Un ascenso de película
30 años desde el ascenso a la ACB de Mayoral maristas
Se cumplen 30 años del ingreso deportivo en la ACB del Mayoral Maristas tras una victoria en Sevilla
Varios protagonistas de aquel acontecimiento reflexionan sobre el éxito
Málaga/Fue un 4 de mayo de 1988, en Sevilla. La cristalización de una historia de película, el ascenso a ACB de un equipo de colegio. El protagonista, un club de Málaga, de La Victoria. El Mayoral Maristas, un torbellino que se convirtió en un soplo de aire fresco en el baloncesto nacional con un juego vertiginoso y espectacular.
Durante cuatro temporadas jugaría en la élite, compartiendo hueco con el Caja de Ronda, hasta la fusión de 1992 en la que dos estilos confluyeron para acelerar la consolidación de un grande del baloncesto español en Málaga, ahora el Unicaja.
El contexto es unos años 80 en los que el baloncesto era un hervidero en España. El boom de la plata olímpica en Los Angeles'84 contribuye a que la canasta alcance cotas similares a las porterías. No es una exageración, había álbumes de cromos de los equipos de baloncesto y las estrellas trascendían al deporte. Coincide con la penetración de la NBA en España.
En Málaga hay un caldo de cultivo, el Caja de Ronda ya había pisado la ACB y en El Palo y La Victoria hay núcleos efervescentes de baloncesto. En la conmemoración de los 30 años de aquel ascenso, Málaga Hoy recurre al testimonio de varios protagonistas de aquel club para explicar aquel fenómeno. Jacinto Castillo, el hombre orquesta; Manolo Morales, directivo; el entrenador, Javier Imbroda; Paco Aurioles y Juanma Rodríguez, jugadores; y Mariano Pozo, joven fotoperiodista por aquel entonces y testigo de aquel hito. Sus imágenes ilustran estas páginas.
"Subimos aquel equipo de Provincial a Tercera y de Tercera a Segunda. Hubo una reestructuración que nos permitió pasar a Primera B después de bordear el ascenso en la cancha. Y ahí estábamos", recuerda Jacinto Castillo, que no sabe decir con precisión cuál era su cargo: "Hacía de todo, desde vendarle un pie a un jugador a llevar a comer a otro, hablar con el padre de uno... Era llevar la dirección deportiva-financiera, no había estructura para cargos, la verdad. Al final era gerente, pero era una denominación un poco estúpida".
El resto de protagonistas le señala como la pieza clave en el engranaje. Él apunta al Hermano Julián como el nexo de unión con el colegio. "Era un chico joven, que ha llegado a superior a niveles internacionales en Maristas. Venía de Navarra, era la conexión, el cura encargado del baloncesto. El colegio puso las facilidades de hacernos un pabellón", rememora Jacinto Castillo, que después trabajaría como agente de jugadores y como scout internacional para Houston Rockets y Milwaukee Bucks durante dos décadas.
Paralelo al desarrollo del baloncesto también iba el del balonmano, con una generación fabulosa. Mitos como Antonio Carlos Ortega o Quino Soler, de la casa, con extranjeros de tronío como Gopin o Yukhov. "Era una locura, un equipo de colegio jugando contra el Real Madrid y el Barcelona en baloncesto y el Barcelona y el Atlético de Madrid en balonmano, algo irrepetible", recuerda Juanma Rodríguez, por entonces jugador.
Tras aquel ascenso, los técnicos decidieron que no seguiría en ACB. "Me llevé dos meses sin hablarles, uno tiene 24 años y el ego inflado. Me ofrecieron seguir como delegado. Me negué, pero con el tiempo comprendí que era muy limitado y que llevaban razón. Ese fue mi último partido como jugador...", cuenta. Sería también entrenador del equipo junior del club en el que ya descollaba su hermano, Nacho, leyenda posterior. Después sería director deportivo tras la fusión y la creación del Unicaja, cargo que ostentaría durante más de 15 años. Ahora es consultor en Europa de Cleveland Cavaliers.
