La final del 95, una cicatriz para presumir
Curro Ávalos, Dani Romero, Alfonso Reyes y Manolo Rubia rememoraron aquella gesta de la que se cumplirán 28 años en breve
Las fotos del encuentro
La final del 95. Pocas veces una derrota significó tantas cosas buenas. Es una cicatriz que Málaga exhibe orgullosa, presume de ella. Porque se rebasaron ampliamente los límites del baloncesto y del deporte. La capital de la Costa del Sol no era la pujante de hoy en día. Había dejado morir a su club de fútbol, que aquella temporada, con otro nombre, estaba en Segunda B, tardaría más años en salir del pozo. Y el Unicaja inundó de orgullo a Málaga y Andalucía. También a toda la España no barcelonista. Picos de seis millones de espectadores vieron aquella final contra el Barça por televisión, un interés mediático impresionante. Baloncesto, espectáculo, también sus dosis de violencia, y una historia cinematográfica, David contra Goliath.
En su ciclo de encuentros que conmemoran los 30 años de la fusión entre Caja de Ronda y Maristas, bajo el título "La final inesperada", tres jugadores, Curro Ávalos, Alfonso Reyes y Dani Romero, y el delegado de aquel equipo, posteriormente director deportivo, Manolo Rubia rememoraron durante más de una hora junto al periodista Justo Rodríguez lo que significó aquello para ellos y para Málaga.
"Málaga es mi segunda casa. Mi estancia de cuatro años fue maravillosa, deportiva y personalmente. Salía por primera vez de casa, en Estudiantes no jugaba y Javier Imbroda me dio esa oportunidades. Jugadores jóvenes, con ganas de triunfo, mucha hambre, pero también talento. Curro, Dani, Gaby, Nacho... Mi primer año no fue bueno, pero el segundo sí. Recuerdo ya celebrar que nos habíamos asegurado jugar Europa tras una victoria en Sevilla. Luego eliminamos a Estudiantes y Manresa y nos plantamos en la final. Después de aquello vinimos a bañarnos en la Plaza de la Constitución tras pasar a la final. El Málaga de fútbol no tenía los niveles que alcanzaría después, éramos el centro de atención. Teníamos 21, 22 o 23 años, fue un despertar deportivo y personal", rememoraba Alfonso Reyes, fornido pívot de aquella época, ahora presidente del sindicato de jugadores (ABP).
"Llegué en el año 88 a Málaga, con 15-16 años. Crecí como jugador al lado de Dani Romero y Gaby Ruiz. El primer día que entrené en la cantera estábamos los tres juntos y ahí fuimos creciendo. Fue clave para madurar como jugadores y personas. Recuerdo mucho a Javier Imbroda, su máxima pretensión era que tuviéramos los pies en el suelo. Estábamos fuera de guion. Jugar unos cuartos, las semis, llegar a la final... Era algo que no se contemplaba. No teníamos una referencia anterior de qué suponía eso. Llegabas a un bar y te invitaban, no pagabas en un restaurante... Te podías creer lo que no era. Y Javier insistía mucho en eso. Poníamos las bases de lo que estamos disfrutando tiempo después", remueve recuerdos Curro Ávalos, portentoso jugador exterior al que las lesiones de rodilla le obligaron a dejarlo con 26 años. Ya en su etapa de jugador formó una empresa inmobiliaria que aún hoy en día funciona.
Dani Romero, ahora entrenador y también delegado de campo en los partidos del Unicaja, afirmaba que
"pasamos de las categorías inferiores, de partirnos el pecho por lo que nos encantaba a encontrarnos en una situación que ni en los mejores sueños pensábamos que podía pasar. Era un equipo joven, crearon Javier, Pedro Ramírez y Ramón García un grupo. Yo lo vivía como un malagueño, como un aficionado. Yo veía a mis amigos del instituto, a familiares, a conocidos... Todos allí en la grada. Se me ponían los vellos de punta. Fue un sueño. Era algo inesperado. Nos lo fuimos creyendo, Javier nos convenció y germinó en nosotros ese sentimiento", cuenta emocionado un feroz defensor que también metía sus triples.
"El grupo era una familia, los jugadores españoles sabían cuál era su rol. Teníamos a tres supercracks, un animal como Miller y Babkov y Ansley eran talentazos. No había ningún tipo de celo. Acabamos la liga regular segundos, con Baskonia, Madrid, Estudiantes detrás... No se puede decir que fuera una casualidad. Ganamos a Estudiantes y Manresa sin perder. Allí había jugadores como Harper Williams o Linton Townes, pero Miguelo Betancor [árbitro canario, de los más famosos de la época] se empeñó en que no ganáramos...", refería con un punto de amargura Manolo Rubia: "Yo me llevo muy bien con él, pero se lo dije más de una vez a Miguelo. Tras ganar el primer partido íbamos 9-10 arriba y pitaron una falta increíble a Serguei Babkov por taponar a Xavi Fernández y se empeñó en que no ganáramos. Un árbitro de baloncesto con dos cositas que te pite te cambia el partido...".
