La mediocridad permanente del Unicaja

La casi matemática ausencia en la Copa prolonga el pobre estado del proyecto deportivo del Unicaja, inmerso en una travesía del desierto a la que no se le adivina el fin

Los jugadores del Unicaja, durante el partido ante el Valencia.
Los jugadores del Unicaja, durante el partido ante el Valencia. / Marilú Báez

Desde que en 2009 el Unicaja jugara una espectacular final de la Copa del Rey resuelta en la prórroga ante el Baskonia, en una primera temporada de Aíto en el banquillo muy infravalorada en su momento por el contexto del que se venía y que hoy sería casi ciencia ficción, sólo ha ganado tres partidos en 13 ediciones de la Copa del Rey, contando la que se disputará el próximo mes en Granada y en la que estará ausente de manera matemática el equipo malagueño. Se venció en 2015 en cuartos de final al Bilbao y en 2020 a Zaragoza y Andorra para llegar a la final en Málaga y caer sin paliativos ante el Madrid. Cinco ausencias en este periodo, seis derrotas en primera ronda, una semifinal y una final en una Copa en la que se entró por ser el anfitrión y en la que se alinearon los astros en el sorteo. Es el raquítico rédito en el mejor escaparate del baloncesto español, que retrata bien la mediocridad en la que se ha instalado el Unicaja y de la que no tiene visos de escapar a corto plazo. Balance de 7-9, puesto undécimo en la tabla y partido este miércoles ante el duodécimo, que no cede en casa desde octubre y que va al alza.

La realidad deportiva no ha cambiado. Se han dado pasos evidentes para mejorar en cuestión institucional y de imagen con los nuevos responsables, pero la nota que más suma en la media la pone la pista. Y lo que se ve no gusta nada, porque es más de lo mismo. Es cierto que siete de las nueve derrotas han sido por cinco puntos o menos, que se ha competido, aunque con ciertos asteriscos. Por ejemplo, el guion de los partidos en el Carpena ante Barça, Joventut y Valencia ha sido bastante similar. Un encuentro ya decantado para el rival en el tercer cuarto en el que hay un impulso, se encienden algunas luces, el rival se relaja y se fabrica una opción de ganar, empujado por un Carpena al que no va mucha gente pero que está teniendo un comportamiento impecable con el equipo. Apenas dos amagos de pitada ha habido hasta ahora. Queda un sabor menos malo que si el equipo se abandona totalmente, pero el nivel de baloncesto que se despliega dista muchísimo de los equipos que le preceden. Sólo se ha ganado en Murcia y ante el Breogán de entre los 10 equipos que preceden en la clasificación al Unicaja, habiéndose jugado nueve partidos en casa y siete fuera. Se habla de la ACB porque ahí se señaló explícitamente desde el club que estaba el objetivo claro de la temporada. En la novedosa BCL se cumplió con el primer puesto del grupo que evitó el engorro de estar jugando estas semanas el play in, aunque con derrotas feas en Dijon y El Pireo que advierten de que lo que viene no será sencillo. Se razonó que el menor número de partidos respecto a la Eurocup permitiría aumentar prestaciones en la ACB, pero no ha sido así.

Dirigentes, entrenador y jugadores tienen responsabilidad repartida en la situación actual de esta temporada. Antonio Jesús López Nieto y Juanma Rodríguez optaron por una entrada prudente desde el punto de vista deportivo, sin riesgos, ya con la plantilla conformada al 90% y contratos garantizados sin corte. Después del affaire Spissu, los fichajes fueron Eric y Cole, que venían de jugar en Euroliga. No se acometieron rescisiones ni salidas pese a que la estructura de la plantilla no ofrecía mucha fiabilidad. Se privilegió el aspecto económico para llegar ‘limpios’ el próximo verano 2022, con sólo cuatro contratos en vigor (Alberto, Barreiro, Brizuela y Nzosa) y construir ahí. Pero el deporte de élite no espera y no entiende de paciencia y una temporada deficiente más como la que se está viviendo es muy dañina en la coyuntura actual, ya en una curva descendente muy prolongada.

La continuidad del entrenador se ejecutó en la extensa transición desde que se marchó en marzo Eduardo García hasta que llegaron oficialmente los nuevos, a final de junio. Un proyecto de dos años en el que se apostaba por Katsikaris “por su ética de trabajo y su estilo de juego, además de su amplia experiencia en la Liga Endesa y otras ligas europeas”, se explicó al renovarle. En 44 partidos oficiales desde su llegada, 20 victorias y 24 derrotas. De los 13 técnicos con más de 15 partidos en la historia del club, el griego es el undécimo (45.5%) en porcentaje de victorias, sólo Chus Mateo (43.2%) y Moncho Monsalve (35.8%) le empeoran.

La plantilla tiene defectos que apenas se han subsanado, pero también tiene obviamente su cuota de responsabilidad, más allá de que pueda haber jugadores sobrevalorados o infrautilizados. Un grupo de españoles que lleva ya tiempo como núcleo, pero a los que no se les ha rodeado adecuadamente, más allá de que haya perfiles repetidos y que no complementan y de que también han mostrado que no pueden llevar el peso para pensar en grande. Todos internacionales, aunque ninguno en un gran campeonato. Conmovía ver a Alberto, un MVP de una final de Eurocup aunque a veces se olvide, reactivando a un equipo muerto ante el Valencia para dar algo de oxígeno. Pero hacen falta más cosas. Entre los foráneos hay de todo. Jugadores prescindibles y buenos profesionales, una amalgama que apenas transmite.

De los movimientos en las próximas semanas se desprenderá si hay ambición por revertir esta tendencia esta temporada o se prefiere una muerte dulce y a otra cosa en la campaña 2022/23. Mientras tanto, el Unicaja lleva demasiado tiempo instalado en la mediocridad, en un viaje burocrático con más pena que alegría.

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