Manolo Morales, directivo de aquel club, recuerda que "a mí me llama Jacinto en el año 85 para meterme en el baloncesto. Recuerdo que reorganizamos el Club Maristas, que aunaba baloncesto y balonmano. Separamos las secciones. Estaban también Carlos Fajardo, Juan Ayala, Joaquín Riera y Eduardo García, ahora presidente del Unicaja". "Logramos involucrar a tanta gente...", rememora Jacinto Castillo: "Desde los padres de los niños a profesores, había una ilusión por transmitir. Era un baloncesto puro, ilusionante. Eso pasa una vez en la vida, esa conjunción de personas, momentos y lugares. Por sí solos seguramente no hubieran llegado a nada. Pero se generó una química increíble, difícil extrapolarla. Es complicado explicarlo, no hay palabras. Todo desemboca en el ascenso, sufrido y trabajado una barbaridad".
Hay un elemento clave para la propulsión del proyecto y es la aparición de Mayoral, empresa malagueña ya entonces puntera. "Estábamos patrocinados por EcoAhorro y fuimos a pedirle una ayuda a Rafael Domínguez de Gor, que había sido alumno de Maristas", relata Manolo Morales. "Íbamos a pedirle algún anuncio, con 50.000 pesetas hubiera valido, con 500.000 pesetas ya hubiéramos dado palmas", insiste Jacinto Castillo. "La respuesta fue: '¿Cuánto vale el club? ¿50 millones de pesetas? 50 millones, hecho'. Vimos el cielo abierto, fue como los americanos con Mister Marshall... Nos supo un poco mal por EcoAhorro, que era un supermercado del barrio del señor Neyra, que nos ayudó, pero es que nos había tocado la lotería", cuenta Manolo Morales.
El equipo se fraguó con un núcleo de jugadores de la casa, con Javier Imbroda al mando. Tenía 27 años cuando se consiguió el ascenso. "Javier tenía muy buenas ideas, era un entusiasta y tenía la meta fija de ser entrenador de élite", prosigue Jacinto Castillo. "Tanto Javier como Pedro [Ramírez, ayudante] iban con la idea muy clara de lo que querían", señala Paco Aurioles, el jugador más joven del plantel. Dirige ahora al junior del Unicaja y es ayudante de Scariolo en la selección: "El baloncesto ha tendido a entrenar más científicamente y entonces era volumen. Recuerdo palizas exageradas, concentraciones en Algeciras en las que estaba en la habitación con Jesús Peña y ni nos hablábamos ni íbamos a la piscina, sólo queríamos dormir. Recuerdo dos sesiones de mañana y dos de tarde, con cuatro entrenamientos diferentes y un trabajo inhumano".
La media de edad de la plantilla era de 22.5 años. Los bases eran Jesús Peña, Paco Aurioles y Salvador Gallar. Carlos Elejabeitia, Juanma Rodríguez, Enrique Fernández, Alfonso Portillo y Mike Smith eran aleros, entonces la distinción con el escolta se difuminaba. Por dentro, Ray Smith, Miñana, Rafa Rodríguez y José Pedro García. Todo en un contexto de juego de un equipo muy bajo, incluso para la época. "Eran jugadores de equipos pequeños, del junior y algunos que habían jugado en Caja de Ronda, con algún toque veterano. Un equipo un poco de desechos", admite Jacinto Castillo.
Javier Imbroda era un joven profesor del colegio que había llegado años antes desde Melilla. "Seguí dando clases hasta que subimos, aquello daba para lo que daba y había que comer...", bromea él, paradójicamente, candidato a presidir la ACB justo 30 años después de aquel alunizaje: "Yo empecé en el año 84 con el equipo, con 23 años. En un chat de whatsapp que tenemos los miembros del equipo se intentaba organizar el 50 cumpleaños de Jesús Peña. Yo entonces estaba malo [atravesó un cáncer del que está reestablecido] y les dije que este año se cumplían 30 del ascenso y que lo celebraríamos". Se prepara, de hecho, una quedada para el último fin de semana de junio en el que se intenta reclutar al máximo número de miembros.
