposición de medallas por Mario Ortega, hermano mayor de la cofradía, a los Regulares que acompañaron a las imágenes en su traslado fue ágil, logrando desdibujar en los primeros momentos de la celebración el horizonte de paraguas abiertos.

La Palabra se hizo carne y se convirtió en uno más entre los cientos de asistentes mediante el Santo Evangelio según San Juan 11, 45-57. Como si el calendario litúrgico tuviera el don de la profecía, este año, en la Misa del Alba, el relato evangélico narraba lo ocurrido justo después de la resurrección de Lázaro; un milagro que debería haber traído solo alegría, pero que, al igual que la lluvia que llevaba días anunciándose sin certeza de llegar, también sembraba incertidumbre, división e incógnitas.

En su homilía, el obispo destacó que Jesús Cautivo nos llamaba a seguir sus huellas, y que una forma sencilla de hacerlo era “leer el Evangelio, donde se narra su vida”. Añadía que el tradicional traslado se celebraría “si el tiempo lo permite”, pero que, en caso contrario, siempre podríamos acompañarlo desde el corazón, en oración. El cierre era una plegaria por los enfermos, en un gesto que evocaba la visita al hospital Civil, una tradición que, probablemente, este año no podría repetirse. “Os invito a presentar vuestras oraciones como si fueran un clavel. Que Cristo hoy no se quede sin claveles”. Con el silencio del obispo, el sonido de los paraguas abriéndose de nuevo orquestaba el instante, que se cerraban de nuevo cuando llegaba el rito de la paz y volvían a abrirse tras la comunión.

Con la calzada aún húmeda y los primeros tímidos rayos de sol iluminando la mañana, las nubes que cubrían el cielo malagueño dejaban entrever pequeños claros, que no eran suficientes para comenzar el traslado. Eran las 8:02, un suspiro contenía la plaza y la cofradía decidía, debido a la lluvia, no realizar el traslado hasta que no clareara durante el día y por el camino más corto de un barrio que seguía esperando un milagro que no llegaba, pero rezaban para que se diera a lo largo de la mañana: abrir los cielos para su Cristo y su Virgen.

Con una saeta que resonaba en el interior de San Pablo, el milagro del traslado comenzaba a las 8:23, acompañado por unos toques de campana que anunciaban una salida rápida e improvisada hacia la casa hermandad. Los ojos de los devotos brillaban como el sol que debería haber salido hoy, al contemplar las imágenes del Cautivo y la Trinidad.

Apenas se anunció la salida de los titulares, los vecinos no tardaron en echarse a la calle, impulsados por la emoción y sin importar la hora. Muchos compraron claveles rojos a los vendedores que, desafiando la lluvia, coloreaban la ciudad con sus cubos rebosantes de aquellas flores simbólicas, reflejo ardiente del Sábado de Pasión. Algunos salían de sus portales sin paraguas, con los ramos ya en la mano, como si el fervor los protegiera del agua, y los lanzaban con más fuerza aún, como una ofrenda nacida del alma. Así despertaban los niños, todavía envueltos en sueño, al compás solemne de la banda; los adolescentes corrían entre charcos, dejando que sus zapatos se empaparan sin importarles nada, y los adultos, con la voz quebrada por la emoción, clamaban al paso de las imágenes: “¡Viva Jesús Cautivo! ¡Viva María Santísima de la Trinidad!”. Todos, sin excepción, ansiaban formar parte de esa estampa efímera, pero intensa como un suspiro que se quedará en la memoria.

Al ritmo de los tambores de la banda de cornetas y tambores, sin ningún plástico que cubriera las imágenes, el Señor recorría aceleradamente su barrio. Un traslado precipitado y que, salvo por algunas gotas, la única lluvia que se presenciaba era la de claveles. Los Regulares, con paso firme sobre los charcos de la calzada, maniobraban sin dejar solo en ningún momento al Señor. El llanto de la Virgen de la Trinidad se convertía en el de un barrio que derramaba lágrimas al paso de los titulares.

Un regazo con menos claveles de lo habitual, un paso más rápido del que se deseaba y un cambio en el itinerario, convertía la previa del Domingo de Ramos en un sufrir constante con la mirada puesta en la Semana Santa. Las puertas de la hermandad del Santo Traslado permanecieron cerradas, silenciosas, inmutables, sin poder realizar la petalada que bañaba en cariño a los titulares año tras año a mediodía, en sus últimos momentos de traslado.

Casi sin paradas, con leves mecidas, con toques de campana que solo sonaban una vez. La pena de los enfermos se unió al peso del varal, sabiendo que se quedarían sin poder ver al Cautivo, aunque el hermano mayor hizo acto de presencia allí durante la mañana. En el encierro, la única marcha de este traslado sonó, imponente, con toda la emoción contenida en una partitura y en un título que definía a la perfección al titular: “Señor de Málaga”. Campanillas, himno de España y una rápida recogida: así terminó un traslado que duró poco más de 30 minutos. Ya en la casa hermandad, cubiertos de la lluvia, las puertas quedaron abiertas para todos los que no habían podido verlo en la calle. Eran las 9:00 y el milagro había terminado con el cielo y la ciudad emocionadas, y ya reposaban hasta el Lunes Santo en su casa hermandad el Cautivo, la Trinidad y las plegarias de un barrio por un Lunes Santo sin lluvia.

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