Eternamente Carlos Cabezas
Sentido y ejemplar reconocimiento a la carrera de la leyenda del baloncesto malagueño, que se despidió tras jugar cinco minutos con el Unicaja en su último encuentro de profesional
El 3 de septiembre de 2006, España se proclamaba por primera vez campeona del mundo de baloncesto tras arrasar a Grecia en una impresionante final (47-70). Allí estuvieron dos chavales de Málaga, siguiendo el proceso soñado, entrando desde infantiles en Los Guindos y escalando hasta ser reyes del universo. Berni Rodríguez se retiró años atrás, historia del baloncesto nacional. 15 años exactos después de aquella gesta, Carlos Eduardo Cabezas Jurado (Málaga, 1980) dijo adiós pero con el añadido de una experiencia impagable que cierra un círculo con el club de su vida que durante años fue excéntrico para acabar concéntrico y a la altura del jugador y la persona.
Por el precio de una camiseta y unas entradas, no es cuestión de inversión sino de cariño, el Unicaja ha transmitido estos días un mensaje muy potente y una imagen respetuosa con un retorno amplísimo sobre cómo honrar de manera adecuada a una leyenda. “Momento único. Estoy disfrutando como el primer partido que me puse esta camiseta”, decía Carlos Cabezas por la mañana, después de haberse entrenado en la sesión de tiro a las órdenes de Fotis Katsikaris, que le dirigiera en su día en Murcia. “Está para seguir jugando, sin duda”, decía Alberto Díaz después de ver cómo sigue enchufando el malagueño. Cabezas fue parte de una generación que inspiró a la que ahora se acerca a su madurez. A Alberto, Francis y Rubén aquí, pero también a Jaime Fernández, que le profesa una admiración grande dentro y fuera de la pista. O a Darío Brizuela, que cuando era niño iba a ver en San Sebastián al Unicaja como si fuera, que lo era, un grande. Es parte del legado que hay que aprovechar en un equipo en el que el núcleo nacional es capital en importancia.
Después de haber reposado una vez ya mentalmente comprendió que era el final, estos días han sido un tobogán de emociones para Carlos Cabezas, sorprendido por el acercamiento del club después del cambio de responsables. En las semanas que transcurrieron desde su llegada de Uruguay se aceleró todo el proceso. Ha trabajado para recuperar un hombro que tenía renqueante de su etapa final en Uruguay con su buen amigo Ale Ballesteros. Y ahí estaba, listo para vestir de verde y morado por última, con la nueva camiseta con el número 10, la última vez que alguien la portaba. Las algo más de 2.000 personas que acudieron al primer partido del Costa del Sol, íntegramente celebrado en el Carpena este año, pudieron vivir un momento único. Acudieron con el aliciente de ver a su equipo, muchas tras más de año y medio, pero también a la despedida de una leyenda debidamente agasajada. Todo un Real Madrid enfrente para dar lustre al homenaje, con amigos personales venidos desde Zaragoza y Murcia, con toda su familia en un palco.
Podía parecer que el Carpena estaba semivacío con una entrada de poco más de 2.000 espectadores. Para quienes hemos podido asistir en estos meses de desgraciada pandemia a los partidos con un pabellón absolutamente desértico, era algo así como una pista griega. Carlos Cabezas salió en el quinteto inicial, tras una gran ovación en la presentación. Jugando como dos, al lado de Jaime Fernández. El primer balón que le llegó fue una asistencia a Micheal Eric para abrir el marcador. Había pedido tirarse alguna mandarina y se tiró un triple en carrera para cerrar un 10-0 de parcial de apertura del equipo malagueño. Después, otra asistencia para que Jaime Fernández metiera un triple desde el lateral. Cuando quedaba 4:30 para el final del primer cuarto, como estaba pactado, Fotis Katsikaris pidió el cambio que era la bocina que indicaba que se había acabado el recreo y que ponía fin a una carrera legendaria, a la altura de los mejores deportistas malagueños de la historia. Simbólicamente, Carlos Cabezas fue sustituido por Francis Alonso, el chaval que le veía con ojos deslumbrados cuando era un niño e iba a los entrenamientos cuando su padre, Paco, otro histórico del club y que dirigiera a Carlos de junior, era ayudante de Boza Maljkovic. Sin vacilar dijo que para adelante cuando se le planteó si renunciaba a su número 10 para que este viernes lo vistiera por última vez Cabezas. El 13, nuevo dorsal de Francis, entró por el 10.
El jugador nacido en Carlos Haya y criado en Marbella sacó otra camiseta con el 10 a la espalda y la besó. Aunque no jugó desde 2009, era el equipo de su casa, de su vida. Un minuto de ovación en pie del Carpena hacía honor a esa carrera extraordinaria. Al descanso del partido llegó el clímax del último baile. Los tres títulos ganados por Cabezas con la camiseta del Unicaja en el círculo central del Palacio y un vídeo de minuto y medio espeluznante con lo mejor de su carrera en el Unicaja que hizo aflorar las lágrimas. Las autoridades le hicieron entrega de diversos presentes. Una réplica de La Farola del alcalde, una jábega desde la Diputación, placas del consejero de presidencia de la Junta, Elías Bendodo, y del Ayuntamiento de Marbella. El reconocimiento del mundo del arbitraje con un obsequio de Daniel Hierrezuelo, también un recuerdo desde el Nacional de Montevideo, el último equipo de su carrera, una camiseta del Real Madrid firmada por todo el equipo entregada por Alberto Herreros, una fotografía instantánea del triple que había metido en el primer cuarto del partido dada por Antonio Jesús López Nieto y un cuadro de Manolo Rincón.
“Estoy muy emocionado. Gracias a las autoridades, a mi familia, a mis amigos que han venido de todas partes de España, estoy viviendo un sueño único. Gracias a Antonio Jesús López Nieto por hacerlo posible. Es un sueño hecho realidad. Nos seguiremos viendo”, eran las palabras de un emocionado Carlos Cabezas, con el Carpena en pie. Quedará para un partido durante la temporada la ceremonia de la retirada de la camiseta definitiva. Para ya, profesionalmente, es eternamente Carlos Cabezas.
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