Gritos sin eco

La línea se ha establecido entre quienes creen que España es una nación, y los que entienden que es un estado plurinacional

Desde la muerte de Franco la política en España ha girado en torno a un eje con dos orillas. En un lado, el más soleado, lo ocupaban personas que defendían que el mantenimiento de las tradiciones no estaba reñido con una visión liberal en lo social abierta al futuro. En el otro, más lluvioso, se incidía en la defensa de un reparto justo de la riqueza que no dejara a nadie detrás y en la igualdad de oportunidades para todos. Ambas orillas discutían del tamaño de los impuestos, de lo público y lo privado, de cómo gestionar la educación, la sanidad o la energía; y de cómo presentarse y con quienes en el mundo. Lo hacían desde posiciones distantes, pero con un amplio espacio en el que la diferencia entre unos y otros apenas era perceptible; lo que se traducía en el hecho de que gobernase quien gobernase, la vida de la ciudadanía se adaptaba a la realidad sin dramas, gobernasen o no los suyos.

Ahora, como vaticinó Bob Dylan, “los tiempos han cambiado” y la línea divisoria se ha establecido entre quienes creen que España es una nación, y los que entienden que es un estado plurinacional. Y en ambas orillas hay partidarios de derechas y de izquierdas, como bien saben Alfonso Guerra convertido en feroz Jacobino o los burgueses Junts y PNV defendiendo un gobierno con ministros comunistas. Un debate agrio que al tener una carga más sentimental que ideológica está enconando como nunca a las respectivas hinchadas. En los próximos años vamos a asistir a la explosión del asunto con argumentos a favor y en contra de ambas posiciones. Se revisará la Historia, se utilizará el término “libertad” hasta desgastarlo, y se identificará al disidente con el enemigo a aniquilar. No hay espacio común para el encuentro y si algún ingenuo intenta construirlo, le llamarán acomplejado y melifluo. Pero eso no es lo peor, sino el hecho de que el nacionalismo se trata de una ideología del XIX y estamos ya en la tercera década del XXI. Ahora toca discutir sobre como regular la inteligencia artificial; qué hacer con el drama de la inmigración o como plantar cara al cambio climático; pero seguimos enfrascados en el mismo debate que enfrentó a Azaña con Ortega, porque por algo somos el país de los Comuneros; Dels Segadors catalanes y de los Carlistas de Zumalacárregui. Cuando nuestros nietos nos pregunten por qué dedicamos tanto tiempo a pelearnos por cuestiones identitarias, mientras internet derribaba los muros que nos separan; no sabremos que contestar, y callaremos avergonzados por los muchos gritos apasionados que ahora damos, y de los cuales no quedará eco alguno.

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