Mario Saint-Supéry Fernández, no el mesías
El estruendoso Europeo sub 16 del joven malagueño del Unicaja ha propiciado una lógica atención por sus proezas
Construir una senda y un hueco para instalarse en el primer equipo, el gran reto colectivo
De la cantera de Los Guindos han salido campeones del mundo, jugadores de la NBA, algún All Star incluso, muchas decenas de jugadores ACB. No es raro ver grandes proyectos, aunque la exhibición que ha ofrecido en esta última semana Mario Saint-Supéry Fernández (Málaga, 2006) en el Europeo sub 16 de Macedonia del Norte ha sido extraordinaria, sólo faltó el colofón del oro. Genera una lógica corriente de ilusión en el baloncesto malagueño y español. Se habla de él, tiene portadas merecidas, corren como la pólvora por las redes los highlights de sus plásticas canastas tras reverso, sus triples o mates... Es parte del proceso cuando se rinde de manera tan excelsa. Es el primer gran torneo internacional, por edad, que se juega y hay muchos ojos puestos en él. Y el mejor jugador de los 200 que han estado en Skopje ha sido el malagueño.
Un repaso al listado de MVPs en los últimos 25 años de los Europeos sub 16, sub 18 y sub 20 permite observar que un alto porcentaje llega a la superélite, entendida como tal la NBA, Euroliga o selección absoluta. Sólo un 15% no lo ha hecho. Suele ser un sello distintivo de calidad el galardón. Significa que Mario Saint-Supéry es un magnífico proyecto de jugador. Tiene las herramientas físicas, atléticas, mentales y técnicas. Un entorno que tiene el amor más primario al baloncesto y bien asesorado. Un combinado excelente. Hay quien le ve cosas de Sergio Llull. Otros, de Nemanja Nedovic. Es un jugador intrigante y raro en el sentido de que el paquete completo conjunto de cualidades no es habitual en el jugador español. Su rango de tiro a una edad tan temprana, la cantidad de recursos técnicos para acabar con las dos manos atacando el aro, el manejo de los espacios, la amplitud y la potencia en el ciclo de pasos... Hay mucho trabajo detrás y también está tocado por la varita.
También ha ejercido liderazgo, ha sido el capitán de una selección en la que no abundaba el talento (ello le ha obligado, y al mismo tiempo permitido, a lucir más) y que perdió por 30 puntos el primer partido del campeonato tras una preparación con más derrotas que victorias. Su último cuarto ante Montenegro fue una locura que cambió la marcha del equipo. Evidentemente, tiene que mejorar en mucha facetas distintas, desde la toma decisiones a la continuidad defensiva. En el Europeo tuvo que ser más protagonista de lo que suele ser el guion habitual en las selecciones españolas, más corales y pétreas. Y ha respondido. Como le pasó en la final del Campeonato de España cadete, el oro se resistió. Y eso debe ser gasolina para mejorar.
Es tentador a estas edades formular comparaciones, prospecciones de hasta dónde puede llegar un jugador o cuál es su límite. Pero la realidad es que Saint-Supéry tiene 16 años y, aunque apetezca mucho verlo jugar, todo no viene rodado y no hay un camino de rosas. Extrapolar el dominio que ejerce con jugadores de su edad (ya esta temporada pasada destacó en junior y EBA con jugadores mayores) a la élite es complicado y requiere un proceso. Un paisano de Rincón de la Victoria, Alejandro Davidovich, relataba cómo mentalmente se derrumbó tras ganar Wimbledon junior, después de que los focos se posaran en él. Ahora lleva un año y medio entre los 50 mejores tenistas del mundo, con resultados grandes. Pero le costó dos-tres años digerirlo bien.
De momento, tras un descanso, Saint-Supéry esta semana comenzará a trabajar con el primer equipo del Unicaja en la pretemporada. Podrá tener minutos en los amistosos con las bajas por los jugadores con las selecciones. A Ibon Navarro le gusta mucho, ya le hizo debutar y le dio alguna rotación con partido de verdad en juego la temporada pasada. Cuentan que, aunque llevara varias semanas sin asistir a los entrenamientos del primer equipo, cuando volvía no había que explicarle nada de nuevo. Conjugar la urgencia máxima de resultados que tiene el primer equipo con la paciencia que requieren los jóvenes es complicado, pero es también una obligación del club crear una senda para que se vea luz arriba.
El intento fallido de tener el equipo en LEB Plata, que sería una plataforma ideal para crecer, no sólo para Mario sino para una generación interesante que viene, fue una pena y debería ser una prioridad a corto plazo. El fantasma de la marcha a Estados Unidos está ahí, como para cualquier chaval que destaca en Europa o cualquier lugar del mundo. Las universidades ya estaban, pero los proyectos Overtime o Ignite han aumentado la competencia. El combo estudios-baloncesto más el idioma y el hecho de estar en la meca del baloncesto es algo difícilmente batible, muy goloso. La única forma de combatir con ello son hechos concretos y ahí tiene un reto también el Unicaja, seducir a Mario Saint-Supéry y su gente. El sentimiento de arraigo e identificación que propicia un jugador así, si se consolida, es algo impagable.
El Unicaja ha vivido un caso reciente con Yannick Nzosa de un joven que debutó por necesidad, rindió como el mejor pívot de la plantilla en una temporada dura y en su segundo año en la élite se tambaleó. Es algo lógico, el crecimiento de los jóvenes no es uniforme, pero dotar del rol adecuado y crear las condiciones mejores también es acertar. Ha sido una semana preciosa este Europeo sub 16 que acabó con el MVP y hay sed de referentes y buenas noticias en el baloncesto en Málaga. Pero, de momento, es Mario Saint-Supéry Fernández, un chaval de Rincón de la Victoria que este año comienza el Bachillerato. Un proyecto de jugador fabuloso que ilusiona mucho, pero no el mesías.
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