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El 18 de agosto de 2010 desaparecía Sonia Iglesias en el centro de Pontevedra. Tenía 38 años y trabajaba como encargada de la tienda Massimo Dutti, del grupo Inditex, en la ciudad. Tenía un hijo y, recientemente, le había comunicado a su pareja, Julio Araújo, su deseo de divorciarse. Aquella tarde Sonia no llegó a su puesto de trabajo y la última persona que la vio con vida fue su marido.
Al parecer el hombre tenía problemas con la bebida y no trabajaba por lo que Sonia había expresado en varias ocasiones que no quería que siguiera viviendo en su casa.
Sonia, además, había conocido a un hombre, un ciudadano que pasaba largas temporadas en Venezuela, y con el que se había ilusionado para empezar una nueva vida. La Policía los estuvo investigando tanto a él como a su todavía marido por su desaparición.
La primera pista sobre el destino de Sonia la dio un joven toxicómano, Francisco, que había ido al poblado de O Vao a comprar cocaína. En la cuneta de la carretera que llevaba a ese destino, el hombre encontró un billetero con cinco euros y la documentación de Sonia Iglesias Eirín.
Además, los datos recabados en la investigación situaba el teléfono móvil de Araújo en la zona del Monte Castrove, un lugar alejado, ideal para deshacerse de un cuerpo, pero luego se comprobó que ese dato no era del todo definitivo.
Respecto a la revisión de las cámaras de seguridad de la zona, dos de ellas grabaron a un coche idéntico al de Sonia, que conducía Araújo la mañana en que ella desapareció. Iba en dirección opuesta a su casa y hacia la calle Santo Mauro, donde habían vivido juntos sus primeros años de relación, una casa abandonada entonces y que Araújo se negaría a vender pese a su delicada situación económica.
Las imágenes mostraban un Daewoo Kalos gris plata con cuatro puertas y retrovisores negros, sin embargo resultó imposible identificar la matrícula, de forma que esa prueba tampoco fue definitiva.
Araújo negó siempre que su mujer fuera a echarlo de casa ni a separarse de él. Dijo que no solo no iban a separarse sino que estaban bien, que incluso habíanmantenido relaciones sexuales el día de la desaparición de su mujer.
Y dijo que había dejado el preservativo usado en la basura, que no había tenido tiempo de tirar. Los investigadores recuperaron el condón, pero allí solo había ADN del hombre,nada de Sonia ni de ninguna otra mujer. La policía estaba convencida de que fue un intento más por despistarlos.
Sin embargo el cuerpo de Sonia nunca apareció a pesar de las numerosas pistas que los investigadores siguieron.
Su único hijo, de 22 años, pidió en 2020 que declararan a su madre oficialmente muerta. Lo hizo tres meses después de que también falleciera su padre tras una larga enfermedad. Cuando éste perdió la vida seguía estando investigado por la desaparición de su mujer.
Ante su petición, el Juzgado de Familia de Pontevedra declaró civilmente fallecida a Sonia Iglesias el 1 de enero de 2021. De esta forma, el documento que recoge dicho deceso permitirá desbloquear los asuntos de carácter legal y administrativo de su hijo, como la herencia de sus padres o la parte de la pensión de orfandad que le corresponde de su madre, al haber trascurrido una década sin poder resolver la incógnita de su paradero.
El caso, que no prescribía hasta 2030 supuso “una enorme frustración a los investigadores”, según admitió el fiscal jefe de Pontevedra, porque “no se trataba de un crimen perfecto, porque no había sombras de dudas, pero era un caso muy complejo al no poder llegar tan lejos como pretendíamos para obtener alguna prueba”, expuso.
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