25 años del partido que cambió la vida de Carlos Cabezas, Berni Rodríguez y Germán Gabriel
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Este jueves se cumplen las bodas de plata de un triunfo que cambió el destino del baloncesto español y dio inicio a una generación que ha dado los mayores éxitos desde entonces a este deporte. El Mundial junior conquistado en Lisboa tras derrotar en la final a Estados Unidos con jugadores como Pau Gasol, Juan Carlos Navarro o Felipe Reyes puso el 25 de julio de 1999 la primera piedra de un proyecto cuyos frutos aún se siguen recogiendo. Y con una cuota malagueña, con Carlos Cabezas, Berni Rodríguez y Germán Gabriel, un 25% de aquella selección, que también contó con Francis Tomé como técnico ayudante de Carlos Sáinz de Aja.
El baloncesto español vivía internacionalmente de los éxitos continentales del Real Madrid de Ferrandiz, acompañados puntualmente por el FC Barcelona o Joventut de Badalona, pero en selecciones tan solo en el Europeo del 73 como anfitriones se había conseguido una plata, que se repetiría más de una década después en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 84, hasta que irrumpió, como un ciclón, una generación que sería el inicio de la eclosión de este deporte en España.
Porque este jueves se cumplen 25 años de una tarde veraniega en la capital portuguesa, donde un grupo de talentosos jugadores del año 80 cerraron el milenio, para abrir uno nuevo en el que ya nada sería igual y se empezaría a mirar a los ojos e incluso por encima del hombro, a la mayoría de selecciones, llegando a discutir la supremacía a una selección de Estados Unidos que tuvo que recurrir a sus estrellas para mantener, sufridamente y en alguna ocasión, su supremacía.
Aquel 94-87, precisamente ante los juniors estadounidenses, que bautizó a una generación como los "Júnior de oro", arrancó de cuajo los complejos al baloncesto español que, además, encontró a una "camada" de jugadores que acumularían una cosecha interminable de medallas, bien secundados, primero por los veteranos de la plata olímpica en el 84, sumándose después los nuevos talentos surgidos de generaciones posteriores.
Llegó el combinado dirigido por Carlos "Charly" Sáinz de Aja con el cartel de favorito a la cita lusa, después de un título europeo previo y como ganador del mundial oficioso en el torneo de Manheim (Alemania), pero nadie pensaba que lo coronaría en la capital lisboeta con la suficiencia que lo hizo y ante otras selecciones donde también fluía el talento y que dio grandes nombres para los siguientes años.
Antes de llegar al mundial la selección inicial sufrió algún retoque obligado, desgraciadamente para sus protagonistas, por las lesiones ya que se perderían las cita el base José Manuel Calderón, que luego se sumaría de pleno a la época dorada del baloncesto español y el ala-pívot José López Valera.
El transcurrir de la competición fue funcionando como un reloj en la primera fase e incluso en los cruces de grupos también se produjo una derrota "favorecedora" -hay quien quiere pensar que en cierto modo intencionada- ante Grecia, que conducía a un camino, quizá, menos espinoso hacia la final, aunque se sufrió lo indecible ante Argentina en semifinales. Ya en la final esperaba el 'ogro' Estados Unidos que se había paseado hasta entonces avasallando a cuanto rival se le había puesto por delante.
Sin embargo, una vez que los "cachorros" de Sáinz de Aja se quitaron los nervios iniciales -llegaron a perder por hasta doce puntos en la primera parte- llegó la reacción, volteando el marcador y, aunque se llegaba al descanso con empate a 47, en la segunda mitad ya se aventuraba que podía culminarse la gesta.
Con estrellas pero sin egos
Un Juan Carlos Navarro que ya había deslumbrado en el torneo acabó firmando un segundo periodo para enmarcar, desquiciando a cuantos defensores le pusieron por delante hasta irse a los 27 puntos finales que le valieron ser el jugador más valioso del campeonato, pero que encontró a un Germán Gabriel indescifrable en el juego interior con su condición de zurdo y una batería de complementos más que útiles.
Ahí aparecieron todos con su granito de arena. Tan solo Julio González, uno de los benjamines de la selección, se quedó sin actuar y el resto sumó y sumó, en la medida de las posibilidades de cada uno, con un Pau Gasol imberbe y algo desgarbado, pero que ya aventuraba una fisonomía que sería determinante para ser el jugador que acabaría por alcanzar el sueño de dos anillos NBA y un sinfín de medallas con España.
Precisamente esa falta de egoismo individual, a pesar del destellante talento de los Navarro, Raül López, Felipe Reyes, Soleyman Drame o Carlos Cabezas, que firmó el triple que selló el triunfo final, fue una de las claves del éxito, no solo para colgarse el oro mundialista, sino para crear un estilo que ya marcaría a los que, con los años, se rebautizarían como la "Familia".
A partir de entonces y, con una incorporación progresiva de la mayoría de estos jugadores, llegarían las medallas, los títulos y el respeto generalizado, aunque bien es cierto que, por el camino de los años, algunos de aquellos héroes se quedaron en proyectos prometedores, pero sin mantener la gloria de la que si fueron partícipes y, sin duda, fundamentales, para mirar desde lo más alto del podio del pabellón multiusos de Lisboa a Estados Unidos por encima del hombro.
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