Es de Triana y se llama Juan Ortega

Balcón de sol

Juan Ortega / Juan Carlos Muñoz
José García-Carranza

16 de abril 2024 - 06:00

LA corrida iba por el camino del sopor y el tédio. La mansedumbre de la corrida de Domingo Hernandez impedía el lucimiento de los toreros. Daniel Luque, en su segundo toro, se inventó una faena en el tercio aprovechando las querencias ante un manso de libro que remata de una estocada caída. Corta una oreja que en otros tiempos sería de vuelta al ruedo. Morante, desdibujado toda la tarde, nada pudo hacer, igual que Juan, en su primero.

La corrida iba, como decimos, por el camino del sopor y el tedio cuando sale el sexto de la tarde, un toro colorado ojo de perdiz fino y muy bajo de agujas de nombre Florentino. El toro bonito que dicen los taurinos. Ya en el sorteo había llamado la atención. De salida el toro no me pareció gran cosa, haciendo una suerte de varas discreta. Es en el tercio de banderillas cuando se descubrió. Juan, no sabemos si Belmonte u Ortega, así lo debió ver. Le brinda el toro a Pepe Luis, excelente torero y mejor persona, que es como brindárselo a Sevilla. Inicia la faena en el tercio con unos ayudados por alto rematados por otros por bajo lentos y profundos. El toro humilla embistiendo con son y ritmo. Se barrunta lío gordo. Suena Manolete. No hay mejor pasodoble para este torero que, siendo clásico como Ordóñez, tiene en su toreo el misterio, la solemnidad y el empaque que tenía el monstruo de Córdoba. Coge la derecha para, más allá de la raya del tercio, enjaretar una templada serie que remata rodilla en tierra. El toro se para pero Juan, no sabemos si Belmonte u Ortega, le deja la muleta y el toro sigue, lento y templado, hasta el final guiado por su muñeca mágica. Sin rectificar le cita a continuación en un circular, enroscando al toro sobre sí mismo –el toreo es temple, cintura y muñeca– que aún no ha terminado. La plaza estaba loca, igual que Sevilla entera. Coge a continuación la izquierda. El toro, justo de fuerza, repite menos por ese pitón. No importa cuando un torero está en estado de gracia nada importa. De frente, echando la muleta al hocico del toro, y rematando detrás de la cintura, atrás, siempre atrás, le fue sacando natural tras natural lento, despacio, templado. La faena estaba hecha. Cierra al toro, como empezó, con unos ayudados por bajo que lo dejan colocado para la muerte. Se perfila solemnemente, sabe que no puede fallar, entra despacio, la suerte de matar también se puede hacer con temple, para dejar una preciosa estocada en todo lo alto de la que el toro sale muerto. La plaza es un manicomio. Los aficionados lloran. El presidente saca los dos pañuelos blancos de golpe. Hemos asistido, posiblemente, a la faena de la feria y de muchas ferias. Una faena, la de Juan, no sabemos si Belmonte u Ortega, que se recordará entre los aficionados de generación en generación.

Daba la vuelta al ruedo en triunfo Juan, no sabemos si Belmonte u Ortega, llevando en su manos el romero de las muñecas rotas que heredó de un Faraón de Camas. Yo aún dudaba de que no fuese un sueño. Aplaudí emocionado hasta que esta terminó, esperaba que abriesen el portón que da paso a la puerta de los sueños para llevar a Juan, no sabemos si Belmonte u Ortega, a hombros hasta Triana, su tierra, donde nació el temple que Juan Ortega, por la gracia de Belmonte, atesora en sus muñecas.

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