La Feria de Málaga recupera su esencia
El segundo día de fiesta en el centro se salda con una acogida masiva, más folclore que la víspera y menos alcohol
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Feria de Málaga 2022: El programa completo, día a día, para no perderse nada
Málaga/Pasan unos minutos de la una de la tarde y en el centro ya hay más gente que en un primer día de rebajas. Mucha. Tantísima que, si de los hermosos ficus de La Alameda bajase una ardilla, podría ir saltando de cabeza en cabeza hasta llegar -qué sabe uno lo que piensa una ardilla- adonde le plazca al bicho. Podría incluso elegir a placer sobre qué huésped aterrizar para llevar a cabo su misión. Aunque, si se dejase aconsejar, yo le recomendaría que evitase las peinetas, las flores y los que, Cartojal en mano y medio tajaos, se te acercan a la oreja para hablarte a gritos. Qué necesidad. De esos no hay que fiarse.
Es cierto que a estas horas tajaos había pocos, vayan los hechos por delante, pero eso no significa que el periplo -ni el de la ardilla ni el de cualquiera- fuese a ser más sencillo. Porque la calle Larios y sus alrededores bullían de Feria. Podían apreciarse, pues, mujeres folcloristas en trajes de gitana, hombres de corte costumbrista, pandas de verdiales itinerantes y, claro, sevillanas y mucha música en cualquier sitio en el que quedase hueco.
La estampa, en contraposición con la jornada anterior, se prolongaría hasta bien entrada la tarde por todo el callejero, en el que incluso no fue descartable, si se ponía un poco de empeño, encontrar una terraza donde sentarse a devorar cualquier tapa; un disfrute que se maximizó por la incursión inesperada de una leve brisa fresca muy de agradecer. Vuela lejos, terral.
No ocurría lo mismo, sin embargo, en la plaza del Obispo, donde -ya lo siento- hacía un calor de mil demonios. El sol caía a plomo y los pocos valientes que por allí transitaban, que podían contarse con los dedos de una mano, lo hacían a una velocidad digna de gacela en apuros. Entretanto, el resto de usuarios del lugar, quizá los más tempraneros, deglutían botellines y cañas de cerveza bajo los toldos de los bares presenciando la hecatombe. En el puesto frente a la Catedral pillaron la indirecta, reconvirtiendo el tenderete en sombrerería. Y, oye, con menos empezó Zara.
Aunque la moda, ya conocen el muestrario, nunca fue el fuerte de la Feria del Centro Histórico, que abarca en haber desde el clásico de los descamisados antimunicipalistas, que últimamente no son tantos pero haberlos haylos; y hasta el reciente guayaberagate. En todo caso, si una moda está calando entre el populacho en estos días, esa es la de las camisas hawaianas, que, para más inri, pareciera que se prodigasen por esporas con grupitos en cada esquina portándolas con orgullo: “buah, qué outfit, hermano”, entre sorbo y sorbo al cubata.
Un espectáculo visual, y verbal, que se completaba con la representación de otras tribus urbanas. Así, no fue difícil identificar, cual ornitólogo con sus prismáticos, a los cada vez más presentes cayetanos, reconocibles por sus camisas de Spagnolo abiertas hasta el tercer botón, la melenita al canto, el pantalón tobillero -por si hay que cruzar riachuelos, digo yo- y los náuticos. Pero como aquí lo que gustan son los contrastes, también a su némesis, que, al final no resultan sólo jipis y perroflautas, sino todos los que no pronunciamos “mahonesa” -escuchado en la calle-. La palma, no obstante, y como en casi todas las ediciones, se la llevan los que, mezclando churras con merinas, empalmaron la Feria con su despedidas de soltero: una práctica que se hizo imagen cuando a este cronista se le apareció, remontando la calle Molina Lario, un tipo vestido de hada con las reglamentarias antenitas coronándole la calva. Rediós.
De modo que, salvo indecorosas excepciones, la jornada transcurrió con relativa tranquilidad, más esencia y menos ríos de alcohol que la víspera; aspecto a destacar aun siendo un día previo a un festivo. Y la ardilla, con tanta vuelta, perdida.
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