"El primer partido nos aplaudían y eso a nosotros nos molestaba", refrescaba Dani Romero: "Parece como que nos hacían de menos". "No ha vuelto a pasar que hubiera seis millones de espectadores en un partido. Entonces sólo ganaban equipos de Madrid o Cataluña, fue la primera vez que jugaba una final un equipo de otra ciudad. Llegamos sin complejo, a ganar. Ganamos fácil el primero, el segundo fue la sensación que te queda cuando no te pitan bien. El tercero fue 88-87 y el cuarto...", evocaba Alfonso Reyes. "Crowder mató a Babkov y Middleton a Mike. Pegaron mucho. Creo que se acojonaron en el segundo, les costó ganarnos", suelta Rubia. "Ahora tenemos que ir a Málaga... Salir a Ciudad Jardín era como jugar en Grecia y Turquía, pero sin violencia, sí había mucho ruido. Yo he tenido que salir corriendo de una pista griega y al quitarme la camiseta tenía dracmas guardados dentro de la camiseta", relata Curro Ávalos. Imbroda hizo magia.
"Nacho era el líder natural de ese equipo, también como Manel. Recuerdo las pretemporadas el Parador de Golf. Eran pretemporadas odiosas y tengo la imagen de Nacho el primero tirando del grupo y nos mataba", precisa Curro Ávalos: "Teníamos un orgullo de pertenencia, se sentía la camiseta. Éramos hermanos y amigos, nos íbamos a casa de alguno, pizzas, salidas cuando ganábamos, a veces venían Mike y Kenny, que iban más a su bola. Si tocaban del rival a Dani o Alfonso saltaba la chispa, le mordías a quien fuera. Javier hizo magia. Al año siguiente no iba tan bien. Nos cogió uno a uno. Javier me sentó en las gradas, me dio una manta de palos, con clase, pero me mató. Al día siguiente estaba el vestuario empapelado de frases motivadoras. Era un maestro de la psicología".
"A mí no me volvió a pasar en un equipo lo de salir todos juntos. He tenido buenos compañeros, buenas amistades, pero esto no me pasó. Un día en una casa, después de los partidos si ganábamos podíamos salir un poco más, pero si no nos metíamos en la casa de alguno, todos. Eso no era normal", acota Alfonso Reyes sobre lo que suponía aquel equipo. "El cemento del ladrillo del muro era ese, no estábamos de 5 a 7 entrenando, era todo el día junto", ahonda Ávalos.
"Aíto nos acabó quitando para el Barcelona a Nacho y Manel Bosch, había nacionales de mucho nivel más tres supercracks extranjeros", también recuerda Manolo Rubia sobre el después de aquel equipo.
"Cada uno sabía lo que tenía que dar. Nos sentíamos importantes aun estando todo el partido en el banquillo. Asumir el rol y estar tan bien definido, no había egos. Si Bob estaba inspirado Mike asumía que le tocaba al otro. Kenny cogía un balón y te decía 'dale un puñetazo' y nada. 'dale una patada'. No se movía la bola de sus manos... Era increíble la fuerza que tenía. Cuando tienes algo más de unión que el simple hecho de pertenecer a un equipo eso se traslada a la pista", relata con precisión Dani Romero.
"El no triple 30 años después se sigue hablando. No sé si hubiera sido mejor ganar o no, la verdad", suspira Alfonso Reyes. "Mike sacó un tiro que tenía que sacar. Todo el mundo sabía que iba a tirar. Llevaba 37 puntos y todos creíamos que se iba a ir a 40. Middleton era un gran defensor, pero Mike armaba el tiro muy rápido", precisa Romero.
El ojo morado de Antonio Jurado, masajista, después de un golpe de Quique Andreu, pívot barcelonista. La guerra mediática también, con Aíto negando declaraciones que había hecho... Códigos distintos. El respeto del rival se fue multiplicando. Incluso en el quinto partido en Barcelona se tuvieron opciones. No llegó el título pero sí la semilla.
"Serguei era más superclase que Mike, pero no tenía su carácter ganador. Mike no salió aplaudido de ningún campo, le gustaba provcar. Serguei salió aplaudido de cualquier campo, recuerdo un partido en Valladolid con todo el pabellón puesto en pie. Mike le decía que tirara más, pero Serguei decía que si fallaba no podía seguir tirando. Los jugadores se cuidan mucho ahora, pero entonces... Un día me llama a las 4 de la mañana un guardia civil a casa. 'Señor Manolo Rubia. Tengo aquí un señor que dice que usted es el delegado del equipo'. Había empotrado un Xantia en una rotonda del Cerrado Calderón...", recuerda el después director deportivo del club como anécdota.
La charla se celebró justo el día en que el Unicaja quedó emparejado con el propio Barcelona en la Copa del Rey. Y Dani Romero mandó un mensaje ilusionante. "Veo muchas cosas en este equipo que me recuerdan al nuestro. Gente que sabe dónde está, qué camiseta lleva, qué supone el escudo. Esto es deporte, pero puede pasar cualquier cosa. Le tendremos que ganar después al Madrid después y la final a otro, qué remedio", bromeaba el antiguo alero cajista: "Antes ibas a los partidos con la incertidumbre de qué pasará. Ahora voy con la certidumbre de que este equipo se va a dejar la piel. Y esas cosas pasan pocas veces". Romero arrancó la ovación de los presentes con un recuerdo emocionado: "Me acuerdo de que yo saludaba cada día que salía a la pista a José María Martín Carpena, que era amigo de mis padres. Allí estaba siempre. Lo asesinó ETA y me ha venido a la cabeza recordando lo que se construyó después, hoy se juega en el pabellón que lleva su nombre".
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