'El Sierra', ese instituto diferente
Cuando Martiricos y Vicente Espinel se quedaron pequeños, en Ciudad Jardín se creó en 1967 el primer centro que matriculó a alumnos de ambos sexos
Su arquitectura singular ha sido una seña de identidad
Málaga/Tras las buganvillas enredadas en la parte alta de sus muros se dejaban ver los tejados a dos aguas de las casitas que fueron concebidas como aulas. En Ciudad Jardín, en el barrio que creció en la zona norte de la ciudad formado por casas mata y bloques de poca altura, el arquitecto José María Santos Rein diseñó un instituto singular, abierto, con pasillos al aire libre, con jardines, con una estructura tan alejada a la mole de los años del desarrollismo que su identidad especial condicionó -y lo sigue haciendo medio siglo después- la vida escolar. En un espacio donde las relaciones personales se gestaban en el exterior, parecía que se respiraba la libertad que aún costaría una década conquistar. Pero para aquellos alumnos que se matricularon en el primer instituto mixto de la provincia esos aires nuevos no tardaron mucho en llegar.
Luis Palomo conoce el centro que este curso cumple sus 50 años de primera mano. Como estudiante inauguró el instituto a sus 10 años, cuando estudiaba la preparatoria. Luego llegó como profesor de Química y en él se jubilará el próximo septiembre. El instituto comenzó como dos secciones delegadas del instituto femenino Vicente Espinel y el masculino Nuestra Señora de la Victoria, los más antiguos de Málaga. Tenían tantos alumnos matriculados que se quedaron sin espacio físico. Al tiempo, se daba también la necesidad de dotar a Ciudad Jardín, barrio en expansión al norte de la ciudad, de un instituto de educación secundaria. Durante los dos primeros años hubo dos jefaturas de estudios diferentes y alumnas y alumnos, aunque habitaban el mismo centro, no compartían espacios. "No había ningún contacto, no nos podíamos pasar al otro lado hasta que el sexto año se mezclaron las clases y para los niños fue traumático, hasta que nos acostumbramos no queríamos compartir clase con las chicas", relata Luis Palomo.
También cuenta el docente que los principios fueron "tiempos duros". "Un profesor me pegó tan fuerte que me tiró al suelo, y sin motivo", afirma y apunta que en las postrimerías del franquismo "había profesores de Educación Física o de Trabajos Manuales impuestos por el Régimen que tenían mucho poder, aunque sus asignaturas no tuvieran proyección académica tenían un gran control sobre el resto del claustro". Francisca Lora Soto, secretaria del IES Sierra Bermeja, agrega que "aquí la plantilla que llegaba era la que había hecho las oposiciones, pero también el director tenía la capacidad de contratar, eso sí se exigía que el profesor que contratara tenía que estar colegiado para que su título tuviera validez". Pero también estaban "los profesores de la Escuela de Hogar y Educación Física que no tenían por qué estar licenciados, no era obligatorio, aunque sí debían de contar con el visto bueno de la Sección Femenina".
En el mismo lugar cohabitaban profesores críticos y rebeldes que eran capaces de cortar la carretera para pedir derechos que habían desaparecido con la Dictadura. Y ese espíritu inconformista fue el que luchó por darle el nombre de Sierra Bermeja, no en homenaje a la sierra de Estepona sino por señalar la condición de "rojos" de sus docentes. "En el curso 70-71 ya se le dio el nombre de Sierra Bermeja, aunque costó bastante que fuese aprobado, se necesitaron tres sesiones de claustro", detalla Francisca Lora. "La propuesta inicial contemplaba nombres del entorno, Guadalmedina, Juan Breva, Marenostrum, Pablo Picasso, Obispo Herrera Oria... pero decía el claustro que no se sentía identificado con el nombre. El Ministerio rechazó Sierra Bermeja varias veces y pidió su argumentación de forma más alusiva al entorno, tuvieron que esperar tres meses para que le dieran el visto bueno", agrega. La vicedirectora del instituto y profesora de Economía, María Pinazo señala que "el profesorado era muy crítico, muy rebelde, un poquito 'bermejo', y ese nombre representaba la euforia del profesorado".
Por sus aulas fueron pasando centenares de estudiantes y ellas, aunque al principio en minoría, supieron encontrar su hueco y formarse en igualdad con el resto de compañeros. En los tiempos del Bachillerato Unificado Polivalente y el Curso de Orientación Universitaria, BUP y COU, el crecimiento del centro fue tan grande que cuando Luis Palomo entró de docente el departamento de Física y Química lo formaban nueve profesores y los grupos llegaban hasta la letra F. Tenían alumnos oficiales de diurno y nocturno y alumnos libres, además de ser sede del Instituto Nacional de Bachillerato a Distancia.
El Sierra, como los alumnos lo llamaban, fue un instituto público en el que aprender de los mejores profesores, en el que disfrutar en el campo de deportes de las piardas y enamorarse en sus patios, en el que comer los bocatas de ensaladilla rusa de ElCarlos, en el que hacer teatro, escribir poesía, pintar murales para llenar las paredes de significado y crecer siendo tratados casi como adultos. "Somos uno de los centros que más en cuenta ha tenido siempre la opinión del alumnado", señala la secretaria del instituto. "Aún hoy antes de empezar cualquier sesión de evaluación lo primero que se transmite es el informe recogido del tutor por parte de los alumnos, lo que opinan de nosotros, desde el año 72 la voz de los alumnos se oía en claustro aunque no tuvieran derecho a voto", agrega Francisca Lora.
