La de Franco y otras momias

El dimitido presidente Sánchez, 'El Breve', es el único que se ha acordado de Franco, queriendo erigirse en látigo del olvido

La tan comentada momia de Francisco Franco; que hasta la fecha prosigue estática en el mismo lugar en que se dispuso, hace más de cuarenta años, debajo de esa losa de media tonelada con la que la cubrieron; en la basílica de la Santa Cruz del Valle de los Caídos, me ha evocado el recuerdo de la peregrinación de los restos mortales de otro personaje histórico, como tales fueron los huesos de don Gonzalo Fernández de Córdoba, El Gran Capitán, que se movieron tras su muerte casi tanto como lo hicieron en vida y a cuya calavera sólo tuvieron los soldados franceses el valor suficiente para acercarse, cuando ocuparon Granada y en tropel, a inicios del XIX.

Se ha dicho que entre los varios saqueos y los muchos robos que cometieron las tropas francesas en su invasión, uno de ellos se produjo en el sepulcro de este insigne militar, en la monumental y granadina iglesia de San Jerónimo, mandada levantar por la duquesa de Sessa, su viuda. La soldadesca no tuvo por menos que abrir la tumba en la que descansaba el histórico caudillo, sacar los restos del gran don Gonzalo, que no quiso proseguir su descanso eterno y permitió que los gabachos jugasen con su osamenta, como quien juega con una pelota.

Luego, el esqueleto del insigne conquistador de buena parte de la península italiana, de los reinos de Nápoles y Sicilia y de Granada mismo, fueron de nuevo dispuestos en aquel sepulcro que aún hoy existe al pie de la escalinata que asciende al altar mayor de aquella iglesia monacal. Y allí permanecieron hasta que en Madrid, a fines del siglo XIX o comienzos del XX a alguien se le ocurrió hacer un panteón para hombres ilustres de nuestra nación. Y para allá fueron enviados, en escoltado y solemne viaje de tren, los huesos maltrechos del militar renacentista, azote de franceses e italianos.

La caja que contenía sus restos estuvo, pues, depositada en la Real Academia de la Historia durante lustros y al no determinarse nada de nuevo sobre el proyecto de singular panteón, se devolvió a Granada, en cuyo gobierno civil y durante otros años más, estuvo aguardando sobre un mueble lleno de viejos y polvorientos legajos y expedientes hasta que se enterraron de nuevo. Y allí siguen, creemos.

Lo de la momia de Franco, por el contrario, no se ha movido ni un metro, sigue en aquel valle, entre gélidos vientos y rezos conventuales. De ella sólo se acordó el dimitido presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, El Breve, quien queriendo erigirse en látigo del olvido, al fin se ha convertido en eficaz recuperador de su memoria. Los hay torpes. ¿O no?

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