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Tiene que ser muy alto el más sobresaliente del rival para que Alberto no le robe un balón o le fastidie su juego. Ahí están sus últimos meses de competición. El malagueño es el centro del universo cuando las cosas se ponen feas. Atrae jugadas que cambian el paso al partido desde la defensa, la lectura del juego y la sorpresa. Tiene el aplomo para lanzarse un triple desde demasiado lejos cuando todos sospechan que no es su especialidad.
Es la paciencia y el yunque, el resoplido de la centésima de segundo que falta para tocar un balón. “Alberto, Alberto”, chillaba el Carpena cuando se marchaba a vestuarios. Es el tipo de jugador que los abonados del Unicaja se llevarían al altar sin pensarlo. Cosas que pasan al compartir horas de baloncesto bajo un mismo techo. Acabó con 15 puntos, cuatro rebotes, tres asistencias, una pérdida y un par de robos. La letra pequeña de su partido ocupó, como suele, muchos más párrafos que el resto del relato. Puede desequilibrar sin recolectar estadísticas, impensable en otros perfiles de jugador, necesario.
Que le pregunten a DJ Seeley. La aportación de la estrella zaragozana fue colosal. Anotó de cualquier manera, en cualquier momento. Talento bruto, capaz de anotar con dos rectificados y el pívot rival saltándole. Tan inspirado estuvo, tan felices eran los suyos cuando se decidía a atacar el aro. Seeley tuvo una de esas noches en las que casi todo daba igual. Nueve puntos llevaba al descanso, cuando bailaba con él Adams, la pieza con la que debería de compararse en el Unicaja. Al descanso, pocos esperaban que el saltador supersónico de los malagueños rompiera en una manantial anotador como se era Seeley. Otros nueve puntos en el segundo periodo y la sensación de ser intocable en su juego. Máxima confianza, plena inspiración. 29 puntos, tres asistencias, dos rebotes, seis balones perdidos y tres recuperados.
Tres faltas personales, y ésa falta de costumbre defensiva que suelen tener los anotadores puros le dejó en una canasta y pocos minutos durante el tercer periodo. Los suyos lo acusaron, pero era una ametralladora clave para ganar la guerra en el último cuarto. Fisac no quería perderla. Para que fuese determinante, debía llegar con posibilidades .
Y así, mientras el derroche anotador de Seeley respiraba, la repercusión en el juego de Alberto Díaz crecía. Jaime también con tres faltas y el Zaragoza sembrando de trampas el partido para que llegaran las dudas al ataque malagueño. Justo en ése instante de titubeo, a más de un metro de la línea de triple, se plantó y anotó. Fue una carta escrita a mano desde el frente capaz de tranquilizar a una madre que está a miles de kilómetros. “Tranquilos, esto sale adelante”, parecía decirles a los aficionados. Después, reforzó el mensaje con su defensa sobre, precisamente, el huracán Selley.
Porque la réplica visitante siempre llegaba. Seeley firmó otros nueve puntos más en el cuarto final. Encontró la manera también de asistir a sus compañeros y aunque tenía a la peor pareja de baile posible para jugarse el partido, supo entender lo que tenía que hacer y ejecutarlo sin pestañear. Vaya partido el suyo. A diferencia de Alberto –promedió un 50% en toda clase de tiros de campo y metió el tiro libre que lanzó– firmó un 77% en tiros de dos, un 57% en triples y no falló ninguno de los tiros libres de los que dispuso. Todo un arsenal, maravilloso, incapaz de fallar dos seguidas. Y aún ahora se preguntará por qué no se contagió nadie.
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