Perfil: Carlos Cabezas, un soldado y un general
La longeva carrera del malagueño entendió de roles distintos en los que siempre rindió con éxito, con gusto por la pelota decisiva final y una competitividad extrema
Carlos Eduardo Cabezas Jurado (Málaga, 1980), hijo de uruguayo y sevillana, vivió de pequeño en Granada y Córdoba, donde su homónimo padre hizo carrera como jugador después de instalarse en Málaga y ascender con Caja de Ronda a la élite por primera vez. Un anotador inmisericorde, cuentan quienes le vieron jugar y las crónicas de la época. Temas de pasaporte le impidieron jugar en ACB, pero en la extinta Primera B ofreció recitales memorables. Sus padres se conocieron en Sevilla, donde en el Betis jugaba Hugo, que sería tío de Carlos, un delantero que marcó decenas de goles de verdiblanco. De alguna manera, había predisposición genética para que el después gran base malagueño fuera deportista. En toda su carrera hubo algo de simbolismo en cada etapa. Hasta el final, la cerró con dos temporadas en Nacional, el club de la familia paterna en Uruguay. Antes de jugar este viernes su último partido, en el Carpena ante su gente, en un Unicaja-Madrid.
La carrera de Carlos Cabezas, dilatada y con partidos profesionales en cuatro décadas hasta alcanzar casi los 1.500, fue grandiosa. Un jugador que era capaz de ser soldado y ser general, para las cuatro estaciones, para todas las pistas y para todos los roles posibles, de base y no pocas veces de escolta. Desde killer hasta especialista defensivo, el abanico era inacabable. "He tenido muy pocos jugadores con su capacidad para sacar algo aparentemente de la nada en momentos complicados de un partido o una temporada. Tiene una competitividad y generosidad únicas", le definía Sergio Scariolo, que le entrenó durante seis años y con el que seguramente jugó su mejor baloncesto, años atrás. Quizá sea imposible precisar mejor lo que era Cabezas en una pista.
Su padre fue su primer entrenador. Suele contar Carlos Cabezas, ahora con una sonrisa, las series de tiro con viento o con lluvia a las que le sometía. Y ejercicios con el control del tiempo en la cabeza que después saldrían a flote durante su carrera. En edad infantil fue reclutado por el Unicaja desde Marbella. Allí formaría parte de la mejor generación de canteranos de la historia del club, con Berni Rodríguez y Germán Gabriel. Más tarde, de la que cambió el curso del baloncesto español con ellos más Pau Gasol, Navarro, Raúl López, Felipe Reyes, Calderón... En ella dejó su huella con dos canastas fundamentales. La que tumbó a Australia para dar el título en el Torneo de Mannheim, mundial oficioso sub 18, una penetración sobre la bocina. Y el triple que mete en la final del Mundial sub 19 ante Estados Unidos en Lisboa para sentenciar, de tres a seis puntos a favor en el último minuto. Si en los 80 hubo una eclosión sin par del baloncesto con la plata de Los Angeles'84, en los 90 hubo una depresión tras el ridículo olímpico en Barcelona que ya se estaba atenuando pero que esta generación dinamitó. Un grupo de ganadores desde niños. Y ahí Cabezas fue una piedra decisiva. Con el Unicaja ganó el Torneo de Hospitalet, el mejor junior en el país. El hábito de ganar se larvaba.
Con Boza Maljkovic debuta con 19 años, en febrero del año 2000, con el primer equipo. En el Palau Blaugrana y metiendo ocho puntos sin fallo en el tiro. Enfrente estaba Nacho Rodríguez, el primer malagueño internacional absoluto. Aquella generación del Unicaja acabaría sublimando el espíritu de ese equipo subcampeón del 95 que cambió el paradigma del baloncesto en Málaga. La consolidación llegó en la temporada 2000/01, ya con minutos importantes en el equipo que ganó la Copa Korac. Sus entrenadores en el Unicaja fueron Maljkovic, Scariolo y Aíto, poca broma. Todos contaron con él, pero la cristalización de su madurez se produjo con el técnico italiano. Durante años, Cabezas fue élite máxima de Euroliga, por nivel físico y por talento. Se le recuerdan exhibiciones anotadoras sublimes en Tel Aviv, Moscú o Estambul, por encima de la treintena alguna vez, varias por encima de los 20. Aunque sería ídolo del Carpena, era síntoma de una personalidad tremenda que sus mejores partidos, los más recordados, fueron lejos de Málaga. Igual valía para secar a Papaloukas, Holden, Jasikevicius o Diamantidis que para decidir partidos con esa proverbial capacidad para anotar el último tiro. Más de una decena de canastas definitivas, varias en Málaga, jalonan su carrera.