"Mi sueño, cuando me preguntaban lo decía, era jugar contra el Madrid o el Barcelona. No entrenarlos, sino competir contra ellos con mi equipo", prosigue Imbroda, que sería después seleccionador nacional y dirigiría al Madrid después de conseguir un icónico subcampeonato de Liga con el Unicaja el año 95: "Y les llegaríamos a ganar. La clave fue entrenar mucho con mucha intensidad. Hacíamos un baloncesto en el que creíamos, diferente a lo que había. Nos encontramos algo más táctico. Nuestro juego era más atrevido y divertido de ver y de jugar, con mucho trabajo. En Estados Unidos hubieran hecho una película con esa historia. Lideramos como una revolución. En Cataluña o Madrid iban a vernos para contemplar algo diferente. Era baloncesto atractivo, que llegaba. Fue algo innato, lo fui descubriendo por mi pasión y amor al baloncesto. Conforme iba entendiendo más más me enamoraba y apasionaba. Ese proceso que viví, posteriormente, lo he ido aplicando en otros equipos, pero no era lo mismo hacerlo con un equipo colegial que con equipos que juegan ACB y Europa, no era posible".
Los partidos en el pabellón de Maristas en la Calle Victoria eran una fiesta. "Recuerdo que en el primer partido oficial, cuando se inaugura ya remozado, jugamos contra el Askatuak de Guipuzcoa y su presidente se puso a contar uno por uno los asientos y no llegábamos a los 1.500 que se pedían, amenazaba con no dejar que empezara", sonríe Castillo. "Aquello era un escándalo, la definición de olla a presión. En esa cancha, en partidos junior contra Caja de Ronda, se metían 1.000 personas. Hablamos de los años 80. Era una época de efervescencia. El Palo, San Estanislao, Caja de Ronda, Maristas... El ambiente de baloncesto de la época era increíble", refleja Mariano Pozo, que tenía 21 años y había jugado en el junior de Maristas poco tiempo atrás.
Ya por entonces su pasión era la fotografía. 30 años después, es una referencia en el fotoperiodismo y en el baloncesto nacional. "Era una familia, había una química especial. Era un equipo bajo pero mordía, rapidísimo, se entendía sólo con la mirada. Sabía que todo pasaba por Ray o Mike. Recuerdo a Jesús Peña, un base alto para la época, era tipo Alberto Díaz hoy, un defensor extraordinario. José Pedro García, Carlos Elejabeitia, Salva Gallar... Hacían una defensa tremenda, rozando el límite", recalca Pozo, que rememora cómo ha cambiado la fotografía desde entonces: "Te ibas con dos carretes en el bolsillo, tenía su encanto, con el deseo de ponerte a revelar, de no saber si habías pillado o no una fotografía. Hoy tardas una décima de segundo, darle al play, y sabes si la tienes o no. Recuerdo aquellos partidos con especial ternura y anhelo, esos ratos de laboratorios, frustraciones... De hacer un partido y romper la película, que se te vele, que te la roben...".
Tras una temporada en cabeza de la temporada regular, el play off por el ascenso deparó un duelo con el Caja San Fernando en Sevilla al mejor de tres partidos con una plaza para la ACB en juego. Se ampliaba la primera competición de 16 a 24 equipos y aumentaban las posibilidades de entrar en la élite. Se venció en el primer partido en Málaga y ese 4 de mayo de 1988 hubo una peregrinación a Sevilla. "Varios cientos de aficionados malagueños animaron ruidosamente al Mayoral Maristas, que jugó, puede decirse, casi a favor de público", rezaba la crónica del diario ABC en su edición sevillana del día posterior.
