La obra maestra de Sergio Scariolo, por José Manuel Olías

Mundial Baloncesto | Perfil Sergio Scariolo

El italiano dirige a España a un segundo Mundial en un largo proceso de dos años que comenzó con una visión

Sergio Scariolo, con el título de campeón del mundo. / Efe

Sergio Scariolo (Brescia, 1961) pisó por primera vez Málaga justamente para un Mundobásket. Fue en 1986, el de España, cuando Ciudad Jardín fue sede de un grupo en el que estaban EEUU, Italia, Alemania, China, Puerto Rico y Costa de Marfil. Allí se empapó de baloncesto, trabó amistad con Mike Fratello, entonces entrenador de los Hawks, conoció la noche de Torremolinos y tuvo un feeling especial con la que ahora considera la tierra en la que pasará sus últimos días. 33 años después, es el seleccionador de la España que gana por segunda vez el Campeonato del Mundo. Lleva 30 años de capo de los banquillos, a finales de los 80 ya era el primer entrenador de la mítica Scavolini de Pésaro y ganaba títulos en el campo de minas que era la Lega, pero este Mundial es su obra maestra. Como los autores que rompen cánones desde jóvenes pero es en su plena madurez cuando depuran y cristalizan con una genialidad.

Fue también en tierras malagueñas, mientras ya masticaba su salto a la NBA, cuando Scariolo tuvo una visión. Cambiaba el formato de clasificación para el Mundial y, antes del Eurobásket de 2017, imaginó una concentración para establecer las bases de un equipo distinto, no la selección de los veranos. Un combinado sin jugadores de Euroliga y NBA, que no podrían ayudar en las ya célebres ventanas durante la temporada. Sería un bloque distinto, con mucho menos talento. Clase media, dignísima, de la ACB, que tenía una misión que podía ser ingrata y que acabó propulsando algunas carreras y dando gloria a veteranos de intachable trayectoria. Meticuloso y clarividente, el italiano fue más rápido que el tiempo. Pensó en Benahavís como kilometro cero, en su grupo de colaboradores con los que construyó el gran Unicaja y puso el que ha terminado siendo un AVE sobre las vías.

Desde el punto de vista táctico, Sergio Scariolo se ha elevado varios cuerpos por encima de sus rivales en este Mundial. La exhibición que demolió al gigante serbio y destrozó el tablero del torneo fue de época. La manera en que desactivó a Campazzo y Scola, grandes peligros de Argentina, fue de manual. Es indemostrable, pero con otro entrenador España difícilmente hubiera llegado tan lejos.

Desde el punto de vista de la gestión mental y de roles y recursos, Scariolo ha sido un sabio, ha impartido lecciones magistrales. La manera en que Marc Gasol le miraba en la charla previa de la semifinal o cómo daba instrucciones directas, sin vacilar y con una convicción contagiosa, en los tiempos muertos del angustioso partido ante Australia son ejemplos de cómo se llevan las riendas de un colectivo. Seguramente la edad le ha dado el poso de tranquilidad que le hace ser tan diferencial en estos momentos. Es extrapolable a la veneración que sienten por él ayudantes y colaboradores. La alegría con la que botaban alrededor de él al final del partido definen ese respeto y cariño. Seguramente, con la edad ha pulido aún más su capacidad para llegar al corazón de su alrededor.

Inquieto y curioso, licenciado en Derecho e hincha irredento del Ínter de Milán, el baloncesto es el motor que mueve la vida de Scariolo. Con 58 años, tras ser campeón de la NBA y campeón del mundo, traslada a su familia de la zona de confort de Marbella a Toronto, donde seguirá discurriendo su carrera con los Raptors. Le acompañarán su mujer, Blanca Ares, campeona de Europa en 1993, y su hija Carlota. Su hijo, Alessandro, criado en Los Guindos y reciente campeón de Europa sub 18, continuará estudiando y jugando en Manhattan College. Su ansia por aprender no descansa. Y su humildad para ponerse a hincar los codos con tamaña trayectoria delata su personalidad.

Es muy posible que la estación final de Scariolo como seleccionador sea Tokio. Ya ha mandado varios mensajes acerca del tiempo de disponibilidad hacia su familia. Su palmarés es legendario, es el mejor seleccionador de la historia de España, siete medallas (cuatro oros) en ocho torneos. Sólo versiones iluminadas de Teodosic y Doncic y dos grandes equipos de USA le han tumbado en este periplo al mando de España. Mira a los ojos a cualquiera, hasta al coronel Gomelsky. Antes de ese previsible adiós, ha completado en China su obra maestra, la que imaginó hace algo más de dos años en Marbella.

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