Hitchens

A toda guerra la acompaña, como una sombra que alumbra, la guerra del relato, las inacabables voces

A veces o casi siempre la actualidad no es actual, y nos obliga, si queremos entender algo, a enterrar las manos en la tierra, buscando las raíces de sus extravagantes flores. Israel-Palestina, como sintagma imperturbable, hunde sus orígenes a distintas profundidades, y todas ellas son necesarias para obtener una imagen fragmentada, equívoca, ambigua, pero suficiente.

Si se tiene buena voluntad y se quiere ejercitar el cerebro con cierta perspectiva, se acudirá a todas las fuentes, o al menos a las que han superado la prueba del tiempo, para sacar algo en claro. Y a veces, muchas veces, nos sentimos tan desorientados y necesitados de esperanza como Alejandro Magno, quien llegó a creer que los ríos del Punjab estaban conectados con el Nilo porque en su curso alto vio cocodrilos.

No hacen falta en nuestra búsqueda de la verdad esquiva sólo textos, sino voces. Lo humano no es puro, no es abstracto, no encaja nunca en un molde inmutable. Y a toda guerra la acompaña, como una sombra que alumbra, la guerra del relato, las inacabables voces que, cada vez más, inundan nuestras vidas vendiendo distintas versiones del mismo hecho.

Es aquí donde entra YouTube. Vete a saber por qué, de vez en cuando su algoritmo, que es como una moderna sibila, me había estado sugiriendo vídeos de Christopher Hitchens. Para quien no lo conozca, Hitchens fue lo que hemos venido a llamar, tal vez porque a muchos no les gusta que les lleven la contraria, un polemista. Una vez escuché a Hitchens replicarle a su interlocutor que le daba la desagradable impresión de ser alguien que no había leído ni una sola página de los argumentos escritos contra su postura.

Hitchens, que murió de cáncer en 2011, era una especie de Richard Dawkins imperturbable, muy conocido por su rechazo de las grandes religiones monoteístas, a las que estudió para destruirlas. Uno podía estar más o menos de acuerdo con sus tesis, pero algo destacaba siempre en sus ácidas intervenciones: sabía hablar, y sabía de lo que hablaba.

Ahora, por motivos obvios, he llegado a algunas de sus intervenciones a favor de un Estado palestino. Uno puede o no, repito, coincidir con sus ideas, pero basta escucharlo a él y a los que están en sus antípodas oratorias e intelectuales para echarlo de menos y llegar a una oscura conclusión: en este tiempo de hondas incertidumbres, tal vez lo que mueva el mundo no sea la búsqueda de la verdad, sino la búsqueda del convencimiento y del consuelo.

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