"Recuerdo llegar en un día de lluvia a Compás de la Victoria y ver aquello lleno de autobuses. Diría que fueron casi una veintena. Era una riada de gente, familias enteras, me quedé impactado", recuerda Jacinto Castillo. "Yo desde la pista miraba y sólo veía azul en la grada. Había más malagueños allí que en el partido de aquí", dice Paco Aurioles. "Yo diría que había entre 1.000 y 1.500 personas de Málaga. En la grada estaba gente que conocías, amigos tuyos. Era impensable subir en una pista como la de Sevilla", apostilla Juanma Rodríguez. El partido se ganó (76-92) y se desató una fiesta en San Pablo. 39 puntos fueron de Ray Smith y 31 de Mike Smith. Ellos solos casi igualaron en anotación al rival. Para la historia, realmente, es el equipo de los Smith. El recibimiento en Málaga fue tremendo, con el colegio en la calle.
Conseguido el ascenso en la pista quedaba una ardua labor en los despachos para vender que Málaga podía tener dos equipos en la élite. Ahí volvió a ser determinante Rafael Domínguez de Gor. "Recuerdo una frase suya, que decía que 'A los papeles hay que ponerle cara'. Se ocupó de ir, club por club, en su avión privado con Jacinto Castillo para convencerles de que Mayoral Maristas debía estar en la ACB", explica Manolo Morales. "Así fue", asiente Castillo: "Se lo debemos al gran jefe Domínguez de Gor. Fuimos juntos club por club, uno tras otro, en su avión personal los dos con el piloto. Y a veces lo llevaba él... Fuimos a hablar con el Delegado del Gobierno con la Junta de Andalucía en Sevilla y casualmente era antiguo alumno de Maristas. Eduardo Portela [presidente de la ACB] no quería saber nada de nosotros. Tampoco a Caja de Ronda le hacía gracia que apareciéramos por la ACB con una parte pequeña de su presupuesto. Ese delegado llamó a Portela. Recuerdo que enseguida dijo que nos recibía sin problemas en unos días. Rafael dijo que no, cuando quería algo lo quería para ya. 'Dentro de dos horas', insistía. Y cogimos su avión personal y nos plantamos en dos horas en Barcelona. Nos recibió y empezó a recular. Acabamos viéndonos con todos los presidentes y cuando hubo la votación no hubo problemas".
Esa citada rivalidad con Caja de Ronda era "salvaje", según algunos testimonios. "Yo recuerdo tener cánticos en el equipo para los técnicos rivales. Y jugar en Ciudad Jardín con las dos gradas de abajo llenas un partido junior. O una final de Málaga en Tiro Pichón, en el pabellón no se podía ni respirar", atestigua Paco Aurioles. "Había mucha rivalidad, eran dos maneras diferentes de entender el baloncesto. El Caja de Ronda fichaba jugadores de fuera, extranjeros de mucho nivel. En Maristas se tenía otra política, con gente de cantera y joven, con un baloncesto más agresivo. La rivalidad era grandísima, pero creo que fueron los cimientos de un club en el que salió lo mejor de cada uno de ellos. El apoyo, la estructura y la seriedad de una entidad financiera que se quedó lo mejor de los recursos humanos del otro club", apunta Juanma Rodríguez. "No teníamos viabilidad para mantener el equipo. De valer una plantilla 20 millones de pesetas pasó a costar 200, la entrada de los agentes produjo una inflación y no había lugar para dos equipos en la ciudad. Acabamos por encima del Caja de Ronda con la décima parte de presupuesto. Debíamos dinero a Rafael y o nos fusionábamos o había desaparición. Recuerdo que Rafael se fue desencantado con la influencia de los árbitros en el juego”, analiza Manolo Morales. Antes, cuatro años de coexistencia de dos equipos en la ACB en Málaga, la génesis del actual Unicaja. Rivalidad de la que los mayores aún conservan cicatrices, pero tiempos irrepetibles. "Yo viví la sensación de total felicidad continua, era una burbuja que nunca estallaba, siempre subíamos", remacha Paco Aurioles. Aquella fábula tuvo uno de sus puntos culminantes aquel 4 de mayo de 1988, en Sevilla.
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