Visto y Oído
Emperatriz
En el minuto 28 de partido, después de la penúltima descarga de un desatado Darío Brizuela, el Carpena canta a capela el himno del Unicaja, convertido en hit nacional en la Copa. La pasión colectiva está a flor de piel. Es difícil no emocionarse. En la vida se suele perder mucho más que se gana y hay que valorar cuando se alcanza la felicidad e intentar preservarla porque la guadaña es implacable. El Unicaja representa ahora mismo eso, la felicidad pura, un estado de ánimo en el que se siente poderoso, casi invencible. Si se pudiera cristalizar esta situación para cuando se se jueguen de verdad los restantes títulos el verde se pagaría barato, pero hay que trabajar cada día porque es un estado muy frágil, cuanto más se acerca la excelencia más complicado es mantenerla. Pero el estómago no está lleno, la declaración de intenciones tras el título copera fue bastante contundente. Un Girona en buena línea hizo un notable primer tiempo, pero acabó derrengado porque el motor cajista volvió a ser letal (94-70). Se escribía antes de la Copa que ante equipos de zona media y tabla. Tras ella hay que ampliar el espectro. El Unicaja constató no ha bajado el pistón después de una jornada con casi tres horas de lágrimas en la mejilla. Vendrá algún bajón, seguro, mantener el 80% de victorias es algo casi marciano para un equipo que no es un transatlántico, pero es la realidad de la máquina que adiestra Ibon Navarro.
Era difícil, no obstante, mentalmente afrontar el partido tras dos semanas de parón y lo que había ocurrido en Badalona dos semanas antes. El club confeccionó en los prolegómenos un preámbulo a la altura de la gesta en tierras catalanas, con un éxtasis con el documental, el despliegue de la bandera en el cielo del Carpena y la ofrenda del título a un Palacio abarrotado. Unas vibraciones que eran impensables hace siquiera unos meses. Pero mantener la tensión tras la emotividad de lo vivido parecía imposible. Pese a ello, la salida al partido no fue nada mala de los pupilos de Ibon Navarro. El Girona es un buen equipo, que ha crecido mucho desde el partido de la primera vuelta, ya con la permanencia muy encarrilada. El Unicaja vivía de los puntos de Perry, Brizuela y Díaz, que sumaban los 22 primeros, con el vasco en ebullición, en uno de esos días. Pero se evidenciaba que había un problema en el equilibrio del juego. Costaba que los interiores produjeran. Un triple de Ejim y cuatro puntos de Thomas eran el raquítico balance al descanso, con Osetkowski, Kravish (con problemas de faltas) y Sima inéditos.
El Unicaja se instalaba en los 10 puntos (30-19) y parecía por un momento que el partido se podía resquebrajar, pero el Girona se tenía. Puntosde Hill, después dos acciones seguidas de mucha categoría de Marc Gasol, ovacionado por el Carpena al contrario que Aíto. El pívot catalán ha tenido siempre palabras muy bonitas hacia el Palacio y Málaga. Y su trayectoria merece el homenaje de todas las pistas de España. En los últimos minutos del periodo el equipo malagueño se había sentido algo más controlado y el Girona llegaba metido en partido al receso (41-35).
Ahí el Unicaja enseñó los colmillos. Y desplegó una sinfonía de baloncesto en una segunda mitad sensacional, desde la defensa al ataque, en la que no dio opciones. Voló Perry, rey del flow y jugador de culto, Brizuela siguió con la dinamita, Ejim era cemento puro, Sima se soltó y metía los tiros libres y Osetkowski tuvo una ráfaga de killer. Entre vítores, la diferencia llegó a los 25 puntos. Ibon habló con Marcos Cerveró, el preparador físico, que en su excel consulta los datos de los jugadores y las cargas, para gestionar el quinteto final. Hubo cinco minutos para Saint-Supéry. Tras otra ovación para Marc Gasol y el grito de “campeones, campeones” tronó en el Carpena, acompañado de otra salva del himno para celebrar ese estado de felicidad que el Unicaja intenta extender. Era un partido complicado de gestionar emocionalmente y el equipo de Ibon Navarro parece que sigue teniendo un plan para ganar.
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