Pañuelo y paraguas no casan
Toros en las Ventas de Madrid
Daniel Luque cuajó un faenón bajo el diluvio con el colofón de una estocada de premio, pero no hubo pañuelos suficientes para el usía
Diego Urdiales bailó con la más fea y Alejandro Talavante se atascó con el estoque
Ficha
Plaza de toros de las Ventas de Madrid
GANADERÍA: Seis toros de Alcurrucén, muy entipados, pero de mal juego en general a excepción del lidiado en quinto lugar.
TOREROS: Diego Urdiales, de catafalco y oro, saludos tras un aviso y silencio. Alejandro Talavante, de grana y oro, silencio y saludos tras aviso. Daniel Luque, de azul marino y oro, petición de oreja en ambos y vuelta al ruedo.
CUADRILLAS: Saludó en banderillas Iván García y destacaron Juan Contreras y Miguel Murillo. A caballo, la mansedumbre del ganado impidió el lucimiento.
INCIDENCIAS: Plaza de toros de las Ventas del Espíritu Santo. Vigésimo festejo del ciclo ferial de San Isidro en tarde de copiosa lluvia. La plaza se llenó.
VENÍAMOS de la encastada corrida de Santiago Domecq y se anunciaba uno de los carteles más rematados de este San Isidro. Se corrían los esperados toros de Alcurrucén, la ganadería que conserva la esencia del encaste Núñez para tres toreros de mucho cartel. Un diestro de culto como Diego Urdiales en compañía de dos figuras del escalafón como el imprevisible Alejandro Talavante y el que posiblemente sea el torero más en forma de este tiempo, el gerenense Daniel Luque.
Pero si en infinidad de tardes anteriores se presentó un invitado tan molesto como el viento, en este jueves isidril apareció la lluvia, que arreció en muchas fases del festejo, especialmente en los dos últimos toros. La corrida de toros no ayudó y, sobre todo, el lote de Urdiales fue imposible. El riojano está teniendo muy mala suerte en los sorteos y ayer no fue una excepción. Sin embargo, los buenos oficios del torero lograron cuajar una faena aromática en el primero. Lo había brindado al público y hubo muletazos que eran auténticos carteles de toros, pero faltaba algo tan esencial como la emoción.
Toreando con su pureza habitual, siempre dándole al toro la bamba de la muleta, con el colorao Antequerano, Diego gustó y se gustó en una suerte de muletazos muy puros, llenos de temple y de torería. Era una faena de oreja asegurada, pero el toro, cuando ya se aprestaba a entrarle a matar, se derrumbó y se quedó un buen rato echado en la arena, con lo que el triunfo se evaporó. En su segundo no había nada que hacer. Era una preciosidad Flauta, berrendo en negro, careto, calcetero, un dije, pero de salida ya cantó lo que era. Pegaba arreones y Diego hizo gestos como si estuviera reparado de la vista y algo de eso habría, pues su comportamiento evidenció que sus embestidas eran irregulares. Aunque, mala visión aparte, el animal era un manso pregonao que huía de su sombra. Diego quiso, pero ante lo que tenía delante se descorazonó, lo mató de estocada, aquí paz y después gloria. Se va Urdiales de un nuevo San Isidro lamentándose de su infortunio con los lotes que le tocaron en desgracia.
Alejandro Talavante tuvo un lote que fue como la noche y el día. Su primer toro se le paró demasiado pronto tras sacarlo a los medios con mucha torería, andándole hasta la boca de riego. Cornetillo alternaba las embestidas, pues a una medio regular sucedía otra imposible de definir, con la cara por encima del estaquillador, yendo a su aire para que de forma inopinada se parase para siempre. Alejandro se atascó con el estoque para matar a la última.
Y salió Rompeplaza, un toro castaño que iba a ser el garbanzo blanco del guiso. Con cinco años bien cumplidos, el toro era una pintura, muy en Núñez y que iba a comportarse de forma parecida a sus antepasados, aquellos toros tan requeridos por las figuras. Talavante calentó bajo el diluvio en una tanda de muletazos rodilla en tierra en la que no faltó pase alguno de su repertorio. Redondos, naturales, cambios por la espalda y cuando recobró la verticalidad hizo uso de esas improvisaciones marca de la casa que tanto llegan al tendido. No mató bien y eso le privó de tocar pelo.
El triunfador de la tarde y de muchas tardes fue, cómo no, Daniel Luque. Está embalado el ciclón gerenense y parece increíble que se fuera de Las Ventas sin cortar oreja. Su primero se llamaba Tonadillero, de pelo castaño y faltándole tres meses para cumplir los seis años. Brindó a la plaza, cuajó un inicio enorme y realizó una faena que acabó en arrimón y media estocada. Y pasó que la lluvia aconseja el paraguas y que este complemento no casa con sacar el pañuelo, con lo que la oreja se evaporó.
También se evaporaría en el sexto, cuando la lluvia ya era torrencial y el piso un barrizal. En este castaño llamado Mimoso y que salió sin querer saber nada de nada para mansear descaradamente en el caballo, Daniel echó mano de su depurada técnica para ir metiéndolo en el canasto hasta lograr que el animal aceptase ir tras la poderosa muleta del torero. Fue una faena in crescendo que contó con la firma de una estocada de premio, quizá la estocada de este San Isidro. Pero el presidente no vio pañuelos suficientes sin reparar, por lo visto, que con lo que estaba cayendo sólo había manos para el imprescindible paraguas.
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