En España, los títulos de Copa y Liga. Una defensa asombrosa para frenar a un Rakocevic imparable en la semifinal de Copa ante el Valencia, hacer trabajo de desgaste con Louis Bullock en la final. Una eliminatoria soberbia ante un emergente Sergio Rodríguez en los cuartos de final de la Liga de 2006, un tercer partido en Vitoria en el que, junto a los triples de Garbajosa, cambió el guión para alzar el título. Había quien le reprochaba entonces que le faltaba lucidez en la dirección, pero su labor era distinta a la del mago Pepe Sánchez, la mejor pareja de bases de la historia del club, era otro registro diferente.
En el que iba camino de ser, por trascendencia y escenario, el partido de su carrera, un zarpazo en el ojo del venezolano Óscar Torres le sacó de la cancha en la semifinal de la Final Four ante el CSKA en el OAKA. Metió un tiro libre sin ver por un ojo, por el que sangraba sin parar, para poner al equipo arriba, hasta por nueve puntos. Cuando pudo volver al partido ya era tarde. Después se constató que había puesto en riesgo su integridad. Eran años en los que ya se había consolidado en la selección. Campeón del mundo en 2006, con una terrible defensa a Spanoulis en la final mientras Berni paraba a Papaloukas. Algo frecuente en clave Unicaja, el perímetro de la casa para martillear al rival. La mácula en su carrera es no haber estado en unos Juegos Olímpicos. Mario Pesquera le dejó fuera de Atenas en beneficio de Jaume Comas y seguramente se acordó de él cuando Marbury aniquilaba en aquellos cuartos de final. Tampoco Aíto le otorgó el billete para Pekín'08, le dio la alternativa a Ricky Rubio y tiró de un Raúl López renqueante. Sumó una plata en España'07 y un oro en Polonia'09, en sus últimos partidos con la selección. Cuatro grandes campeonatos y tres medallas absolutas.
El verano de 2009 fue duro. Quizá no bien aconsejado por agentes que buscaron la comisión por encima de la estabilidad, se marchó de Málaga para ir al Khimki con Sergio Scariolo con un contratazo después de desechar una oferta de Siena a última hora y emprendió una carrera más itinerante tras una década en el equipo de su tierra. No por ello menor. En Zaragoza y Murcia dejó huella, llevando a cotas nuevas al club, volvió a la Euroliga con el Baskonia, también jugó en Fuenlabrada y Betis, con experiencias en Francia (Orleans) y Hungría (Alba Fehérvár) antes de explorar en Sudamérica. En el Guaros de Lara de Venezuela, en el Regatas Corrientes argentino y, por último, en el Nacional de Montevideo.
Cuando se le cuestionaba que qué le animaba a seguir compitiendo por lugares aparentemente sin brillo, respondía que seguía teniendo el fuego dentro. En una carrera cíclica, se fue buscando las huellas de sus ancestros, del patriarca Nelson, de la estirpe Cabezas, mezcla de emigrantes españoles e italianos en Uruguay. Competitivo hasta el extremo, no pudo disfrutar por la pandemia de la pasión uruguaya en la cancha, pero sí del modo de vida que le ha enriquecido. Hay quien le menospreció durante su carrera, él respondió en la pista, adaptándose a cada escenario. Al más exigente de todos. Llegó a entrenar con los Memphis Grizzlies en verano. Hay algún sueño no alcanzado porque la vida no es perfecta. Pero es una carrera arrebatadora, vivida desde la pasión y el ansia de ganar, con esa droga insuperable del último balón para decidir un partido. Ser profeta en la tierra no es sencillo y Cabezas lo fue, ganó tres títulos y dejó un legado. Jugando como un soldado y como un general.
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