Luego llegó la Logse y se vivió un cambio significativo, como explican los docentes. José Cristóbal Pérez, también antiguo alumno del centro y hoy profesor de idiomas, apunta que se tuvo que adaptar la didáctica al nuevo perfil del alumnado. También a una actitud más infantil y, en muchos casos, retadora. "Hoy, sin embargo, la cosa ha cambiado, tenemos a niños de 12 años pero que vienen con mucha ilusión y nosotros como profesionales también trabajamos con mucha ilusión con estos niños", considera José Cristóbal Pérez. "Aquello representó un cambio, pero como profesionales hemos ido acompañando esos cambios y ya estamos completamente adaptados a esta situación", añade José Cristóbal. Francisca Lora sostiene que el profesorado tuvo que reorganizarse para controlar a los alumnos, que ya eran dos años menores que en BUP. "Antes se daba clase a alumnos con un tratamiento casi de adulto, los alumnos venían acostumbrados a un maestro que impartía muchas asignaturas, tenía su tutor como referente, su grupo era más pequeño y pasaron de ser cabeza de ratón a cola de león", estima la profesora.
El instituto no contaba con ningún ciclo de Formación Profesional hasta que se implantaron hace once años. Ahora cuentan con dos Grados Medios y dos Superiores, entre ellos Óptica de Anteojería que se ha estrenado este curso en Dual. "El índice de inserción laboral de todos los ciclos de FP es altísimo", destaca la vicedirectora y José Cristóbal Pérez añade que "hay empresas que solicitan al alumnado antes de que este salga al mercado laboral porque lo necesitan". El centro también cuenta con Bachillerato Musical y los alumnos de Secundaria que cursan estudios en el Conservatorio Manuel Carra, a pocos metros del Sierra Bermeja, tienen preferencia de acceso. También cuenta con dos aulas específicas. "Aquí siempre han cabido todos y han convivido perfiles de estudiantes muy diferentes", apuntan los docentes y destacan los buenos recuerdos que suscita este instituto entre sus antiguos alumnos. Algunos han vuelto en estos meses en los que el centro está especialmente volcado en su 50 aniversario. "Muchos se emocionan cuando vuelven a entrar, el vínculo emocional es muy fuerte", destaca José Cristóbal Pérez.
Volviendo a su presente, el Sierra Bermeja es un instituto que si bien vivió años de pérdida de alumnado -se crearon extensiones como el IES Ciudad Jardín y el Martín Aldehuela- ahora no tiene plazas suficientes para absorber toda la demanda de la zona. Los colegios Rosa de Gálvez, Benito Pérez Galdós y Alegría de la Huerta son los tres públicos adscritos y siempre se quedan alumnos fuera a pesar de que cuentan con seis primeros de la ESO. También continúa su importante vinculación con los pueblos más cercanos de la Málaga norte, con Casabermeja y Colmenar. De estos municipios y de diseminados como la Venta del Túnel o Los Gámez llegan escolares para cursar Bachillerato.
Y si bien en aquellos primeros años "tuvimos un profesorado muy entusiasta que nos condujo a la libertad", como destaca José Cristóbal Pérez, ahora los caballos de batalla del centro son otros. En la generalidad se encuentra el desafío de la igualdad de género, del medio ambiente, de las tecnologías y los idiomas y, en la práctica, la nueva prueba de acceso a la universidad, PEvAU, y la FP Dual. También seguir contagiando el entusiasmo del aprendizaje a una adolescencia distinta, quizás sobre protegida y materialista, quizás contagiada del pesimismo que ha sembrado la crisis económica.
"Este centro hizo que el nivel cultural y la accesibilidad al trabajo creciesen en Ciudad Jardín", como apunta la secretaria del instituto, un barrio nuevo en el que una gran parte de su población era fruto de la emigración rural. Con su innovador proyecto bioclimático, Santos Rein también dejó un ejemplo constructivo que ninguna Ciudad Jardín de España tiene y que ahora va a ser objeto de estudio por investigadores de la Universidad de Málaga. Ahora una placa con el nombre del arquitecto recuerda su figura en una de las plazas del instituto. Ese lugar que hizo posible que muchos siguieran el camino del estudio.
Una exposición guía al alumno desde 1939 hasta la Constitución
La dictadura y la transición democrática queda lejos para las generaciones que ahora pueblan las clases del Sierra Bermeja. "No saben mucho de ella, es un tema que se dejó de hablar en casa y, por tanto, no valoran su importancia, creen que todo fue mucho más fácil", explican Luis Palomo y Francisca Lora, copropietaria de la colección. Por eso surgió la idea de hacer la exposición que se puede ver estos días en el salón de actos del centro. Carteles de partidos políticos pidiendo el voto en las primeras elecciones democráticas, propaganda clandestina, octavillas repartidas por la calle, diarios y revistas con la foto de Franco Muerto, libros, billetes de la Lotería Nacional, documentos, fotografías y otros objetos fechados entre 1939 y 1978 se muestran con la intención de recuperar la memoria histórica de aquellos que "se lo encontraron todo hecho".
También te puede interesar
Lo último